lunes, 2 de enero de 2012

Jesus cantado y rezado por Don Baltasar


Para rezar en la fiesta del Santo y Dulce Nombre de Jesús, que es hoy, me parece excelente este precioso soneto de Baltasar de Alcázar:

Jesús, bendigo yo tu santo nombre;
Jesús, mi corazón en ti se emplee;
Jesús, mi alma siempre te desee;
Jesús, loete yo cuando te nombre.


Jesús, yo te confieso Dios y hombre;
Jesús, con viva fe por ti pelee;
Jesús, en tu ley santa me recree;
Jesús, sea mí gloria tu renombre.


Jesús, medite en ti mi entendimiento;
Jesús, mi voluntad en ti se inflame;
Jesús, contemple en ti mi pensamiento.


Jesús de mis entrañas, yo te ame;
Jesús, viva yo en ti todo momento;
Jesús, óyeme tú cuando te llame.

En algún sitio lo he visto atribuído al Licenciado Dueñas, un error que aclaró el eximio Don Francisco Rodríguez Marín: Al parecer se remonta a una edición publicada por Justo Sancha (supongo que el Romancero Y Cancionero Sagrados, colección de poesías cristianas, morales y divinas, sacadas de las obras de los mejores ingenios españoles por Don Justo de Sancha). Por lo visto, la atribución de Sancha a Dueñas carece de fundamento, pues en el códice méxicano de la Biblioteca Nacional sobre el que aplica su trabajo, el soneto de B. de Alcázar aparece anónimo, particular que se repite en la copial susodicho manuscrito realizada por Paz y Melia, que tampoco pone nombre de autor.

Sentado que es de Baltasar de Alcázar, les confieso la simpatía que le profeso a este amable vate de nuestro Siglo de Oro, sevillano y bienaventurado, que tuvo la gracia de poner rima a la vida y sus placeres sencillos.

Me ofenderé si los que esto leen confesaren que no conocen la poesía de Inés y berenjenas con queso, tan rica y sabrosa:

Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón
y berenjenas con queso


Pues de ese estilo son otros poemas de Don Baltasar, amante del buen vivir, el comer y el beber (e Inés, también; aunque no se deslinde el plano ni la precedencia, si puede más Inés o tiran más las viandas).

Tiene otra que se llama Cena Jocosa, que merece se detengan Uds. a leerla (o escucharla también, en esta versión).


Otra que me gusta es la que canta su declive de viejo bien cuidado en Ronda, en casa de su hija, donde pasó sus postreros años:

Deseáis, señor Sarmiento,
saber en estos mis años,
sujetos a tantos daños,
cómo me porto y sustento.

Yo os lo diré en brevedad,
porque la historia es bien breve,
y el daros gusto se os debe
con toda puntualidad.

Salido el sol por oriente
de rayos acompañado,
me dan un huevo pasado
por agua, blando y caliente.

Con dos tragos del que suelo
llamar yo néctar divino,
y a quién otros llaman vino
porque nos vino del cielo.

Cuando el luminoso vaso
toca en la meridional,
distando por un igual
del Oriente y del ocaso,

me dan asada y cocida
una gruesa y gentil ave,
con tres veces del suave
licor que alarga la vida.

Después que cayendo, viene
a dar en el mar Hesperio,
desamparado el imperio
que en este horizonte tiene;

me suelen dar a comer
tostadas en vino mulso,
que el enflaquecido pulso
restituyen a su sér.

Luego me cierrán la puerta,
yo me entrego al dulce sueño,
dormido soy de otro dueño;
no sé de mi nueva cierta.

Hasta que, habiendo sol nuevo
me cuentan cómo he dormido:
y así de nuevo les pido
que me den néctar y huevo.

Ser vieja la casa es esto:
veo que se va cayendo,
voile puntales poniendo
porque no caiga tan presto.

Más todo es vano artificio;
presto me dicen mis males
que han de faltar los puntales
y allanarse el edificio.

Es de viejo paladar esa dieta de huevo, vino dulce y pan tostado con que se mantuvo el buen Don Baltasar usque ad finem. Pero a mí me gusta más su piedad, que como buen caballero de su tiempo (¡ay aquella España!) era en él sincera, rezadora y bien rimada. Como empecé con el soneto a Jhesús (con esta grafía de 'Jh' aparece escrito el Santo Nombre en algunas ediciones de la obra de Baltasar de Alcázar), concluyo este articulete con otra pieza sacra, también compuesta en su vejez, una confesión que destila conmovedora sinceridad:

Cansado estoy de haber sin Ti vivido,
que todo cansa en tan dañosa ausencia;
mas, ¿qué derecho tengo a tu clemencia,
si me falta el dolor de arrepentido?

Pero, Señor, en pecho tan rendido
algo descubrirás de suficiencia
que te obligue a curar como dolencia
mi obstinación y yerro cometido.

Mi conversión es tuya y Tú la quieres;
tuya es, Señor, la traza, tuyo el medio
de conocerme yo y de conocerte.

Aplícale a mi mal, por quien Tú eres,
aquel eficacísimo remedio
compuesto de tu sangre, vida y muerte
.


... Los dos años que estuve de cura en Los Molares, donde Don Baltasar fue alcaide, algunas tardes rezaba en el Sagrario la bella letanía del soneto de Jesús, y otras añadía este otro, como un estrambote de conversión.


+T.