domingo, 10 de junio de 2012

Apuntes, pinceladas, notas del natural



En la Misa de esta tarde todos, repito: t-o-d-o-s han comulgado de rodillas. No sé si ha sido por temor de Dios o por temor al cura, tengo esa duda. De todas formas, se trata de un santo temor, muy meritable, ambos, el uno y el otro (con grados, of course: Dios debe ser temido y adorado in aeternum, y el cura debe ser temido y obedecido un ratito, lo que dura la Misa, una horita, más o menos. Pero conste que lo segundo lleva a lo primero).

Tengo, no obstante, soporto, quiero decir, llevo con contenida santa ira y paciencia de padre del desierto, la insubordinada rebeldía irreverente de una impía in-reverenda, monja trans-ubicada pro familiare causa, que se obstina en comulgar en la mano. La im-prójima, que mide poco más o menos jeme y medio (en su más extensa longitud corporal, toca y tacón incluídos), se planta y eleva la palma de la mano izqdª con aparente sumisión devota pero, de hecho, con desplante de furriel cuartelero, con la mirada baja, pero descarada, muy firme, muy tiesa, muy modosita, pero inflexible como un remache del Acorazado Potemkin. Un caso.

Lo mejor, los monaguillos, cinco piezas de valor y peligro por igual, que me entienden hasta los guiños, pero que en cualquier punto, instante o versículo son capaces de tropezar con el baldaquino de Bernini y derribarlo, sin exagerar. Estas piezas tabardillo-angelicales (fifty-fifty) son mi preocupación y mi auxilio en el altar (fifty-fifty), imprevisibles en sus atinos y desatinos quasi-rúbrico-litúrgicos. Hoy me ha emocionado el 3º en el escalafón, comulgando arrodillado con más apostura que un infante de la casa de Habsburgo.

De este mismo sujeto me ha mandado su muy virtuosa madre (un dechado de potencias domésticas) una foto del otro día, cuando bailó de Seise ante el Santísimo, en la Octava del Corpus. Admiren:



Es el más alto de la fila de la derecha, of course. Lo que pasa es que ese estado de quietud perfilado es transitorio y no coincide siempre con la necesidad del momento; quiero decir que en cuanto le pierdo ojo me monta una conversación ad altarem con el monaguillo de al lado (que es su hermano), cuya distracción puede durar, por ejemplo, lo que va del Sursum corda al sine fine dicentes. Y en ese momento se echa una carrera por el presbiterio hasta la credencia, para coger la campanilla.

Le he prometido, no obstante, un duro falso de Fernando VII si me trae media castañuela de los Seises. O un botón. Aunque mi predilectus es el 2º en el escalafón monaguillil, su hermano también, que con cinco años declaró su intención de ser cura, y la mantiene. Oremus!

Ya de noche, mi tía me ha contado por teléfono la crónica de la Procesión del Corpus en el pueblo, cuya totalidad me excuso de transcribir en el blog porque el blog se queda insuficiente para contener la ponderada e hiperbólica cuenta de mi queridísima tía Antoñita. Para que Uds. se hagan idea, empezó con un -"¡Niño, hijo, qué Procesión! Todo lo que te diga es poco..." ; siguió con -"...porque tú sabes que nuestra calle es la mejor, tantos balcones colgados, tantas macetas, cinco o seis altares, el que puso tu hermano el mejor, que no sé cómo tuvo cuerpo para montar ese altar, levantado desde las 7 de la mañana..." y después siguió con -"...hasta las once y media largas no pasó el Señor, en esa Custodia que no se podía mirar de lo que brillaba, como que tu hermana y tus sobrinos se han llevado una semana limpiando plata..." y luego -"...y el altar de la puerta del ayuntamiento viejo, que al final lo han puesto, con el San Sebastián...Como en el balcón daba el sol que no se podía aguantar, me bajé a la calle y me senté enfrente, en la esquina del altar, en una silla que me sacó Emilia, a la sombrita..."



Cuando era chico, de niño, en la casa antigua del pueblo, para el Día del Corpus nos traían las primeras brevas. Hoy me he quedado con ganas de tomar alguna. Cosas del tiempo, antojos, mitad nostalgia, mitad capricho.

Y en el sentido, aun más profundo, he tenido toda la mañana el olor de la juncia y el mastranzo pisado, la fragancia fresca de una mañana de Corpus.

+T.