jueves, 19 de abril de 2012

Siete años


El tiempo vuela, y cuanto más años cumples, más rápidamente se van para no volver, acumulando un pasado cierto, un presente efímero y un futuro indefinido, aunque marcado por los hechos ya cumplidos. Los siete años de Bendicto XVI, que hoy se cumplen, se sujetan también a lo dicho.

El otro día, no encontré suficiente motivación para escribir nada; llegar a los 85 años es asunto personal, para celebrarlo a solas o en familia, no merece alboroto, aunque comprendo el festejo (siendo dificil de equilibrar la fiesta y el incordio tratándose de un octogenario). Pero hoy sí merece recordación especial que hace siete años fue elevado a la Sede de S. Pedro, una semana de años que ya ha sido marcada con suficientes hechos para hacer de este un pontificado memorable.

Tengo la impresión de que el tiempo, en cuanto vaya pasando, irá magnificando el paso de Benedicto XVI, tanto como, por otra parte, irá ajustándose a sus proporciones, peso y medidas reales, no figuradas ni ficticiamente aumentadas, la época del beato (precipitado) Juan Pablo IIº. A estas alturas, siete años después de aquel demasiado largo periodo, se van entendiendo muchas cosas, se desmontan otras, otras ya han caído con estrépito, se temen más derrumbes y se valoran propiamente unos cuántos momentos, actos y documentos, en los que parece notarse más al Ratzinger celoso, vigilante y prudente, que al Wojtyla entusiasta, desmesurado, comunicativo, multitudinario, escénico y empático. En este sentido, comentábamos el otro día, en una tertulia, que vale más la ratzingeriana Dominus Iesus, solamente, que todo el lote de documentos de JPIIº.

Siete años de independencia, también dignos de celebrar. Yo mismo supuse que la impronta juanpablista modelaría el pontificado que le siguiera, siendo su sucesor una especie de calco en tono menor. Gracias a Dios, desde que se impuso el nombre, todos advertimos que el muy discreto Papa Benedicto pisaba con huella propia, que no le cabían moldes, que su personalidad se definía distinta, no en contra de su predecesor, pero sí absolutamente diferenciado en estilo exterior e interior, en palabras, modos y hechos, también en la forma de relacionarse y verse relacionado, de cerca y de lejos. Con un ligero y eficiente soplo, la espesa, omnipresente y abarcadora sombra de su predecesor, fue desapareciendo, desdibujándose.

Aunque todavía - entiendo yo - perdure demasiada juanpablolatría, uno de los efectos más de agradecer de estos 7 años, es el haber estructurado un pontificado independiente, el haber disuelto suavemente el mito megalómano del papa-milenium (permítome el concepto, si no académico sí descriptivo).

No estoy diciendo que se haya disuelto el 'juanpablismo', que ese es otro problema, dependiente, sobre todo, de la propaganda de 'recurso al pasado' que mantienen y sostienen los grupos eclesiales favorecidos y patrocinados entre 1978 y el 2005. Tanto más cuanto algunas de estas instituciones emblemáticas del juanpablismo o han caído o están siendo objeto de una profunda revisión durante este septenio benedictino, proyectando una vaga reluctancia implícita que flota en el ambiente, en la misma curia romana y otros medios e instituciones eclesiales.

Si en varios análisis publicados durante estos días unos pocos comentaristas reducen la obra de Benedicto XVI a una especie de labor de purificación-desinfección institucional y espiritual de la Iglesia, quizá también se esté soslayando interesadamente otra evidente acción, más profunda: La rectificación de la procastinación del papado anterior.

Con el concepto de 'hermenéutica de la continuidad' se ha emitido, una inteligente clave, valída para recibir adecuadamente la herencia del Vaticano II sin colapsar la vida y la historia de la Iglesia.

Junto con todo, quizá sea la restauración de la liturgia tradicional y la decidida voluntad de reintegrar canónicamente a la FSSPX lo más significativo de estos siete años, por lo menos para el catolicismo consciente de la deriva y descomposición sufridas por la Iglesia entre 1965-2005.

Sin embargo, constará también en la crónica de estos años de pontificado la resistencia de los grupos des-católicos, aun minoritarios, pero cada vez más movilizados, emergentes en algunos países occidentales, cuya consolidación significaría a la larga, en un futuro más o menos próximo, la consumación del cisma formal, que ya existe de facto.

Aun si esto sucediera (Dios no lo quiera), los años de Benedicto XVI quedarán registrados como una fecha referencial en la historia de la renovación y restauración de la Iglesia.


Oremus pro pontifice nostro Benedicto.

R. Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius.

(Pater, Ave, Gloria)

Deus, omnium fidelium pastor et rector, famulum tuum Benedictum,
quem pastorem Ecclesiae tuae praeesse voluisti, propitius respice:
da ei, quaesumus, verbo et exemplo, quibus praeest, proficere:
ut ad vitam, una cum grege sibi credito, perveniat sempiternam.
Per Christum, Dominum nostrum. Amen

+T.