lunes, 15 de septiembre de 2014

Tota Pulchra et in dolore


Predico de la Virgen que los Siete Dolores que le atribuimos la embellecieron, la perfeccionaron. Me apoyo en Hb 2, 10: "...decebat enim eum propter quem omnia et per quem omnia qui multos filios in gloriam adduxerat auctorem salutis eorum per pasiones consummare / Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación." La Madre del Señor también se perfecciona en la Pasión del Hijo, por la Pasión del Hijo. Concebida en gracia, poseedora de toda virtud, sin embargo no había adquirido aquella perfección del amor en el dolor, que le advino iuxta Crucem.

Por eso, más bella que la Inmaculada es la Dolorosa: Cada dolor la perfecciona, cada lágrima la embellece. Por eso es tan bella, la más bella, en su Asunción, cuando la suben, porque lleva en su ser - cuerpo y alma - la perfección de la Pasión de la Virgen-Madre, Tota Pulchra. Por eso sube, tan excelsa, por encima de la belleza de los ángeles, más hermosa que los querubines, más bella que los serafines.

 

La iconografía católica atina cuando representa en el Stábat Mater a una mujer bella, dolorosa mas hermosa, especialmente pulcra en el dolor, Mater iuxta Crucen Filii.

Desde el románico, un realismo poco elaborado espiritualmente que representa el patetismo trágico de la Pasión con formas poco atractivas, no bellas, recalcando la descomposición de los rasgos de Cristo-herido y María-lacrimosa, va dejando paso a la iconografía de la Mater Pulchra in dolore. Ya en el Descendimiento de Roger van der Weyden, del Prado, la Virgen sincopada es la figura más hermosa del conjunto, patética en su dolor desmayado, pero bella. La Pietá del Michelángelo (Vaticano) es un culmen iconográfico de la acertada contemplación mística del misterio de la belleza del dolor divino, la hermosura de la Pasión del Hijo, cuya gracia también vence la fealdad del pecado, siendo todo hermoso el cuerpo sacrificado, siendo bello el dolor de la Madre que le llora, mostrándolo, juntamente con el suyo, como misterio de amor, atractivo porque es bello su dolor, ese dolor.



En la Escuela Andaluza de los siglos XVII-XIX, se roza casi lo sublime del concepto belleza-dolor en las figuraciones pasionistas. De Murillo y Montañés a los primeros maestros e imagineros del neoclásico y el romanticismo, la expresión de la belleza dolorosa desvela un logro iconográfico insuperable.

Una tesis a desarrollar: La merma en fe-devoción, incapacita la percepción de la belleza. En este sentido, me resultó tan extrañamente impresionante la primera vez que vi la 'Mater Dolorosa' de Rembrandt, una figura ligada a la iconografía hispánica (es, de hecho, una versión de la popularísima 'Soledad', ataviada con toca y delantal blancos, manos cruzadas y manto-velo negro), pero tan alejada en su patetismo del concepto de belleza/gracia.




El sueco Pär Lagerkvist, en su novela 'Barrabás' hace aun una más cruda y anti-estética descripción de la Dolorosa:

"...Tenía el aspecto de una campesina ruda y tosca. De vez en cuando, se pasaba el dorso de la mano sobre la boca y la nariz, que le goteaba, porque estaba a punto de llorar. Sin embargo, no lloraba. Su pesar era diferente del de los otros, como era diferente la forma en que lo miraba. Sí, era su madre. Experimentaba, sin duda, una compasión más profunda que la de cualquier otro; pero parecía reprocharle haberse prestado para hacerse crucificar."

Concluyo que se trataría, iconográfica-estéticamente, de una extensión negativa de la bienaventuranza: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". Sin gracia en el alma, los sentidos no perciben, no son capaces de contemplar la belleza en el dolor.




Quiero insistir que me refiero no sólo a una belleza interior, sino a una hermosura corporal, como la que expresa el Cantar de los Cantares, una belleza formal, atractiva, radiante y seductoramente hermosa para el espíritu y la vista, interna y externamente.

n.b.
Escribo en Sevilla, centro iconográfico de la Mater Pulchra in dolore; también epicentro del mal gusto que desgracia por ínfima sensibilidad, torpe y vulgar, confundiendo lo sublime con lo ridículo más populachero.


+T.