jueves, 13 de abril de 2017

Monumentos


Hermana Esperanza, la superiora del Convento de las Hermanas de la Cruz, del que yo era entonces capellán, me decía que ella prefería los Oficios del Jueves Santo temprano, para disfrutar más de la tarde ante el Monumento. La capilla tenía detrás un patio con naranjos, todos abiertos en azahar, y arriates con rosales y alhelíes, y macetas de claveles. Con el incienso de la liturgia y las flores del patio, la capilla olía a rinconcito de la Gloría. Y, como en otro Tabor, allí se estaba bien, y se hacía suave la oración y dulce la adoración, aunque el Monumento contuviera la Presencia de la Pasión, con sacrificio. Y el misterio inmenso del Amor de Dios Sacramentado.

Después de treinta y pico años de celebrante del Jueves Santo, en cada Monumento que recuerdo veo lo mismo, los mismos olores, los mismos cirios encendidos, los mismos sonidos, las mismas horas, incluso el sueño y las cabezadas somnolientas de los fieles adorantes, que son como un eco heredado de Getsemaní, presente en todos los Monumentos, todos los Jueves Santos.

Todo porque es el mismo Señor en cada Monumento, y se repiten los signos del memorial de su Sacrificio y el deseo de su Comunión.

Y yo quisiera lo que rezan aquellas oraciones antiguas: Adorarle en cada Monumento, ofrecerme, consagrarme, rezando por todos y por todo, para que los hombres crean, amen y esperen al Cristo que les amó hasta el extremo. Para que el mundo no desprecie la Sangre derramada por su salvación.

...Y como a la Hermana Esperanza de la Cruz, cada Monumento, cada Jueves Santo, se me hace tan corto, tan breve...



+T.