martes, 16 de octubre de 2007

Almoneda

En Sotheby's van a subastar el óscar que le dieron a Orson Welles por Citizen Kane (1941). A saber cuánto pagarán finalmente, pero la estima oscila entre los 800 mil $ y el millón doscientos. Ya ha sido subastada una vez, esta es la segunda. Parece ser que Welles la entregó como "pago" a un colaborador, que lo intentó vender; la hija de Orson le demandó y recuperó el óscar, que a su vez ella vendió a una fundación, que es la que ahora lo saca a subasta.
No es nada, sólo uno de esos idolillos que dan en Hollywood, tan desprestigiados como, verbigracia, un Nóbel o un Planeta (en su escala cada uno). Pero Orson Welles sí vale, y por Welles siento este episodio de lacrimae rerum.

Algunas veces pienso qué pasará con mis cosas, las cosas que quiero porque en ellas ha quedado algo de mí o de los míos. Me preocupan sobre todo tres o cuatro géneros: Libros, papeles, cuadros, imágenes y fotografías; también algunas prendas de vestir y algunos cachibaches particulares.

Cuando compro algún libro en librerias de viejo, siempre me pregunto por su dueño primero, y por las otras manos por las que habrá pasado; suelo encomendarlos con una jaculatoria, o algo así, como una forma de agradecerles que su libro haya llegado a mi poder. Lo mismo cuando adquiero otros objetos de esos que busco con cierta pequeña pasión. (Alguna vez me definí como "estático acumulativo", pensando en esto que cuento).

Las cosas que nos acompañan y que han hecho cierta vida con nosotros, la participan. También la entorpecen y complican, y hasta enrarecen; desprenderse de algunas supone una liberación de ellas, higiénica para el alma y la mente, un ejercicio recomendable para hacer de tiempo en tiempo. Pero esas cosas que se dan suelen haber perdido parte de su valor o interés, y por eso se dejan ir con facilidad. Otras no: Van creciendo en aprecio, aquilatándose, ya sea con felicidad, ya con dolor, siempre con recuerdo.

Cuando hubo que vender la casa grande del pueblo, fuí testigo de una escena de esas que no se olvidan. Mis tías recogieron en un dos cajones grandes de tabaco todas las fotos que pudieron; eran fotografías antiguas, de la familia, parientes y amigos. Nos explicaron - nosotros éramos niños, pero entendíamos - que no querían que rodaran por ahí, sin saber quién las tendría, y por eso las quemaban. Hicieron una candela en uno de los corrales, y quemaron los dos cajones de fotos.

Ahora comprendo que era algo más, como una de esas vánitas que hacían en Florencia cuando Savonarola clamaba penitencia y la gente amontonaba muebles y ropas y cuadros y todo ardía en una hoguera de vanidades cosumidas por el fuego y reducidas a humo y cenizas. Momentos en los que toda una vida que declina se va con las cosas que fueron parte de ella. Si quedaran las cosas, la vida vinculada a ellas sería un absurdo ilegible, sin sentido, sin claves.

...O quizá bellos enigmas que despertaran en otros el eco del alma que las sintió.
Pero tengo claro que hay cosas que son para vivir o para quemar, nunca para vender.

Lácrimae rerum!


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Clérico-ficción (thriller de)


El boletín de la agencia Zenit sorprende - me sorprende - de vez en cuando con noticias que no sé qué pintan en un bolentín de una agencia como Zenit.

El de esta tarde trae una entrevista con un mozo de treinta y siete años que ha escrito un novelorio que dice Zenit que se está vendiendo y es casi best seller (horreur!). Y más horreur porque el novelorio del quasi cuarentañero es un thriller, una ficción eclesio-satánico-clerical-policíaca de intriga (no sé si sale sexo, que sería el colmo-olmo).

Pregunta el de Zenit: -"Pensábamos que la marea de «El código da Vinci» ya había pasado. "

Contesta el autor de treintisiete años: -" No sólo no se ha acabado con «El código da Vinci» ni con otras novelas que aprovecharon el tirón comercial de aquel libro. Es más, aquella literatura-basura prostituyó un género que no puede manejar quien no tenga fe, salvo que le sea ajeno el riesgo de caer en la desinformación o directamente en la calumnia."

Tendría que haber contestado simplemente : - No, como prueba mi novelorio. Voicí.

Mantengo la tesis de que el combate contra el enemigo no puede/no debe hacerse hacerse con las armas del enemigo; que una bomba atómica no se convierte en una bomba santa porque se bendiga con agua bendita y se adorne con una cruz; que una prensa amarilla no se combate con una radio amarilla. Verbigracia.

Me imagino que en el fondo ese novelorio del codigucho y la demás pseudo-novelítisca de ese pseudo-género que tanto vende, es por algo: Es porque engancha y crea adicción. Suele pasar. Y me atrevo a pensar que el autorcete de 37 del noveloriete que cuenta Zenit (hay que ver!), es un fascinado adicto del codigucho y que su novela es consecuencia, criatura, engendro de una loca e irresistible pasión (iba a añadir también "inconfesable"...pero no sé, porque la entrevista suena a, por lo menos, cuenta de conciencia).

Tengo un temor, una aprensión: Que la gente piense, se imagine, sospeche, que la Iglesia es así; que eso pasa en las Iglesias, que eso hacen los curas, que así es la Curia, que esos son los Cardenales, y que el Papa hace eso. Tengo este miedo. ¿Infundado? ¿No lo cuenta Zenit?

¿Digo como se titula el novelorio? Pues como una entrega de Harry Potter: "La sangre del pelícano". Original el muchacho de los trentisiete, como se ve. Lo peor es que lo explica y todo, con cita del Adoro te devote y Stº Tomás al canto, para que se sepa que sabe.

¿Que si yo no he leído bagatelas? Si, claro está que también he leído chucherías gustosa y despreocupadamente. Pero yo leía las cosas del Padre Brown de Chesterton...que no son lo mismo, que no es lo mismo.

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