viernes, 8 de febrero de 2013

Despotriquemos, que es carnaval



En la Europa en crisis, la Alemania de la severa y parsimoniosa canciller Ángela Merkel parece un alcázar sobre un picacho inaccesible con rico abasto de recursos. Sed contra, en la Iglesia de Benedicto XVI Ratzinger, Alemania es el muestrario cotidiano de la descomposición del Catolicismo. Aunque la grabación es de hace dos años, el youtube del cura-payaso sermoneando desde un precioso púlpito barroco es una impactante alegoría. Lo grave es que es verdad, que es real, que ilustra lo que pasa en Alemania (y en todos sitios).

Si pican Uds. en el youtube y acceden a la página donde está publicado el vídeo, como estrambote a la imagen podrán Uds. leer los comentarios, entre ellos estos dos, en español:

ortodoxiacatolica (argentina) dixit: 
"¡Vergonzoso, irreverente! ¡Menos mal que la "misa" del Novus Ordo no es válida! Estos son los frutos podridos del llamado Concilio Vaticano II, origen de la nueva nueva iglesia, que no es la fundada por Nuestro Señor Jesucristo, sino un burdo remedo de la misma."

jorge mario calderon (argentina) dixit:
"este ni siquiera está ordenado, pues el nuevo ritual de ordenación no es válido,por lo tanto allí no hay misa,y peor todavía la del novus ordo, no hay sacerdote, solo quedan los templos profandos, y los estúpidos aplauden."

Este tipo de observaciones no son fruto de la casualidad, no son una ocurrencia momentánea de un comentarista católico-tarado. Lo del cura payaso tampoco. El cura caricato puede decirse que es producto final de la degeneración católica post-conciliar, y los dos comentaristas también. Cada cual en una banda opuesta, corresponden a un mismo proceso polarizado de degeneración. Pero en ambos casos, tanto el cura clown como los comentaristas católico-histéricos han sido de-formados, cada uno de ellos por una mano/mente a su vez católico-trastornada.

No soy proclive a las medianías, y suelo recordar de vez en cuando que la posición media de los herejes semi-arrianos y semi-pelagianos no solucionó la herejía respectiva sino que inventó otra nueva. No obstante aborrezco tanto a los payasos curas como neo-recalcitrantes de pacotilla.

Repetir extremos termina suscitando gente que se tragan los extremos y luego vomita todo lo embuchado envuelto en bilis sedevacantista apocalipticista, con la extravagante conclusión implícita de que ya no hay Iglesia, ni Papa, ni Jerarquía y sólo quedan los 144.000 (o menos) dispersos por el orbe sin urbe, que son los católicos fetén, sin mezcla ni sucedáneos. A la postre, me temo que degenerarán como esos grupúsculos sectarios que andan sueltos por ahí, con anti-papas de opereta tragi-cómica cum degeneratione atque depravatione anexa.

Todavía les falta el detalle (no sé si alguno ya lo habrá hecho) de entrar en las iglesias de los curas-payaso, abrir los Sagrarios y pisotear el Sacramento, como en otros convulsos tiempos se hizo. Aunque hay que reconocer que los payaso-curas se atraen merecidamente las iras y el descrédito de los irritados (yo también me incluyo).

Los curas-payaso, la desgracia de la otra banda, son la evidencia de la inepta, irresponsable y culpable Jerarquía que los forma, los ordena y los consiente; a veces hasta los protege y mima como clero especialmente querido y motivante, agentes de nuevangelización.

La gente corriente, nuestra feligresía de diario, ordinariamente, ni se entera. Los que uno piensa fieles conspícuos son, muchas veces, relleno común, vulgo ordinario que consume Sacramentos sin discernir, incluso sin desear verdaderamente (témome algunas veces). Esta mañana mismo me he visto (des)calificado de 'meticuloso y lento' porque intento decir la Misa con devoción y recogimiento conscientes. El foco crítico en cuestión valoraba más la puntualidad relojera que la piedad sacerdotal, algo circunstancial (pensarían), que es (supongo que suponen) un capricho subjetivo y personal, tanto que nadie se rebela contra un cura vestido de payaso, porque lo ven tan tolerantemente como a un cura lento-meticuloso, dos casos, cada uno con sus peculiaridades. Sólo son matices (piensan, intuyo). Y (no lo quiero pensar con detenimiento) si el feligrés-a medios tuvieran que escoger entre un cura-payaso y un lento-meticuloso, se quedarían con el payaso (que les divierte más y les fastidia menos).

Para nuestros muy deficientes y decepcionantes prelados lo preocupante, lo que les haría reaccionar con ira impaciente y vis colérica, es saber que algún cura de su diócesis dice la Misa de siempre, vuelto al altar y con manípulo. El payaso no les supone problema, no les escandaliza. Pero el cura tradicional sí, porque la tradición católica ha sido erradicada por decreto como una especie de antiguo rito que el desventurado V2º arrambló y el entusiasmador Beato Magno barrió (*** el motu proprio Summorum Pontíficum es una extravagancia olvidable, nada más).

Por eso los católicos conscientes estamos tan incómodos, entre apocalipticistas sedevacantistas y payasos modernistas, orientando/ocupando coordenadas de un espacio propio que no es (no puede ser) centro entre extremos disparatados, ni punto medio de polos dispares.

Me gustaría decir que nuestro lugar está por encima de las dos puntas. Me gustaría decir que nos reconocemos en las palabras de tal o de cual mitrado, de aquella diócesis o de aquella otra. Pero no, de hecho no podemos ubicarnos porque las zorras tienen madriguera y los pajarracos nido (o campanario), los anglicanos ordinariatos y los luteranos aviso de ordinariato, pero los católicos conscientes no tenemos ni una parroquia donde recogernos piamente.

Por ahí hay algunas, lo sé, Pero por aquí no nos quieren ni en la punta de un cañón.

Si fueramos adictos a las payasadas, otro gallo nos cantaría.


+T.