martes, 17 de abril de 2007

Quién sería?

No semos náide, que decía aquel. Yo lo digo por el pobre Quevedo - q.s.G.h.- de cuyo polvo enamorado se han escrito por docenas cosas como la que yo escribí, y que luego de tanta semblanza y polvareda, resulta que sólo son 10 los huesos que se certifican como suyos. Que por otra parte es lo que se puede esperar que quede de una osamenta de mediados del XVII, que aunque se proclame enamorada, pulvis et cíneres son, y sanseacabó no tiene vigilia.

Esto de los restos mortales, es asunto cómico o trágico, depende. Yo me echo a temblar si me toca hacerme cargo de renovar nichos de la familia, a la que siento; pero me presto, si hace falta y sin tráuma, a enterrar muertos ajenos, que son otra cosa y que además se gana mérito porque es obra de misericordia. Si los restos son de uno del Siglo de Oro, la ocasión, si se presenta, es para no perdérsela. Yo fuí relativo testigo de uno de esos "descubrimientos", hará unos quince años, en Roma. La cosa no trascendió ni yo voy a pecar de indiscreto, pero algo voy a contar.
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Y fué que un gran prelado de aquí, a punto de llegarle la edad de presentar la renuncia a su Sede, quiso recuperar los restos de un predecesor suyo que por azarosos y penosos episodios de la Historia, finiquitó sus días en Roma, y en Roma se quedó. No es mal sitio Roma para esperar el Juicio y la Vita Venturi Saeculi, y de haber sido yo el muerto y sepultado, maldita la gracia que me hubiera hecho que después de cuatro siglos y medio me hubieran removido los huesos.

El difunto prelado en cuestión descansaba en la cripta de debajo del Altar Mayor de una de las más bellas, artísticas e históricas Iglesias de Roma, codeándose en su descanso con Santos, Beatos, Papas, artistas y prelados de primer rango (aunque él también lo era). El prelado que tuvo la ocurrencia de reintegrarlo a su sede hispana, usó de todas sus influencias para conseguir de las altas instancias de la Iglesia y el Estado que su deseo se viera cumplido, y lo consiguió. No sé si querría añadir un capítulo a la Historia a costa de no dejarla descansar, pero, aparentemente, lo intentaba.

Después del papeleo, lo último era recoger los restos y traérselos a España. Y llegada que fué la hora de esa emocionante operación, surgió el más insospechado de los obstáculos (para el prelado y los ejecutores de su capricho). Fué este que los muy cándidos pensaron que debajo de la losa, estaba el muerto; pero la lápida con su inscripción era una más entre las muchas del solemnísimo presbiterio, y debajo de la losa no estaba la sepultura individual; debajo de la losa estaba la amplia cripta del espacioso presbiterio con todas las sepulturas que se pueden imaginar.
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- "¿Y cual es?..."

- "¿Y cual será?.."

- " ¿Y cual sería?..."

Y como nadie sabía, ni en ningún papel rezaba, ni ningún documento lo contaba, se resolvió el dilema mortal con la más expeditiva circuspección por aproximación. Esto es: Miraron desde la cripta al techo de la bóveda, y calcularon la losa de arriba, y trazaron una perpendicular a tierra, y la sepultura que cayó debajo esa fué; recogieron los huesos, los pusieron en una caja ad hoc, se levantó acta solemne, y se trajeron el reverendo depósito al corazón de España.

Unos amigos y yo, testigos cercanos del episodio, todavía nos preguntamos qué fraile sería el solemnemente trasladado, porque apenas cabe duda de que el buscado no fué el hallado ni el recibido. A saber.

Y es que quizá, como decía, el eximio prelado estaba ya acomodado en el humus de la Roma eterna, y se las apañó para no moverse...a estas alturas.


É vero, ma non so s' é ben trovato.

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Por un plato


Eran restos de viejas vajillas que se iban rompiendo en la mesa o el fregadero, y los impares sobrevivían a la suerte de la compañía; los desportillados, cascados, rajados y pegados, dependía de la gravedad de cada caso para concederles un efímero indulto.

Tuve un bisabuelo, coronel de caballería, que fué experto en la faena: Rara era la noche que no partía una sopera en la cena, bién asentándola con golpe seco sobre el salvamantel, bien dándole un marcial golpe de cazo o cucharón. Las soperas, fuentes, besugueras y salseras víctimas del abuelo Ricardo, eran legión.

Aparecían con dignidad cuando podían salir nones, sin el resto de la vajilla original; esto es, o en la mesa familiar de confianza, sin invitados, o cuando se mandaba un regalo guisado en casa - o postre o fruta o dulces - a casa de alguien. Pero no estaban para solemnidades.

Y eso que eran buenos: De la Cartuja, o con los bordes dorados y las iniciales del bisabuelo y la bisabuela también dorados; otros eran de nosequé fábrica de nosedonde sitio; de un viaje a Inglaterra, trajeron una vajilla completa, que también fué pereciendo plato a plato.

En mi familia siempre hemos tenidos artistas domésticos, y con los platos sueltos hacían virguerías: Los pintaban, los adornaban, los doraban; al final se colgaban en el patio de dentro, entre las macetas de las paredes. De mi tío Antoñito que murió en el Frente de Extremadura, había toda una colección con motivos geométricos, otros con flores y algunos con perros y caballos.

A veces volvían, no se sabe cómo, a la mesa, y eran toda una nostálgica evocación del tiempo que se fué rompiendo con los platos. Ayer tuve un reencuentro con uno de esos platos heróicos, y fué una emoción tomar la sopa sorbiendo recuerdos a cucharadas.


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