viernes, 19 de noviembre de 2010

Derrumbar la Cruz del Valle


Mi padre estuvo en la inauguración del Valle de los Caídos. Conservó mientras vivió un trozo de bandera española, un pedazo de la cinta que se cortó durante la ceremonia. Tenía pensado llevar al Valle los restos de su único hermano, caído luchando por Dios y la patria, contra los rojos, cuando tenía poco más de 18 años, en Enero de 1939, a dos meses de la Victoria. Al final nunca llevó a cabo el traslado, que yo dudo si estuvo verdaderamente en su intención. Ahora, desde hace unos años, los restos del tío Antonio descansan junto a los de sus padres, mis abuelos.

Mi padre, cuando iba a Madrid, siempre buscaba un hueco para hacer una visita al Valle de los Caídos. Admiraba el monumento y se emocionaba con lo que significaba. Él lo sabía muy bien porque sufrió la Guerra intensamente, quedando marcado, en el cuerpo y en el alma, mientras vivió. La última vez que estuvo en el Valle fue para el entierro de Franco, con mi madre, los dos con sus camisas azules, conscientes de que asistían a un ritual que ellos también protagonizaban. Sabían que se cerraba una época, la suya, que habían vivido leales a lo que amaron, profesaron y defendieron. Hasta el final.

Ni mis hermanos ni yo estuvimos nunca en el Valle de los Caídos. No era cosa de niños, decían en casa cuando alguna vez pedimos que nos llevaran. Sólo guardamos algunas tarjetas postales que nos escribían mis padres desde Madrid; unas pocas son del Valle de los Caídos, la Cruz monumental y el altar mayor de la Basílica. Ninguno de mi familia, supongo, tiene nada más en sus recuerdos, si tienen alguno sobre eso. Tampoco yo he sentido ninguna atracción especial por el monumento; si algo me ha interesado un poco ha sido la comunidad benedictina, por un amigo que frecuentó la hospedería, otro que iba con cierta regularidad porque hizo amistad con los monjes, y uno que estuvo de novicio y lo dejó al cumplir la probación.

Pero desde hace unos años el Valle ha salido en más de una conversación, casi siempre por noticias que alguien traía contando la situación cada vez más incómoda que vivían los monjes de la abadía. Un premeditado y constante acoso. Como conocíamos la catadura de los implicados, nos hicimos idea de que la cosa iría a peor. Como ha sido.




Están padeciendo una situación trazada ex profeso para acabar con el recinto monumental, la Basílica, la Abadía y toda huella de lo que es y se quiso que fuera el Valle de los Caídos. La cuestión es si se logrará. Por lo pronto, como efecto inmediato, el Valle y su crisis están en primera página. Y ha removido sentimientos, admiraciones y entusiasmos que parecían pasados, o por lo menos templados, muy templados, casi tan fríos ya como las piedras del recinto memorial. Pero el efecto de la actualidad va subiendo el ardor, tan próximo el 20-N, una fecha especialmente sensible, este año con más motivo.

¿Se ha buscado intencionadamente el desafío provocativo coincidiendo con la efemérides del 20 de Noviembre? Porque el tema del Valle, la restauración de la Piedad, la tensión con la comunidad monástica, cada uno de esos episodios han ido ocurriendo durante todo este curso pasado. Si la basílica suponía un peligro para los visitantes y turistas, si se tenía que cerrar, ¿por qué no se cerró a mediados de Agosto, cuando menos gente va, y no ahora, en Noviembre, precisamente el Domingo que estaba el Papa en España, a dos semanas del 20-N? No parece que haya sido casualidad reunir tantas casualidades, concentradas en una fecha tan señalada, justo en Noviembre, el mes del Valle de los Caídos.

¿Se desearía (se busca?) una reacción que terminara en incidente grave, con las consecuencias que son de temer en un caso así? Me imagino muchas escenas, todas posibles dadas las circunstancias. Espero y deseo que no pase nada, que la agitación que pudiera surgir no termine en nada que hubiera que lamentar. Pero reconozco que las cosas no se han enconado espontáneamente, sino que se han ido excitando de forma muy efectiva.

¿Estará feliz Zp con su obra? ¿Estará satisfecho?

Con España bajo una amenaza-tensión de debacle social y económica como nadie se podría imaginar, con 4 millones de parados reconocidos (más los que no se cuentan porque no se quiere), con todos los rotos y descosidos, las mil corruptelas y corrompidos...¿Estará Zp contento?

El personaje es tan patéticamente ridículo que puede que sí. Que se imagine que ha cumplido, que ha hecho obras grandes, que deja un mundo mejor que el que le dejaron. Sin guerras, con las civilizaciones aliadas, con España más buena, más verdadera y más libre, con la fórmula de aquel retruécano medio blasfemo de que la libertad nos haría verdaderos.

Al borde del precipicio, a punto de desbarrancarse y arrastrar a la nación en su propia (y merecida) ruina, la obsesión del gran fantasma nacional es derribar la Cruz, abatir ese signo que le traumatiza, precisamente en ese punto monumental donde confluyen y conectan los sentimientos atávicos que parecen haber movido su inolvidable des-gobierno.

Él sabrá por qué cadena mental de conexión de hechos, personas, signos e interpretaciones.

Yo si sé por qué he sentido un escalofrío al leer esta mañana la noticia:

Piden la voladura de la Cruz del Valle de los Caídos

¡Por mis muertos! Si al Zp le remuerden y espolean sus muertos, a mí me claman los míos, que son, que han sido, que serán mejores que los suyos, siempre mejores, en la vida y en la muerte, en el tiempo y en la eternidad.

Descansar bajo el signo de la Cruz, desear estar y aguardar la gloria bajo sus brazos, bajo sus alas, es un anhelo y una militancia: Queremos estar y luchamos para poder permanecer.

Los que piden dinamitar la Cruz del Valle serán cuatro gatos (o cuatro ratas); cinco si Zp está con ellos. No más.

Los de la Cruz somos yo no se cuàntos, una multiud ingente de esas que se cuentan con números apocalípticos, todos marcados con el signo de la Cruz.



Muchas veces recuerdo y predico que la Cruz es cruz, que es dolorosa por naturaleza y gloriosa por gracia sobrenatural. Padecerla mortifica y lastima; pero si se une a la Cruz del Redentor, santifica y glorifica. Sufrir la cruz y llevarla como Cruz es un signo de redención.

Por eso hoy me he sentido caído y exaltado, por la Cruz que quieren derribar y la Cruz que nunca podrán quitar, la que redime al mundo, la que aparecerá finalmente en el cielo y todos verán; también quienes la atacaron, también los que la abominaron.

Con la imagen presente de Asia Bibi, la joven paquistaní condenada a la horca por cristiana, reconozco la huella del maligno, del anticristo enemigo de la Cruz, por tantos sitios, por todo el mundo. Y tengo en mente el rostro de los enemigos, con rasgos tan reconocibles. Si los de aquí no ahorcan, no degüellan, no fusilan, sólo es cuestión de distancia histórico-social, no por falta de violencia intencional. Se persigue de otro modo, se ataca con otras armas, pero la agresión es la misma y los agresores son los mismos.

Conviene recordar y no olvidar las palabras del Apóstol, para encuadrar las cosas y entenderlas:

"...nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso..."

Ef 6, 12ss.


Y sigue diciendo: ¡Tomad las armas de Dios para poder resistir!, como si nos hablara a nosotros y nuestro tiempo. A nosotros que vemos como se persigue a la Cruz que es nuestra señal, nuestra esperanza, nuestra gloria.


Y nuestra arma.


¡La del Valle - especialmente ahora - también!


+T.