En mi casa, desde antes que yo naciera, hay fotos y estampas y medallas de Pio XII. Su imagen es tan familiar para nosotros como la de uno de nuestros abuelos o viejos parientes. Siempre venerado, admirado y querido. Mi madre le tenía especial aprecio a un pequeño busto policromado, representándole con la muceta ribeteada de armiño, las gafas doradas y el solideo blanco. Está desgastado, como esos objetos que se limpian y tocan con cariño, siempre en el mismo sitio. Sigue estando donde lo tenía puesto mi madre.