miércoles, 16 de abril de 2008

En América


Me alegra que el Papa sea bien acogido en los EEUU, la nación más representativa de nuestro tiempo. Las suspicacias - y los hechos - que suscitaron la célebre Testem Benevolentiam de León XIII al Cardenal Gibbons, ya han pasado (aunque la condena del "americanismo" y hasta su pervivencia en tantos actos y actitudes de la actualidad, ahí queda). Roma, tan sabia, reconoció qué vientos soplaban y qué puentes había que tender con una sociedad donde el Catolicismo prosperaba tan decidida e influyentemente.

Al ver las imágenes del Papa Benedicto con el presidente Bush jr. me han venido a la mente otras no menos célebres, de otros momentos en los que el Papa reinante recibió a los líderes del momento. No sé por qué liaison mental, he recordado expresamente la audiencia de Gregorio XVI al Zar Nicolás I, la primera vez que era recibido un Zar en Roma. Eran los años de la Santa Alianza, la Europa de Metternich que pretendió rehacer el statu quo del Ancién Régime bajo el ideal de la restauración de las monarquías lesionadas por la Revolución y Napoleón: La Restauración por la reconstitución de la unión de trono y altar. Un entusiasta propósito político que apenas sobrevivió a sus ideístas.

Si nuestro mundo se parece a aquel, es sólo por la persuasión de estar cerrando un período histórico e iniciando otro. Los acontecimientos han cambiado bastante desde 1989, con los regímes marxistas desplomándose y un Papa polaco que fue, en cierta medida, actor en aquel histórico escenario. Pero el mundo post-11 S ya no es ni siquiera el mismo que apareció tras la caída del muro comunista. El islamismo, nuevo y violento co-protagonista de la actualidad global, ha irrumpido tan alarmante como irreversiblemente, afectando de una forma u otra a todos. Cuando Benedicto XVI visite el centro de Manhattan desolado por los terroristas, el momento que captarán cientos de cámaras será de los que enseñan historia sin palabras.

A pesar de todo, el que visita América es el cabeza de una Institución bimilenaria que podría muy bien definirse como una perpetua contradictora/confrontadora de cada uno de los poderes que la han acompañado en su decurso. Entender el viaje como una "entente", sería tan erróneo como suponer una comunión ideológica entre la Iglesia y los Estados Unidos de América, algo imposible.

El entusiasmo de masas y la cordialidad protocolaria taparán por un instante, como un flash deslumbrador, los horrores, miserias y perversiones de una civilización que ha nacido y evolucionado en su "nuevo mundo". Respecto al pasado, es la heredera de los valores de la Cristiandad que fue; al presente, encarna también la degeneración de los principios que la constituyeron. La Iglesia Católica sabe mucho de estos efectos que son, en parte, motivo de esta visita.

La audiencia de Gregorio XVI al Zar Nicolás I no fue la obertura de una nueva armonía, sino, más bien, la coda de una ópera conclusa, a punto del telón. Quedaban unos pocos zares hasta Ekaterimburgo, y los dias del Papa Re estaban contados y acabarían en vida del siguiente Pontífice. Se abría una época que no era la del Papa y el Zar. ¿La intuyeron? ¿La temieron? ¿La esperaron? Se podría asegurar que las perspectivas de uno sólo coincidirían tangencialmente con las del otro.

No es que sea pesimista. Sí que ante los hechos pasados, el presente se me impone gravemente realista, y el futuro - todo futuro que no sea el último - lo vislumbro desde estas evidencias.

¿Esto es distinto? ¿Esta ocasión es otra? ¿Significará siquiera un episodio memorable? También hubo otros momentos históricos que se podrían evocar, desde Pio VII en París a Pablo VI en la Onu. La impresión, empero, es otra, menos definida, marcada más por la expectación de lo que venga/vendrá desde fuerzas/instancias que no están directamente ni presentes ni implicadas, pero sí activas y actuantes.

Pero que Dios salve a América, y la bendiga con esta visita de Benedicto al occidente del Occidente. Es decir, al Far West.

Y que la Iglesia - que es lo que me interesa - salga revitalizada con su testimonio apostólico. Amen.

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