viernes, 30 de mayo de 2008

Un Cardenal


Por dos o tres sitios me han llegado noticias de la próxima beatificación de Merry del Val. Debería decir rumores, más bien, porque desde hace años se especula con su beatificación, tan cuestionable para tantos, espinosa para tantos otros, y para los "prudentes", por lo menos, incómoda.

El Cardenal Merry del Val tiene en su contra three handicaps difíciles: 1º-Haber sido Cardenal Secretario de Estado; 2º- Haber sido Cardenal Secretario de Estado durante todo el pontificado de San Pio X; 3º- Haber sido español y Cardenal Secretario de Estado de San Pio X. Tres, como decía, formidables obstáculos; y el de ser español en Roma, no el menor.

A aquellos que nos interesa y atrae la figura de Merry del Val, pronto nos advierten de que, en cierto modo, la beatificación-canonización de San Pio X se hizo a costa de sacrificar la causa de beatificación de su Cardenal Secretario de Estado. La primera vez que escuché este comentario, mitad apologético-mitad crítico, me dije ad internis que muy gustosamente habría sacrificado Merry del Val su causa por la su Papa. A mi entender, son santos los dos, casi de consuno, con una extraordinaria labor pro Ecclesia en su haber. Quizá de las mayores que se le puedan computar a un Pontífice contemporáneo.

En un interesante artículo de la página web de Sandro Magister, se encuadra y se hace justicia al gran Pio X y su obra. Merece leerse, junto con el co-artículo de Gianpaolo Romanato. Pero ninguno de los dos nombra ni de pasada a Merry del Val, como si no hubiera existido. Sí se nombra a Gasparri, el codificador, figura eminente, de primera magnitud, aun mayor en el pontificado de Benedicto XV, y cenital al concertar y firmar los Pactos Lateranenses en 1929, ya bajo Pio XI. Gasparri es el Secretario de Estado siguiente a Merry, después del breve lapso de Ferrata. Se mantuvo Secretario de Estado durante dos pontificados, el de Benedicto XV y casi todo el de Pio XI.

Es curiosa la semblanza/valoración que de ambos personajes se hace en la novela "El Cardenal", de Henry Morton Robison. Si Gasparri - que no se nombra como tal y está "representado" en la ficción por el "Cardenal Giacobbi"- es un estereotipo del curial "furbo", mitad florentino/mitad siciliano, Rafael Merry del Val (que sí aparece como tal, perfectamente identificado y encajado en la trama de la novela) es el amigo del alma del cardenal Glennon de Boston, pro-americano, simpático, cordial, principesco de porte y entrañable de trato. Y acierta el novelista. Fue así; fueron, relativamente, así. Y Merry mucho más y mejor que el que aparece propiamente en la popular novela de Morton Robinson, jugando a tirarse mandarinas con Stephen Fermoyle, mientras recitan retándose versos de la oda IV de Horacio: "Diffugere nives, redeunt iam gramina campis arboribusque comae / mutat terra vices et decrescentia ripas flumina praetereunt...". Cuando aparece, el novelista describe al Cardenal "...erguido y flexible como una espada de Toledo...de porte majestuoso, mirada magnética y dulce carácter...era Merry del Val un perfecto príncipe de la Iglesia..."


La carrera de Merry del Val venía auspiciada por la de su padre, reconocido diplomático español, de ascendencia inglesa, con un currículum brillante y excelentes relaciones. Su hijo, apenas aparece en Roma, se hace notar. León XIII siente por él especial simpatía. Descubriendo su valía, le inicia en la carrera diplomático-eclesiástica, brillatemente. Al morir el Papa Pecci, ya es todo un prelado romano, Director de la Pontificia Academia Eclesiástica, la escuela diplomática del Vaticano. Providencialmente, asiste como secretario al tenso Cónclave que termina defenestrando la candidatura del Cardenal Rampolla, vetado por Austria-Hungría, y elige Papa al Cardenal Patriarca de Venezia, Giuseppe Sarto. Al parecer, el mismo día de la elección, Pio X decide "in pectore" que Merry será su Secretario de Estado. Caso notable por ser el primer Cardenal Secretario de Estado no italiano. Con 35 años.

Al leer la historiografía más reciente sobre el pontificado de San Pio X, se redescubre, después de casi un siglo de displicente olvido, el valor de los hechos y su significado, limpios poco a poco de las empatías humanas y sus prejuicios. La figura de Merry del Val recupera así toda su relevancia. Un protagonista señalado en un momento crucial del Pontificado Romano, inaugurando la re-ubicación del Papado en Europa y el mundo. Deslindar la obra de Pio X de la de Merry del Val es una pretensión casi ficticia. Ni la acusada personalidad de Pio X ni la muy definida de Merry del Val pueden hacer suponer una supeditación de caracteres. El entendimiento tuvo que ser fruto de una sincera y atinada compenetración.

Un pontificado contestado durante y después desde tantos frentes, dentro y fuera de la Iglesia, concentrará en sus protagonistas el juicio de sus detractores. Estando San Pio X "a salvo", canonizado y en los altares (con Pio XII muy justamente interesado en la promoción de la causa), a Merry del Val le cupo cargar con las críticas más severas, que responsabilizaban al Cardenal de lo que ya no podían achacar al Papa. Su causa, también abierta con el interés de Pio XII, se estancó, se ralentizó, casi colapsada. Quizá la impresión de inactividad fuera sólo aparente. Desde el Pontificio Colegio Español de Roma, los trabajos de la postulación, gestionada por la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, se han ido llevando a cabo con la tranquila diligencia de una causa "tradicional", de esas que apenas se removieron durante años. Ahora parece que recobra actualidad e interés. No es para menos.

La historiografía de Merry del Val necesita una re-actualización y re-documentación. Entre las biografías divulgativas, destaca la publicada por José María Javierre, con todos los defectos y virtudes de las cosas de Javierre (buen articulista y amenísimo conferenciante, pero muy desigual a la hora de escribir alguna monografía u obra de cierta extensión y/o rigor documental); y apenas hay más: Poco e insuficiente para un personaje de las cualidades y circunstancias de Merry del Val.
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Por anecdóticos azares llegaron a mis manos algunas pequeñas reliquias de Merry del Val, objetos de su uso. Les tengo especial apego. Sobre el cabecero de mi cama, tengo colgada una de ellas, una pequeña cruz de plata. Supongo que es una de esas cruces pectorales que se llevaban como distintivo de alguna congregación religiosa o piadosa asociación, y que Merry del Val conservaría por algún motivo devocional. Al dorso lleva dos citas: "Diligis me plus his ?" Io XXIII,15 y "Anathema pro fratribus meis" Rom IX, 3. Desde que la tengo, pensé que resultaban especialmente significativas referidas al personaje y su obra. O, al menos, eso me sugieren a mí. También es clásico el lema de su stemma eclesiástico: "Da mihi ánimas, coétera tolle", tan definidor de una característica espiritualidad sacerdotal. A veces, también me gusta rezar las "Letanías de la humidad", que él rezaba.
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El cura de mi Parroquia tiene el buen gusto de poner de vez en cuando un disco con motetes de Lorenzo Perosi, que incluye unas cuantas obras compuestas por Merry del Val. No son de especial mérito musical, pero sí ayudan a hacerse una imagen, un perfil, de ese singular y excepcional hombre de Iglesia.
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