lunes, 6 de mayo de 2013

Flores de Mayo

 
El primer mes de Mayo que recuerdo aun me huele a aquellas flores, a rosas, a celindas, a azucenas, a geranios. Los geranios eran las flores más socorridas, porque eran las más abundantes, las más bravías, tan recias que una vez que agarraban en la maceta y el arriate se apañaban solos para crecer y florecer. Las rosas también son muy feraces en Mayo, florecían nuevas, todos los días, en los arriates del patio grande de mi casa, un quasi-jardín con macetones más grandes que yo.

Para el mes de Mayo nos cortaban unas cuántas rosas y nos formaban un ramillete atándolas con un hilo de cáñamo; mis hermanas las envolvían en un papelito de seda celeste, tapando el amarrijo y los tallos. Yo no tenía paciencia, y lo metía en la cartera del colegio, porque me daba vergüenza ir por la calle con el ramo en la mano, eso era de niñas. Yo tenía cinco o seis años. Y no me gustaba el mes de Mayo.

No me gustaban los rezos del mes de Mayo porque nos metían a todos los niños del colegio, chicos y grandes, en la capilla; los pequeños delante, los mayores detrás. Aunque todos éramos casi de la misma edad, porque las RR. MM. Teatinas sólo admitían niños (varones) hasta la primera comunión. A las niñas sí las dejaban estar hasta que empezaban el bachillerato, que entonces comenzaba sobre los 10 años. Conque las alumnas mayores eran niñas de 9 años, los niños mayores, chicos de 7, y los pequeños los que teníamos entre cuatro y seis primaveras. Recuerdo la enorme diferencia de todo (talla, ropa, zapatos; lectura, escritura, catecismo, dibujo, juegos...todo!!!) entre un pequeñajo como yo y un medio cadete de 7 años o una repipi señorita de nueve.

Yo era un peque de cinco años, o cuatro a punto de cumplir cinco. Yo tenía el pelo rubio, con un irreductible remolino en la coronilla Yo tenía dos incisivos paletones que me pisaban el labio de abajo. Yo tenía unas botas con plantillas ortopédicas que crujían cuando pisaba. Yo tenía unas gafas de hipermétrope-estrábico, las más grandes, súper grandes, las de cristal más gordo y montura más dura que vendían en la óptica. Para remate del cuadro óptico, me ponían un parche de goma negro para taparme el ojo, un día en uno y el siguiente en el otro, para que los ejercitara. Yo tenía todo lo que había que tener para no ser uno más, sino uno muy reconocido, con fama, encima, de estudioso y tímido. Un horror.

Por su parte, las RR. MM. Teatinas eran el horror horrorum; excepto Sor Bernardeta (mi preferida) y Sor Camino (una buenaza monja-tipo), las demás eran tremendas: La inflexible Sor Maravillas, la siniestra Sor Dulce, las torturadoras Sor Celia y Sor Nuria, la monstruosa Sor Jacinta, y la superiora, Sor Martina, un concentrado de todos los horrores.

Después del canto del 'Venid y vamos todos' se rezaban cinco Avemarías, luego una plegaria de ofrenda y a continuación pasábamos todos, niños y niñas, delante de la imagen de la Inmaculada y poníamos el ramillete de flores a los pies de la Virgen, en una especie de cuadrícula aparrillada que montaban las monjas. El máximum de tensión sucedía cuando, además de poner las flores, había que recitar algún verso, un poema o alguna letrilla de la Virgen: Pararse delante del altar, hacer reverencia, decir el verso y dejar las flores.

Algunas de las mayores recitaban unos versos preciosos, largos como un romance, pronunciando muy bien, muy redichas, con mucha entonación. Los pequeñajos aprendíamos alguna letrilla fácil para salir del apuro; la más socorrida y repetida era -'Virgen María, blanca paloma, si no tienes flores ¡toma mi corona!', la repetían, cada vez que tocaba ofrenda con versos, doce o catorce chiquillos. Otro recurso era tomar una estrofa de alguna conocida canción de la Virgen, por ejemplo 'El trece de Mayo' o 'Rendidos a tus plantas'. Sor Celia, con su cara de lechuza, nos asustaba y nos ponía nerviosos advirtiendo que había que decir el verso de memoria y del tirón, sin titubeos.

Mi tía Aguasantas me confortaba y me daba valor para mi fobia anti-teatinas. Y pensó que lo mejor era ensayarme un verso cortito, para el mes de Mayo, un verso que no fuera de los conocidos y repetidos, sino un verso de verdad, de poeta, y así, cuando lo aprendiera, como ningún otro niño (o niña) lo sabría, yo podría decirlo cada vez que me tocara, sin que sonara a repetido. Mi tía Aguasantas era lectora apasionada de Pemán, recortaba sus artículos del ABC y tenía los tomos de las Obras Completas de la editorial Escelicer, que se los regaló su cuñado, el tío Paco Villavicencio. Así que se puso a buscar un verso pemaniano de su gusto y me arregló para el mes de María el comienzo de aquel poema de la conformidad:

¡Bendito seas, Señor,
por tu infinita bondad;
porque pones con amor
sobre espinas de dolor
rosas de conformidad!.

que, después del retoque de tia Aguasantas, quedó así:

¡Bendita seas, Madre mía,
por tu infinita bondad;
porque pones con amor
sobre espinas de dolor
rosas de conformidad!.

Un detallito, un pellizquito quitando al Señor y poniendo a su Madre, guardando la piedad del verso y dejándolo apto para las flores de Mayo. Total, que me aprendí el versito, lo ensayé discretamente con mi tía y cuando lo tuve bien aprendido, con su poquito de entonación y todo, me decidí a recitarlo la próxima vez que tocara flores con verso.




