martes, 28 de febrero de 2017

La blasfemia de 'el otro'


Escrito está: ‘No se cosechan uvas de los espinos ni higos de las zarzas’ (Mt 7,16). Añadamos, en el mismo sentido, que lo degenerado engendra degeneración.

Lo de la aberrante blasfemia de Las Palmas es el producto de la aberración ideológica pseudo-cultural del movimiento gay-lesbi, ese escandaloso infra-mundo de la decadente sociedad del occidente postmoderno.

Esta forma de invasión agresiva de los espacios sociales y culturales, no es ni inocente ni indiferente. Desde que surgen, sus orígenes viciados pretenden la provocación y la lesión de los conceptos naturales, tradicionales, familiares, religiosos, éticos, estéticos. Hacen de todo una deformidad grotesca que, consciente o inconscientemente, refleja el caótico interior de sus autores y promotores. Dan lo que tienen y muestran lo que han llegado a ser.

El ofensivo e impío escenario de Las Palmas no es, sin embargo, algo novedoso. En Sevilla, sin ir más lejos, hace más de quince años que mantienen en una de esas archi-subvencionadas salas de teatro, una ofensiva pantomima que ridiculiza los sentimientos piadosos y familiares de los católicos sevillanos. La pieza se titula ‘Estrella Sublime’, abusando del nombre de una antigua devoción de las cofradías de la ciudad, así como de una marcha procesional del mismo título. Si cuando su estreno se armó un pequeño revuelo y hubo algunas quejas, todo quedó en un intrascendente resquemor, sin más consecuencias. Ni las cofradías actuaron contundentemente, ni la Iglesia Hispalense se sintió herida u obligada a protestar, denunciar o defenderse contra la ofensa. Porque la pieza satírico-cómica es ofensiva para quien tenga un mínimo de sensibilidad religiosa y sevillana. Sus autores, promotores y actores saben qué hacen. Los afectados, sin embargo, no queremos litigar por eso, una pelea que sería incómoda, extensa, y, para que tuviera algún resultado apreciable, necesariamente intensa.

Si las subvenciones ‘culturales’ terminan en esos estercoleros, existe suficiente materia y causa para pleitear. Pero intuir que son batallas perdidas, dadas las circunstancias, hace desistir a quienes podrían animarse al combate. Si me dicen que no merece la pena el desgaste, les comprendo. Metidos en el fango del cenagal general, parece una quijotada guerrear contra quasi todo y todos para limpiar lo que está sumergido en la inmundicia.

Cuando sucede algún brote especialmente insultante, como lo de Las Palmas, el espoleo nos hace quejarnos un par de días, una semana, lo más. Y volvemos, seguidamente, a la indolente tolerancia, al cómodo desinterés.

Hay que insistir y subrayar que la ofensa es contra las creencias y los signos cristianos y católicos. Con los moros, Mahoma o la Meca no se meten, no hacen falta advertencias porque todos estamos muy traumáticamente advertidos de que los de Mojamé no admiten bromas.

También digo que los tiempos que vivimos, bajo las Jerarquías que nos pastorean, no son propicios para plantear una Cruzada o una Liga Santa, todo lo contrario. Lo que nos piden es tascar el freno, tener las riendas, aguantar espuelas y no hacer ruido, no se nos espante el enemigo, que no debe ser tildado de tal, porque es ‘el otro’, y es más respetable que Dios mismo. Dios, frente a ‘el otro’, no importa.


+T.