No es nada, sólo uno de esos idolillos que dan en Hollywood, tan desprestigiados como, verbigracia, un Nóbel o un Planeta (en su escala cada uno). Pero Orson Welles sí vale, y por Welles siento este episodio de lacrimae rerum.
Algunas veces pienso qué pasará con mis cosas, las cosas que quiero porque en ellas ha quedado algo de mí o de los míos. Me preocupan sobre todo tres o cuatro géneros: Libros, papeles, cuadros, imágenes y fotografías; también algunas prendas de vestir y algunos cachibaches particulares.
Cuando compro algún libro en librerias de viejo, siempre me pregunto por su dueño primero, y por las otras manos por las que habrá pasado; suelo encomendarlos con una jaculatoria, o algo así, como una forma de agradecerles que su libro haya llegado a mi poder. Lo mismo cuando adquiero otros objetos de esos que busco con cierta pequeña pasión. (Alguna vez me definí como "estático acumulativo", pensando en esto que cuento).
Las cosas que nos acompañan y que han hecho cierta vida con nosotros, la participan. También la entorpecen y complican, y hasta enrarecen; desprenderse de algunas supone una liberación de ellas, higiénica para el alma y la mente, un ejercicio recomendable para hacer de tiempo en tiempo. Pero esas cosas que se dan suelen haber perdido parte de su valor o interés, y por eso se dejan ir con facilidad. Otras no: Van creciendo en aprecio, aquilatándose, ya sea con felicidad, ya con dolor, siempre con recuerdo.
Cuando hubo que vender la casa grande del pueblo, fuí testigo de una escena de esas que no se olvidan. Mis tías recogieron en un dos cajones grandes de tabaco todas las fotos que pudieron; eran fotografías antiguas, de la familia, parientes y amigos. Nos explicaron - nosotros éramos niños, pero entendíamos - que no querían que rodaran por ahí, sin saber quién las tendría, y por eso las quemaban. Hicieron una candela en uno de los corrales, y quemaron los dos cajones de fotos.
Ahora comprendo que era algo más, como una de esas vánitas que hacían en Florencia cuando Savonarola clamaba penitencia y la gente amontonaba muebles y ropas y cuadros y todo ardía en una hoguera de vanidades cosumidas por el fuego y reducidas a humo y cenizas. Momentos en los que toda una vida que declina se va con las cosas que fueron parte de ella. Si quedaran las cosas, la vida vinculada a ellas sería un absurdo ilegible, sin sentido, sin claves.
...O quizá bellos enigmas que despertaran en otros el eco del alma que las sintió.
Pero tengo claro que hay cosas que son para vivir o para quemar, nunca para vender.
Lácrimae rerum!
&.