sábado, 19 de marzo de 2016

José, incienso del silencio


He estado este mes de Marzo, y en especial estos últimos días, rezando la coronilla de los Dolores y Gozos de San José, una práctica que ha sido siempre un contraste de catolicidad, y más en estos tiempos. A pesar de mi vieja devoción, me sigue admirando el silencio del Patriarca y la voluntad del Señor de no habernos querido revelar ni una palabra suya, quedando la figura del Santo perfilada sólo por la escucha, la acción y el silencio. Oír, obrar, callar. Atender, vivir, guardar. Creer, esperar, obedecer. Y amar, siempre amar en el silencio, con el silencio, desde el silencio.

Concluyo que el silencio, en la parte de los Santos Evangelios que toca a San José, es también revelación, un capítulo con versículos de rico silencio sagrado, como el humo del incienso, que es olor y no palabra, ofrenda consumiéndose sobre brasas, que sube y ambienta con aroma sagrado, velando suavemente el aire, incluso haciendo la luz visible en fascículos de rayos matizados en una claridad nublada por el sahumerio. Algo así son los silencios de San José.

Deduzco una profunda, muy intensa y atenta vida interior, un alma-tabernáculo, un sancta sanctorum donde las locuciones no se hacían con los labios sino con el espíritu, con lengua del Espíritu Santo.

Imagino tantos momentos de su unión marital-virginal, en que el esposo de la Virgen compartía con ella la inefable meditación de lo que iban guardando en sus corazones, que era, en suma, Jesus, Dios-con-ellos.



Iesu, María, Ioseph nobiscum semper. Amén.

Ex voto

+T.