No sé qué día del mes fue, ni el de la semana. Íbamos a la capilla para rezar el mes de Mayo media hora antes de salir, a las 5 de la tarde. Entramos en el oratorio y allí estaba la imponente Sor Celia, en la esquina del altar, como pájaro en la alcándara, malencarada, mirando de reojo, sin quitarnos la vista de encima. Aquella tarde tocaba verso y flor. Yo llevaba un manojito de rosas que olían riquísimas, un olor dulce de esos que se te pegan en la nariz. Yo no sabía que aquel olor dulce de las rosas era señal de que llevaban abiertas varios días, y tenían los pétalos sueltos, a punto de desprenderse. Cuando saqué el ramo de la cartera vi que en el fondo se quedaron varios pétalos grandes, blancos unos y otros rojos. Pero al entrar en la capilla, Paquito Daza me empujó, me agarré las gafas, me pinché una espina, se me cayó el ramo, y en el suelo quedó un montoncito disperso de pétalos de rosa. Sor Camino los recogió y me los metió en el bolsillo del babi: -Cuando digas el verso, coge los pétalos y se los echas a la Virgen, me dijo al oído. Pero yo iba en la fila con el alma abatida y el ramito de rosas sin pétalos, sólo con los tallos, las espinas y las cabezas de las flores peladas, una irrisión. Y alguno se rió, y yo me di cuenta. Y me tocaba ya decir el verso, ya tenía que decirlo...-¡¡¡Ya!!!, me dijo la apabullante Sor Celia. Y yo no decía nada, allí, paralizado con los rabos de las rosas en la mano y la boca cerrada, estático...Y sor Celia me golpeó en la cabeza con la libreta enrollada que tenía en la mano, y yo empecé a llorar, sin voz, sólo con los ojos, con las gafas empañadas, rojo de vergüenza, la cabeza agachada... Sor Celia me tiró del cuello del babi y me arrimó a la pared, para que los otros niños pudieran decir sus versos y poner sus flores.

Se me acercó Sor Camino, me acarició el pelo, se sacó el pañuelo y me limpió las gafas. -Venga, no llores, que la Virgen ha escuchado en el cielo el verso tan bonito que no le has dicho: Mira como te sonríe!

Y era verdad. La Virgen, con su corona de estrellas, con sus manos juntas, me miraba y me sonreía. Como siempre, como todos los días. Pero aquella tarde de desconsuelo me pareció más linda que otras veces, mirándome, tan bella.


Aquel mes de Mayo pasó. No olvidé el mal rato, ni el empujón de Paquito Daza, ni el papirotazo de Sor Celia, ni a la amable Sor Camino, ni la sonrisa de la Virgen. El verso sí lo olvidé. Pero un día, ya de estudiante, en la universidad, me encontré casualmente con aquellos versos de Pemán:


¡Bendito seas, Señor,
por tu infinita bondad;
porque pones con amor
sobre espinas de dolor
rosas de conformidad!.

¡Qué triste es mi caminar!...
Llevo en el pecho escondido
un gemido de pesar,
y en mis labios un cantar
para esconder mi gemido.

Tú sólo, Dios y Señor,
Tú, que por amor me hieres;
Tú, que con inmenso amor,
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres,

Tú sólo lo has de saber;
que sólo quiero contar
mi secreto padecer
a quien lo ha de comprender
y lo puede consolar.

¡Bendito seas, Señor,
por tu infinita bondad,
porque pones con amor,
sobre espinas de dolor,
rosas de conformidad!...

Será el dolor que viniere
en buena hora recibido.
Venga, pues que Dios lo quiere...
¿Qué me importa verme herido
si es mi Dios el que me hiere?.

Yo no me quejo, Señor;
yo sé que es goce el dolor
si se sufre por amar,
y el padecer es gozar
si se padece de amor.

Yo quiero sufrir, Señor;
quiero por amor gozar
la dulzura del dolor;
quiero hacer mi vida altar
de un sacrificio de amor.

Vivir sin penas de amores
es triste vivir sombrío,
como el del agua de un río
que, sin árboles ni flores,
va por un campo baldío.

Vida, la falsa alegría
yo no te envidio, que el día
que fuere mi vida así
temblando de horror diría:
¡Dios se ha olvidado de mí!.

No huyáis penas y dolores
con flaqueza de cobarde,
ni busquéis falsos amores,
que mueren, como las flores,
en el morir de la tarde.

Saber sufrir y tener
el alma recia y curtida
es lo que importa saber;
la ciencia de padecer,
es la ciencia de la vida.

Por eso, Dios y Señor,
porque por amor me hieres,
porque con inmenso amor
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres;

porque sufrir es curar
las llagas del corazón;
porque sé que me has de dar
consuelo y resignación
a medida del pesar;

por tu bondad y tu amor,
porque lo mandas y quieres,
porque es tuyo mi dolor...,
¡bendita sea, Señor,
la mano con que me hieres!


Hace ya tiempo que por Mayo ofrezco a la Virgen rosas de conformidad, ramilletes de rositas de Pemán (también las llamo así). Algunos días es una rosa sola, una rosa de gran conformidad; otros llevo un manojo de florecitas, conformidades pequeñas en un ramito. También me acuerdo de mis lágrimas de niño de aquel día de Mayo, y las reúno con otras de ayer y de ahora, y hago otro ramito de flores, lagrimitas en flor, también para Ella.

Yo sé que son cosas que algunos no soportan, también sé que otros se reirán; no problem. A mí me sirven, yo sé que son buenas, que se las puedo llevar a la Virgen, que me las acepta. Y me sonríe.

Et quam pulchra est!!!


+T.