jueves, 25 de febrero de 2010

El Aquelarre de las excelentísimas


Con Goya, el pintor, mantengo una extraña relación: No siento pasión por su pintura, pero reconozco que pocas veces se ha plasmado mejor en una obra pictórico-gráfica una nación/un mundo/un momento. En este sentido me parece fascinante, incluso insuperable. Goya parece que pinta profecías fatales, como si las brujas de sus aquelarres le hubieran insuflado una visión agorera para adelantar en un lienzo o una plancha el horrendo futuro de España.

Ayer las abyectas titulares del ordeno y mando eran como el trasunto de una pintura negra. Las tales tienen cara de lo que son y son como sus respectivas faces, degeneradas, prostituídas al poderío, sin escrúpulos para poner muerte en la leyes. Pintarrajeadas, asquerosamente maquilladas a la moda de las peores, hacen lo mismo con las leyes que engendran desde las matrices pútridas de sus mentes de hembras de sentina; saben que cuecen su olla podrida para la famélica legión engordada con pienso fácil, pero por si acaso despertara la conciencia de la infecta "ciudadanía", mantienen el arte de la confitería de las brujas y acaramelan la ponzoña diciendo libertad-derecho-progreso donde esconden matanza-crímen-parricidio-aborto.

Las ellas degeneradas, ayer, con pantomima de vencedoras, se besaban y se dejaban unas a otras junto el rocetón de carmín caro el hilillo de baba sucia y el aliento hediondo de las brujas. Tienen cara de lo que son, son lo que llevan en la cara.

Goyescas oscuras, el sótano de la cloaca, la estercolera de la cuadra, el pudridero de los muertos sin nombre. Como las brujas de los cuadros del Lázaro Galdiano llevan cuerpecillos inmaduros en un canasto de mugre, criaturas sin madurar ahorcadas en el palo de sus escobas, muertecillos destripados con las cabecitas descoloridas aplastadas debajo de sus tacones. De las carpetas y los portafolios de sus excelentísimas y sus señorías chorrea un reguerillo de sangre y placenta que encharca los pasillos de sus palacios donde se legisla la muerte.


Ellas, con un coro de carcajadas horrísonas, con rumbo de hembras mortíferas, van pisando fuerte, metiendo ruído, triunfadoras bailando una danza infernal de muerte. Una re-versión del triste concierto que forman tocando a muerto la campana y el cañón, con ellas contentas porque el bronce suena por los fantasmas de los que no nacieron y el cañón es revolución de la escoria del mujerío.

Siniestra época en que las mulas estériles asesinan a inocentes tirando coces de leyes, con el cetro de la muerte en las pezuñas de la fieras, con las brujas del Goya más tremendistamente español gobernando, furiosas hechiceras de espanto y muerte bajo la presidencia del Gran Cabrón de ese aquelarre.


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