viernes, 21 de octubre de 2016

El bigote


He recordado estos días una historieta - creo que la referían como verdadera - que alguna vez leí y ahora no recuerdo dónde, si entre las narraciones del padre Carlos Heredia, o en algún cuento del padre Coloma, o en algún autor por el estilo. Y era sobre un bizarro oficial de los Tercios tocado por la gracia de Dios y convertido, dispuesto a mudar de vida y estado, que pidió entrar jesuita. Cuando acabó de hacer los Ejercicios Espirituales, ya a punto para comenzar la primera probación, su director espiritual le indicó que debería afeitarse el gran mostacho, un formidable bigotón con puntas, pues parecía (entonces) un aditamento que no se avenía con el tipo exterior, figura y presencia, que debía tener un aspirante a jesuita. El valiente y decidido militar, tan convencido de su vocación, quedose, empero, muy contrariado con la petición de su confesor, y, con todo sentimiento, pero entero en su decisión, le contestó finalmente al padre que no, que a su mostacho no renunciaba. Conque, igualmente sentido, el maestro jesuita le despidió, pues que así se truncó aquella vocación en ciernes. Pero sucedió que aquella noche, luego de cenar y leer un rato, el capitán se durmió, con el codo sobre la mesa y la cabeza sobre la mano, tan cerca del velón que le alumbraba que, dando una cabezada, la llama del candil le prendió fuego a la punta del mostacho y se despertó sobresaltado con medio bigote ardiendo. Se lo apagó a manotazos, y luego se miró al espejo y vio la ridícula imagen de aquel bigote que era su orgullo, la mitad chamuscado y la otra mitad aun con su punta lucida, y se echó a reír con buen humor, comprendiendo de un golpe toda su vanidad y a la vez el valor precioso de la vocación santa que estuvo a punto de perder por la vanagloria de un bigote. Aquella misma noche se afeitó lo chamuscado y la otra mitad también, y en cuanto amaneció corrió en busca del director espiritual para contarle el caso y retomar su propósito sobrenatural, con nueva determinación, sin la querencia de aquel bigote que fue su estorbo frente a la llamada de Dios. Así, más o menos, es la historia que leí, no recuerdo dónde.

 
Por eso, al ver las fotos del nuevo Prepósito General de la Compañía de Jesús, con su bigotazo, con esa pinta de secretario la UGT o de CCOO, me he puesto a recitar (de internis) el lamento ciceroniano del o tempora, o mores. Porque en los buenos tiempos de los jesuitas, con esa estampa, este no hubiera sido, no ya postulado, sino ni siquiera admitido en la Compañía.

De hacer más reflexiones y corolarios, me excuso. Mencionaré, no obstante, la vulgaridad formal del cada vez más abigarrado mosaico francisquista.

Él es el Papa, y así son sus hombres.


+T.