martes, 31 de julio de 2012

Ignacio, un capitán traicionado por su tropa


Alguna vez me pregunto cuándo comienza el declive de una institución, en qué momento de la vida/muerte de su fundador, con cual de sus epígonos, en qué época, cuando qué episodio del período post-fundacional. Si pienso en la Compañía de Jesús, el coloquio sería muy interesante.

De hecho, pocos negarían la actual decrepitud de la Compañía. En los últimos 15 años he sufrido la pérdida de cinco o seis confesores/directores espirituales. Ahora no sé a quien acudir, porque no me fío. Y no es que dude de la competencia de los Padres de la Compañía, es que me consta su des-catolicismo agudo, imparable. Son buenos, amables, finos, pero ya no son jesuitas-jesuitas. Son otra cosa.

Sin embargo no han perdido algunas de sus gracias, marcas, tendencias y tics característicos. Por ejemplo, la tan polémica y publicitada opción preferencial por los pobres nunca ha sido incompatible con la delectación relacional con los ricos, cultivada con esmerada dedicación; entre pobre y pobre preferente nunca ha faltado un rico amigo para patrocinar las obras de la Compañía.

Item más: Lo habitual, durante estos 50 años de post-concilio y arrupismo a toda vela, lo corriente y más frecuente ha sido que los Ellacurías & cía. de la Compañía siguieran y sigan siendo chicos de buenas familias, de clase acomodada, seducidos por los ideales marxistóides humanitaristas de la neo-Compañía, hombres de vanguardia misionera en los trópicos con familia y relaciones burguesas en casa. Los colegios han seguido suministrando vocaciones, pocas, cada vez menos, pero todas del mismo corte. Desde luego, ya no entran Grandes de España como Borja, los últimos de la nobleza debieron ser los Aldama, pero ese perfil de clase característico de la Compañía se ha mantenido mucho, hasta hoy mismo.

Por eso tienen fortuna empresas jesuíticas como esta:

Universidad de Loyola en Andalucía

que además, con un sólo año de proyecto, son premiadas:

Universidad de Loyola galardonada

Que te premie la Junta es sospechoso, y cualquier premio de la Junta apesta a corruptela sociata. Pero he aquí que las relaciones funcionan, y que la Junta laicista contra-católica del psoe for ever se lleva bien con los jesuítas y sus sponsors, esos apellidos de la poca pero rica industria andaluza, gente moderna, sin escrúpulos a la hora de entenderse con el poder siempre que sea poder; y a la vez - y sin contradicción ni solución de continuidad de afectos - señores antiguos alumnos jesuítas de varias generaciones, jesuitones de pura cepa, con abuelos lectores del Padre Coloma y nietos aficionados a Toni de Melo.

La entente funciona. Pero los frutos de esa Universidad Loyola ya no serán católicos. Serán filantrópicos. Serán sociales. Serán profesionales. Serán estupendos nuevos sostenes extra-eclesiales para lo quede de la poca Compañía que perdure. Serán empresarios y gestores modelos, estupendos apellidos que prestarán recursos y mantendrán influencias. Pero no serán católicos, por lo menos católicos de aquellos que Ignacio de Loyola definía y perfilaba en sus Ejercicios Espirituales, el perfil que los jesuitas mantuvieron y transmitieron hasta la catastrófica neo-compañía de Arrupe.

Ahora que el derrumbe de la Facultad de Teología de La Cartuja, en Granada, es estrepitoso, en vez de procurar la re-sanación del degenerado centro y exorcizar los espectros de Castillo, Estrada et alii, los actuales rectores de la Compañía optan por las tecnologías y el marketing. La languideciente Cartuja seguirá infectando con mala doctrina hasta que se jubile (falta poco) el último jesuíta docente, mientras se buscan y promocionan alumnos y matrículas para los nuevos centros académicos/técnicos de la Compañía.

Recuerdo la primera vez que escuché estos versos que, sin duda, son de procedencia jesuítica:

Bernardus valles, colles Benedictus amabat, Oppida Franciscus, magnas Ignatius urbes

Se refiere al lugar en que se edificaron los monasterios y los conventos de las órdenes religiosas, el enclave que se escogió como más idóneo por sus fundadores: A San Benito le gustaban los montes, los valles a San Bernardo, los extramuros a San Francisco, a San Ignacio las grandes ciudades, las metrópolis.

Claro que hay una distancia entre una gran ciudad del siglo de San Ignacio y una metrópolis del siglo XXI. Algunas veces tengo la impresión de que estos estupendos jesuítas gestores estarían a sus anchas en la City de Londres, en Wall Street, en el centro financiero de Singapur o en el de Hong Kong. En su salsa.

Y seguro que encuentran una excusa 'ignaciana', lo mismo que se motivaron desde San Ignacio tantos jesuítas acertados y errados cuando tuvieron que justificar sus iniciativas. Para mí es evidente que lo que existe actualmente es otra Compañía, con otros productos espirituales, humanos y materiales, nada ignaciana, sólo con el sello de la historia y la excusa que desde los supuestos ignacianos puedan servir de coartada para una pseudo-identidad.

Qué pena que cuando se pudo no quisieran. Qué poca vista tuvieron. Cuánto confiaron en la Compañía material y qué lejos les queda hoy la Compañía que San Ignacio fundó, tal y como él la fundó.


+T.