Tienen un significado primero, impactante, por su belleza, por su elocuencia, por su actualidad, porque me traen un recuerdo, porque me emocionan, porque me inspiran un verso, porque me mueven una oración, porque me imponen un exámen. Las hay que me detienen y me dejan suspenso entre su mundo y el mio, el de la imagen y el que vivo. Me hacen más consciente, y me despabilan la conciencia, o la suscitan.
Si puedo y se puede, las guardo; después las dejo en reposo y, cuando pasa un tiempo, las saco y las miro y las pienso. Unas tienen fecha y oportunidad y salen cuando les toca, durante el año, o un día, en su momento; otras se quedan en el desván personal y salen o no, depende de que las busque o de que aparezcan ellas mismas por casualidad de remota y olvidada pero querida intencionalidad.
El otro dia, en la Fototeca de la Universidad, encontré esta placa:
.
El portón, despintado y con los cuarterones roídos, está abierto; un cochinillo está parado en el umbral, a punto de entrar en el portal de la casa. Casi se adivinan las alcobas de dentro, la corriente empedrada y el patinillo del corral. La calle está barrida, con las piedras descarnadas asomando del suelo terrizo; entre el umbral y la calle hay unas pocas losas de piedra; la pared está muy blanqueada, dejando ver en los desconchados las capas de cal vieja.
.
Han retratado - yo pienso que lo sabían - la dignidad resignada de la pobreza. No sé si cabe decir humildad, porque eso es virtud y es de dentro, pero debe andar muy cerca. También se podría poner cuento, con la historia que le pega al personaje y la escena. Un cuento de pobreza, de pared encalada, el mantón y la silla baja, con matices de gris y sombra, a la resolana.
~