sábado, 30 de mayo de 2009

San Fernando, sevillano


No es un santo "devocional". No le conozco devotos" o, mejor dicho, devotas porque son mujeres, casi siempre, las que mejor intuyen al Santo y le mantienen devociones. San Fernando en Sevilla es, digamos, venerado. Una veneracióan ancestral, reverencial, hasta "familiar", podría decirse, familiarmente sevillana. Ni comparación, por ejemplo, con la Virgen de los Reyes, que arrastra multitudes, sin publicidad de hermandad ni cofradía, Ella sola animando un culto "fernandino".

Que esa es otra: Lo mayor, la garantía más alta de culto y antigüedad reconocida, sin comparación, de una imagen, o de una tradición o institución, es decir que es "fernandina", que en el exquisito idioma de cámara hispalense significa que lo que sea que sea es "antiquísimo" y original, fernandino, en suma.

Fernandina es la Imagineria más veneranda, desde la Virgen de los Reyes a la de Valme y todas las excelsas Patronas de iconografía gótica que atesoran Parroquias, Conventos y Ermitas del antiguo Reyno de Sevilla (que excede los límites de la provincia y rebosa por Córdoba, Cádiz, Huelva y Badajoz). Fernandinas son las parroquias de fundación más histórica, las que se erigieron al paso de la Reconquista. Y fernandinos los pendones de victoria, los escudos y los lemas, y la más conspicua nobleza titulada de la Baja Andalucía y toda la Bética hasta el Santo Reyno de Jaén. Y es que Fernando, es mucho rey, mucho Fernando.

Desde chico, porque tuvo excelente nacencia y cuna, y una madre Doña Berenguela, reina y maestra de reyes y reinas:

"...ca esta muy noble reina endereszó e crió a su fijo en buenas costumbres, y los sus buenos enseñamientos, dulces como miel, non cesaron de correr siempre a su tierno corazón, e con tetas de virtudes le dio su leche, enseñándole acuciosamente las cosas que placen a Dios e a los hommes, e mostrándole, non las cosas que pertenescían a mujeres, más lo que facie a grandeza de corazón e a grandes fechos."

Pero Fernando es completo, de la cuna a la sepultura, con la Reconquista de media España por medio. Virgilio Mattoni, pintor sevillano, romántico, historicista, recreó en un espléndido lienzo "Las postrimerias de rey Fernando el Santo". Un lienzo monumental que no cabe sino en el Alcázar, cinco o seis metros de largo y dos y medio o tres de alto, como un salón de los Reales Palacios metido en el cuadro. Representa la última Comunión del Santo, en hábito de penitente y postrado, en el momento en que el Sacerdote ostenta la Hostia, con toda la Corte presente, testigo de las últimas horas del Rey que se rendía en devociones ante su Dios y Señor verdadero:

"...feriendo en los sus pechos muy grandes feridas, llorando muy fuerte de los ojos et culpándose mucho de los sus pecados..."

Y con la voz del agonizante, entre resuello y resuello, por los salones quedos de su Alcázar, retumbó entre mármoles y yeserías su postrera confesión:

"...Sennor, dísteme reyno que non avía et onrra et poder más que yo non merescí; dísteme vida, et non durable, cuanto fue tu placer, Sennor, gracias te do, et entrégote el reyno que me diste, con aquel aprovechamiento que yo en él pude facer, et ofréscote la mi alma para que la recibas entre companna de los tus siervos".

Después bajó las manos, veneró el cirio como símbolo del Espíritu Santo, y mientras los clérigos cantaban el Te Deum, él "...muy simplemiente et muy paso, endino los oios et dió el espíritu a Dios".
Antes, había hecho testamento de Rey, y a su hijo Don Alfonso, su sucesor, le dijo estas palabras, dignas de lápida y memoria:

"Sennor te dexo de toda la tierra de la mar acá, que los moros ganar ovieron del rey Rodrigo. Si en este estado en que yo te la dexo la sopieres guardar, eres tan buen rey como yo: et si ganares por ti más, eres meior que yo: et si desto menguas, non eres tan bueno como yo."
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Su hijo, Don Alfonso, diría de él, después, que había sido "...rey mucho mesurado et cumprido en toda cortesía, muy sabidor et de buen entendimiento, muy fuerte et muy leal muy bravo et muy verdadero; et ensalzador del cristianismo y abaxador del paganismo, mucho homildoso contra Dios, mucho obrador de sus obras, muy católico, muy eclesiástico y mucho amador de la Iglesia ca en Dios tuvo su tiempo, sus oios y su corazón".


El epitafio también lo redactó Don Alfonso X, uno de los pocos documentos verídicos de esa España legendaria de "las tres culturas". Lo mando labrar en cuatro losas de alabastro, cada una con la misma inscripción en distinto idioma y escritura: En latín, castellano, hebreo y árabe, que todavía están a un flanco y otro del altar sobre el que reposa la urna de plata del orfebre Juan Laureano de Pina, con el cuerpo incorrupto del Santo Rey Fernando.


Hoy ha estado toda la mañana expuesto a la veneración de los sevillanos. Que no le tienen, ya digo, "devoción", pero que le rinden la más reverente veneración, que de siempre ha sido San Fernando muy "nuestro". Y lo sabemos.
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Cuando pasamos y lo veneramos en su urna, tan sevillana (plata, cera y claveles), todos sentimos una nostalgia, un capricho de reyes, como si nos hubieran parido a todos hijos de Fernando: ¡Quien pudiera, cuando nos toque, recostarse en caja de oro y plata, a los pies de la Reyna de los Reyes!

Arriba, en su trono, con el Divino Rey sobre su gremio, la Virgen sonrie, Reina y Señora sin rival de Sevilla. Y sobre ella, la verdad escrita en la cabecera del dosel con letras de plata: "PER ME REGES REGNANT".

En Sevilla, en España y el mundo, por los siglos de los siglos.

Amén.

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