martes, 12 de junio de 2007

Ut Rufina adveniat, et nobiscum maneat!


Hace dos o tres años, Sevilla entera se ilusionó con un cuadrito que era casi el retrato de su propia inocencia. Después se desencantó, como ante la foto de una hermosura perdida, o una nostalgia de lo imposible.

No sé si podrá acreditarse la Santa Rufina como obra indudable de Velázquez; pero con firma o sin ella, con documento o sin él, el cuadro es un poema de bellezas sevillanas que enamora.

Alguna vez me he preguntado qué habría pintado Velázquez si no se hubiera ido de Sevilla. Yo mismo me he contestado y he explicado a otros que su obra habría sido parecida en temática y catálogo final a las de Zurbarán, Murillo o Valdés Leal, y lo que se hubiera perdido en Felipes, Austrias, Infantas y enanos, se habría ganado en Cristos, Vìrgenes, Santas y frailes.

Pero un genio dotado para el arte, es grande y pinta hermosura lo mismo si retrata a una vieja friendo huevos, un aguaó con su cántaro, o una infanta de Habsburgo prognata y con verdugado.

Un Velázquez añejándose en Sevilla, habría llenado de la gracia de esta Santa Rufina las Iglesias y los Conventos de la ciudad que tan feliz hubiera sido con él en ella.

Ahora, cuando vuelve a ser posible que vuelva a Sevilla, la nostalgia ansiosa es casi una rogativa de empeño a la Santa, para que se quede en su casa y la regale.

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