Desde que se re-puso de moda, la novela histórica ha ido degradándose en proporción directa al éxito y el número de las ediciones. Muy pocas de las obras publicadas son dignas de entrar en el catálogo del género, la mayoría no pasan de la categoría de libro de ficción-entretenimiento. Lo más llamativo es que hasta escritores de cierta reputación han picado y pecado, escribiendo y vendiendo su novelucha de historieta.
Lo único de valor (lo que más me gusta, quiero decir) de ese tipo de lecturas es lo que el autor saca de obras documentadas sobre los personajes y la época que toma como coartada-pretexto de la narración. Lo demás, agua de borrajas con riesgo de indigestión sub-literaria. Si ni siquiera se toman la molestia de incluir ese tipo de información-estructura historiográfica, el novelucho no merece ni que lo quemen en la estufa.
Cuando Sir Walter Scott (el venerable) y Dumas (el inagotable) inventaban héroes y aventuras, no falseaban la historia. Alguno había que salía malparado (imperdonable el maltrato al gran Richelieu, oh!) y otros ganaban lustre y hasta mito (Richard Coeur de Lion, tan mimado, corregido y aumentado). Pero en general la exposición de las dramatis personae era justa. En los buenos escritores; en los malos y los peores, los abusos fueron creciendo secundum quid. Y hasta el presente, como decía. Por eso mis prevenciones sobre el género.
Uno de los autores contemporáneos mejores en calidad literaria e imaginación es - sin rivales - el argentino Manuel Múgica Láinez. Aunque el Unicornio y El Escarabajo son deliciosas y amenas lecturas, su Bomarzo le hace grande entre los grandes del género. Pocas veces se ha trazado una semblaza más fascinante y a la vez realista e "histórica" de una época/unos personajes/un mundo. No es lectura para todos los públicos, pero es piedra de toque para descubrir sensibilidades y niveles de "cultura literaria". Bomarzo tiene escenas que deberían estar en los museos junto a ciertas obras del arte inmortal.
Volviendo a Gerberto, le tengo simpatía desde que leí El Año Mil, de Henri Focillon. Una edición del libro de bolsillo de Alianza, allá por 1978, en un autobús, yendo a Sevilla, un lunes de Febrero o Marzo. Me lo bebí de un tirón, entre una paisana gorda que llevaba una maceta de espárragos y el cristal de la ventanilla del autobús de la Bética. Cuando llegamos a la cochera de Plaza de Armas, Focillón y su Europa del Año Mil estaban ya en el selecto catálogo de mis favoritos in saecula.
Es facil encariñarse y dejarse encantar por el brujo Aurillac, porque algo de mago tuvo; es verdad. Por lo menos así lo vieron los romanos de su tiempo, y también los germanos. Los hispanos no, porque aquí fue donde le enseñamos, sin complejos, en la joven España reconquistadora que desde Liébana comentaba el Apocalipsis e iluminaba Beatos, que empezaba en la Marca Hispánica y terminaba en el Finisterre Compostelano. Porque Gerberto fue de los peregrinos pioneros, uno que se "inició" en el camino antes de que Gelmírez institucionalizara (y rentabilizara) el peregrinaje.
Ya traía su pequeño currículum de aprendiz de brujo, desde su Auvernia natal. Francia - guste o no - es le Moyen Age. Más "adelantada" que los romanos de Roma y que los germanos del imperio, podía permitirse el lujo de un Gerberto del que presumir ante el mundo que emergía rutilante con el nuevo milenio, el primero después de Cristo. La tesis del libro de Focillón, en contra de los que describen con tintes sombrios el año Mil, es que con el milenio se disipan terrores supersticiosos y amanece un siglo optimista, creativo, rico en inteligencia y arte, desde el Románico a la Escolástica y la sociedad feudal. Las Cruzadas están a la vuelta de la esquina (Gerberto siendo ya Silvestre II las barruntó) y el Medievo más poderoso se despliega como un tapiz de imaginería románica tejido en Gerona o bordado en Bayeux. Y Gerberto de Aurillac sería el Papa Silvestre II que cerraría el siglo X y abriría el Milenio, en Roma.Roma no se lo perdonó. Todavía entre las brumas del Siglo de Hierro, aquellos herederos de las Marozias y los Teofilactos apenas soportaron el "aggiornamento" del Papa Aurillac, con un Otón, ni más nu menos, como patrono y admirador. Le tejieron su particular leyenda negra, de brujo, de nigromante, de tratande del diablo, creando un personaje tan fascinantemente atractivo e imprescindiblemente romano como cinco siglos después harían con nuestro Alejandro VI Borgia. La rendida sumisión del inferior ante el superior se dice y expresa de muchas maneras, verbigracia.
Durante todo el largo medievo, Silvestre II sería uno de los inolvidables que inspiraron o alentaron los delirios de los más avezados en el saber y los saberes. No en vano fue el Papa del año Mil. Desde la cabeza parlante contrahecha en oro que adivinaba por conjuro de Gerberto-Silvestre, hasta los avisos de las muertes papales que suceden en su sepultura, el Papa Aurillac pervive en la fantasía de los romanos.
Lo de la lápida de su sepultura en Letrán es notable: Creído y validado por sacristanes y beatas del quartiere Laterano y Roma entera:
Es fama que: Cum colludit Ossa, pulsat tímpano. Si sudet Sarcófago, obitu lacrimatur Pontificis: Unde mortalibus ómnibus sentarse hora mortis incerta Pontifici excepto Romano.
Es decir que cuando se oye entrechocar los huesos y se ve sudar la lápida de Silvestre II, hay que empezar a llorar porque el Papa se muere, que para todos los mortales es incierta la hora de la muerte, pero los Papas son una excepción; porque Gerberto avisa. Y es verdad. (Y dícese que algunos con malquerencia al Papa de turno pegan el oído al pilar donde está la losa, y pasan la mano a ver si exuda...y repiten la inspección frecuente e impacientemente...Y si alguno lo veía, iba con el cuento al secretario o el sobrino del Papa y causaba la inmediata desgracia del impaciente...O se inventaba la cosa, con parecido efecto para el infeliz). Ita!
Conque se comprenderá el poderoso atractivo que Gerberto de Aurillac-Silvester II puede ejercer sobre el género de los novelorios histórico-esotéricos.
n.b. Pero el que tenga pesquis que me haga caso y se lea, mejor, el librito del Año Mil.
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1 comentario:
Cuanta razón tiene D. Terzio, Bomarzo es lo mejor de lo mejor.
Un saludo
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