jueves, 29 de octubre de 2009

Bernarda de Utrera


No entiendo casi nada de flamenco, pero me gusta el cante. Tampoco lo sé cantar, porque tiro más bien a sochantre, o a mediocrísimo barítono de salón. Es decir, que me atrevo con gregorianos y hasta con Tosti, un lied de Schubert (letra-traducción libre) o algún numerito de Zarzuela; pero con el flamenco se me impone otra clase de respeto y lo más que me sale es un óle por lo bajo o un compasito con el tacón. Es música selecta, casi milagrosa, con una conjunción muy necesaria, sine qua non, de letra, música y cantaor-cantaora.

De las cantaoras más "simpáticas", la Bernarda de Utrera, que murió ayer noche y en paz estará descansando, con el cachito de gloria que le haya tocado. La Bernarda ha sido una gracia de Dios para el que la haya conocido, y para el flamenco. Aunque eran dos, Las Niñas, su hermana Fernanda y ella. Se dice así: La Fernanda y la Bernarda de Utrera, esa era su gracia. Pero en Utrera eran Las Niñas, con esa indefinición que deja galantemente anclada en la edad de mocita a aquellas que disfrutan ser "niñas" perennes aunque cumplan los ochenta, como es el caso.

Fernanda era más "jonda", gitana más fraguada en cantes grandes. La Bernarda era más "ligera", con la gracia de volver flamenco todo lo que cantaba, fuera un bolero, un tango, una balada o un folk; hasta un rock (si el rock fuera música) era capaz de traducir en bulerías. Era como un hada madrina de esas que convierten una calabaza en una carroza dorada.

Tenía el tipo menos "estético" que se pueda imaginar, con sus vestiditos de costurera de pueblo, la falda por debajo de las rodillas y zapatos de medio tacón, medio cieguecita con gafas de cristales ahumados de cataratas, chata de nariz, de boca grande, y un peinado de peluquería de la esquina, y sus medallas al pecho. Lo demás todo era gracia y voz. Una voz con todos los tópicos del cante, una voz ya quebrada, ya ronca, siempre entonada, profunda y llena, que le salía de los centros y lanzaba al aire tan verdadera como un clamor; una voz y un cante que no se aprenden, que son mitad sangre y musa la otra mitad: Cuerdas del alma que el alma templa entreverando vida con muerte.



Por todo eso me gusta escuchar a la Bernarda, que en paz descanse y en gloria esté, rozando el barquito de plata de su Virgen de Consolación. Dentro de nada la estarán cantando entre quejíos los gitanos de Utrera y los flamencos de Jerez y el mundo entero. Y es que es una pena que se vayan yendo las grandes y el mundo se esté llenando de basurilla artificial de plástico pop, heavi, rock, y demás desechos de tentadero.



¡Qué bien y con qué gracia cantaba la Bernarda!

p.s. Ya sé que el flamenco no es plato para todo paladar; y comprenderé que no gusten los youtubes de la Bernarda. Pero es como al que no le gusta el caviar, o las trufas, o el camembert, o el chocolate amargo, o la mazanilla de Sanlúcar. Poco más o menos lo mismo, con las debidas distancias entre la materia y lo espiritual.


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