domingo, 4 de marzo de 2012

Tabor y Calvario


Así se llamó una antigua revista cofradiera sevillana, sintetizando en su título la emoción de la piedad popular: La Transfiguración de la Pasión. Es fácil hacer esta ilación, esta inclusión de ambos Misterios, que están propiamente asociados: En el Tabor, durante la Transfiguración, Moisés y Elías hablaban con Cristo de su Pasión, que se iba a consumar en Jerusalén:

"...et ecce duo viri loquebantur cum illo erant autem Moses et Helias visi in maiestate et dicebant excessum eius quem conpleturus erat in Hierusalem ..." Lc 9, 30-31

En Sevilla se habla transfiguradamente de la Pasión el año entero. Ahora, en Cuaresma, cuando se celebran los cultos solemnes de nuestras Hermandades y Cofradías, el Domingo 2º, cuando se reza en la Misa el Evangelio de la Transfiguración, el predicador se eleva sin darse cuenta a la cumbre de una contemplación que satisface, que rebosa con un destello de gloria en la palabra emocionada del orador: Estamos en un Tabor y nos extasiamos ante la gloria que nos convoca a la Pasión.

De monte a monte, del Tabor al Calvario, existe el hito intermedio del Monte de los Olivos, donde la faz respladeciente del Cristo de la Transfiguración sudó sangre de agonía ante los tres mismos apóstoles testigos que le vieron radiante en el monte de Galilea. En Getsemaní no comparecen Moisés y Elias, sino el Ángel de la Confortación; y el asunto de la pasión ya no es un tema remoto, profetizado, sino un cáliz doloroso que se debe apurar. Pedro no dice en el Monte de los Olivos -¡Qué bien se está aquí!, ni tampoco los dos Zebedeos dicen nada, ellos que respondieron -Possumus! cuando el Maestro les preguntó si serían capaces de beber el cáliz que Él iba a beber. No son capaces ni de velar una hora, sino que se rinden cansados y se duermen.

El Tabor es un destello, un flash de gloria que sorprende como un fogonazo de luz inesperada. Getsemaní es una escena ralentizada, a cámara lenta, donde el tiempo y las imágenes parecen casi estáticos.

En estos dos pasos de su Vida quiso el Señor tener testigos, para que lo contaran después, cuando comprendieran y supieran predicar la gloria sublime del Rostro radiante y el dolor abnegado de la Faz sangrante, del mismo Cristo, del mismo Señor al que verían, escucharian y tocarían, después de la Pasion, glorioso y resucitado.


Me puse a escribir esto al volver del besapiés de Jesús Nazareno, en la Hermandad del Silencio. Cuando entré en la iglesia, pasaban los últimos devotos a besar el pié de la imagen del Señor, un icono impresionante.

Al Señor, para el besapiés, lo revisten como a un rey, con túnica de terciopelo morado bordada oro, ceñida a la cintura con varias vueltas de un cordón dorado. En la cabeza luce las tres potencias (poder, sabiduría y gracia) figurando haces de luz radiante labrados en oro y pedrería. Sobre el hombro derecho lleva la Cruz de carey y cantoneras de plata, abrazada, en posición característica, con el asta hacia adelante y la cabecera con el travesaño a la espalda. Durante la estación de penitencia, la madrugada del Viernes Santo, los hermanos penitentes llevan la cruz de la misma manera, como el Señor, prolongando el estereotipo en una secuencia de caminantes crucíferos vestidos con el severo hábito negro de la Archicofradía.


Para la piedad sevillana es fácil la imitación plástica del modelo, lo mismo que es tan dificil para el alma cristiana asumir y vivir la llamada de Cristo para que carguemos la cruz diaria y le sigamos, una vocación árdua y dificil, imposible si no es sostenida y asistida por la gracia.

Los instantes de gloria de Tabor a la sevillana, esos que proporcionan las Cofradías a sus hermanos, son momentos de aliento, inyección de fuerza, aperitivos para resistir, espacios para reanimarse. Y en la espiritualidad del cristiano, del católico, también: Dosis de Tabor ante un Sagrario, el consuelo y la paz del corazón durante una meditación, las lágrimas reconfortantes de una moción espiritual, de unos segundos en los que casi se roza el Cielo o se penetra con luz nueva en el Misterio de Dios con nosotros: Son nuestras breves secuencias de Tabor para poder subir al Calvario.

Con Pedro, el apóstol arrobado, se exclama tantas veces -¡Qué bien se está aquí!; pero sabemos que el Tabor no es para quedarse.

Con los tres discípulos de Getsemaní nos dormiremos, inconstantes, pesados para la oración y la vigilia, temerosos ante la agonía, acobardados por la pasión cercana.

¡Cuánta gracia, cuánta virtud necesitamos para perseverar y subir al Calvario y abrazarnos al madero de la Cruz, donde nos espera Él!

Un trayecto, un itinerario cumplido, consumado, desde el Tabor al Calvario: ¡Si todos lo viviéramos, Señor!

+T.