martes, 24 de diciembre de 2024

Volver a Belén

 


Cuando era niño a Belén yo iba

cantando y tocando pitos y un tambor

al compás alegre de los villancicos 

viéndolo todo con fascinación:

El buey y la mula en el pesebrito,

San José, la Virgen y el Niño de Dios

la estrella luciendo plateada en el cielo

de papel pintado de azul con el Sol

arriba colgado con tanza de seda

y una bombillita de luz. El calor

de la lumbre con los pastorcitos

sentados -cuatro cinco - en su derredor

mirando pasmados al Ángel del Cielo

que les anunciaba que nació el Señor.

Y aquel escenario de corcho y lentisco,

romeros y jaras, telas y cartón

eran Evangelio que un niño veía

y viendo creía tan simple visión

cual si el mismo Ángel a mi me anunciara

como a los pastores que Cristo nació.

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Después, con los años, se enturbió la vista,

y no se veía tan limpio el telón

aquel pintado de azul con estrellas, 

ya no había bombilla que hiciera de sol.

Los pastorcitos se fueron rompiendo

cabezas y piernas que nadie pegó,

la mula sin patas, el buey sin los cuernos,

todas las ovejas desaparecieron,

de los angelitos sólo uno quedó.

La Virgen María perdió su corona,

San José su varita rematada en flor;

los Magos de Oriente también se rompieron,

la Estrella que siempre la chacha envolvía 

en papel de seda un día se oxidó

y alguien tiraría con los paños viejos,

los corchos, las tablas, el pito, el tambor.

Tan sólo quedóse en su cuna el Niño

Jesús que mi madre en su alcoba guardó.

La casa vendida, los cuadros antiguos

que siempre colgaban en el gran salón,

hasta los recuerdos se fueron borrando

y también el alma que las cosas tienen

y dan a las casas olor y calor.

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Ahora recupero aquellos tesoros

del Belén perdido y cuelgo aquel sol

de oropel y estrellas de papel plateado,

montes de corcho, valles de cartón

de verde pintados, y pongo ovejitas

con cinco pastores con su candelita 

y el Ángel que anuncia que Cristo nació.

Y cuando en Diciembre el cura se viste

de rosa un Domingo y cantan la O

de antiguas antífonas, resuena una voz

muy dentro, muy hondo, en m corazón

y saco a la Virgen, San José y el Niño

con mucho cuidado de un viejo cajón.

Y pongo el Belén, más simple, más pobre

que aquel Nacimiento de mi casa. Yo

que tanto he perdido, que tengo tan poco

de aquellos que hoy mis lágrimas son,

recuerdos mecidos por la leve brisa 

dulce y enmelada de la evocación,

renuevo rezando, temor y temblor,

el Santo Pesebre donde reclinó

la Virgen María, envuelto en pañales

a Jesús, su Niño, el Hijo de Dios.

Y también, yo sólo, canto villancicos

y beso mil veces los pies del Señor.


+T.

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