domingo, 5 de junio de 2011

El Corazón en el Cielo


El primer Sursum Corda se sintió como un tirón, un arrebato de lo alto, el día de la Ascensión, en cuanto la nube cubrió al Señor. Fué una pulsación honda, del alma, mitad suspiro, mitad clamor, como una extra-sístole espirítual, un vuelco, un latido que te falta, que notas de repente que no tienes porque se te ha ido y hay que subir a buscarlo al Cielo: ¡Corazones al cielo!

Después quedaría como una frase-oración del ritual de aquellas primeras Misas que los Apóstoles celebraban con un sólo corazón. Un corazón que se les iba al cielo, irrefrenable, raptado, con las manos alzadas y el pecho latiendo ansias, sintiendo que se les iba, que se les subia al Cielo, arriba, donde el Corazón del Señor estaba, desde donde su Corazón atraía a los suyos con fervores que nunca sintieron hasta entonces, con un amor que hasta aquel día nunca habian probado.

Mientras miraban al Cielo y escuchaban absortos el mónitum de los Ángeles, fueron tomando conciencia de lo que habían visto y oído. Un golpe de vida que les hacía reaparecer con destellos de imágenes los primeros momentos con Él, la llamada, los milagros, sus sermones, sus parábolas, cada día vivido con él, cada noche orando a su vera, el Jordán, Nazareth, Caná, Cafarnaúm, Betania, Jerusalén, la entrada con los ramos, la noche de la Cena, Getsemaní, y aquella madrugada, y el Calvario, y el Domingo, y sus llagas, su voz otra vez, su mirada...

Y qué pronto pasaron los cuarenta días, qué ligeras las horas, qué honda la paz que no era sueño, sino certeza y vida, aquella alegría profunda que nunca sabrían bien definir cómo era, aquellas semanas de luz y de gloria.

No sabían que decirse, no se miraban siquiera. Bajaron del Monte de los Olivos más firmes, serenos y más fuertes, más conscientes, recogidos. Pero no hablaban.

Al llegar a la Casa, buscaron todos a su Madre, le besaron las manos y se sentaron todos en torno a Ella. La miraban, arrobados, y reconocían al Hijo, en sus ojos, en su rostro.

Y la Virgen, mirando primero a cada uno, levantó luego los ojos brillantes al Cielo, como Él hacía. Y todos con Ella subieron sus miradas, por encima de las nubes, más allá de las estrellas, viendo con el alma, siguiendo el ritmo de un latir poderoso que les atraía desde lo Alto, uniendo sus corazones con su Corazón.

+T.