En este blog, hace unas semanas encabecé una entrada sobre el eclipse lunar del pasado día 2 con unas instantáneas de la Luna, tomadas aquella noche desde Suiza. Asombra el comparar las fotografías con las acuarelas de Galileo, por su enorme coincidencia.
Claro que se trata de un cuerpo astral que repite fases, eclipses, órbita desde...desde...desde que la Luna es satélite de la Tierra... Claro. Y por eso la coincidencia entre unas acuarelas de principios del XVII y unas fotos de cuatro siglos después.
Pero la evidencia no me quita admiración. La Luna de Galileo, siendo la misma que yo veo, no es la misma Luna en cuanto contemplada por el inteligente astrónomo pisano y por mí mismo; la Luna que él comprendió, tan lejos de la que yo siento. Digo esto por diferenciar expectadores y experiencias, sin medir la vanidad de lo que ver la Luna puede ser para mí , y la inteligencia que supuso para el maestro. Pero es la misma Luna.
Con Galileo dibujando lunas, se me ha ido el pensamiento a Galilea y a la Luna: Se está formando, está dibujándose en el cielo la Luna de Pascua, la Luna llena de Nisán, la Luna de la Pasión.
Es la Luna de Moisés y el Éxodo, la Luna de cada Pascua celebrada en el Antiguo Testamento. Y la Luna que asomaba entre los olivos de Getsemaní; la que dió brillo a las lágrimas de Pedro; la Luna que alumbró al Hijo del Hombre la noche de su Pasión; la Luna del jardín de su Sepulcro, la Luna de su Santa Resurrección...
Cuando niño, en estas noches vísperas de la Semana Santa, mi madre, desde el patio de mi casa, me enseñaba la Luna:
- "Mira, ya está casi completa la Luna llena del Señor...".
La misma Luna.
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