martes, 8 de septiembre de 2015

Príncipes ausentes

 
Hace ya muchos años que tengo a la vista, entre mis cosas, una fotografía del Cardenal Merry, Rafael Merry del Val, el que fuera Secretario de Estado del Papa San Pio X. También tengo algunas pequeñas reliquias suyas, objetos y recuerdos. El Cardenal Merry es una de mis devociones privadas, un hombre de Iglesia con el que simpatizo. No recuerdo bien cuándo fue la primera vez que oí decir que su causa de canonización había sido sacrificada por razón de sacar adelante la de San Pio X, pero creo recordar que una vez se lo escuché al p. José María Javierre, el autor de una de las biografías del cardenal Merry. Todas las severidades del Papa Sarto en materia de doctrina y censuras, se las achacaban a la acción, la influencia o las decisiones de su Cardenal Secretario de Estado, el gran Merry del Val, un hombre que marcó un estilo en la Iglesia de su tiempo, con sello de santidad, sabiduría, rectitud. Sus admiradores hablaban de su noble porte de aristócrata, finura diplomática, trato señorial. Los que le conocieron de verdad se quedaban, en cambio, con la impresión de la virtud discreta y el suave olor de la santidad humilde de un sacerdote entregado a la Iglesia y enamorado de Cristo, una sotana sencilla debajo de la principesca púrpura.

El recuerdo del Cardenal Merry me vino con nostalgia hace unos días, cuando leí la penosa noticia de la detención en Hawai del Cardenal Levada, por conducir bebido (ver aquí). Levada, como Merry, fue el cardenal que estuvo al frente de la Congregación de Doctrina de la Fe (aunque con Merry todavía era Santo Oficio, ¡ay!). Viendo la foto de Levada, sentí la preocupación por la doctrina de fe que estuvo bajo su custodia. La foto de Levada, tomada tras su detención por la policía de Hawai, es patética:



También podría valer como caricatura satírica, quasi-alegórica, cruelmente realista: Así es, o así llega a ser, el rostro de nuestra Jerarquía Católica, la actual. Sin púrpura, con pectorales baratos, sintiéndose incómodos con sus ornamentos propios, los tradicionales, viviendo en el desnivel de una socialización que confunde sencillez y humildad con vulgaridad y degradación...de formas y de esencias.

Han asumido el papel de gestores, agentes de relaciones y publicidad, hombres de mundo. Se han olvidado de que son sacerdotes y príncipes, los príncipes de una Nación Santa, los príncipes del Pueblo Santo que camina en el mundo y no es del mundo, que dirige sus pasos a la Patria Celeste, al Reino de Dios.

Qué lejos estamos de paradigmas como el del gran Cardenal Merry del Val, y cuánto necesitamos que vuelvan.

Pro bono fidelium et ad gloriam Dei.


+T.