lunes, 25 de enero de 2010

Católicos Ocultos



Católicos ocultos o católicos de corazón, que también se puede decir así. Católicos en su centro, disimulando porque les tocó un tiempo cruel, duro para la fe verdadera. Y los católicos se disfrazaban con la ropa que les obligaban a llevar. Si no no comían, y hasta podían morir denunciados por papistas, y verse en la Torre y con abono reservado para el cadalso.

Cada vez hay más pruebas que confirman lo que se sabía/intuía pero se callaba: Que Shakespeare era católico, de familia católica, y se mantuvo católico, y se le nota todavía en sus obras. Pero tuvo que camuflar su fe, porque tenía que vivir. Es el prosaico primum vivere deinde philosophare, tan crudo y realista, transportado al plano de la fe: Primero vivir, después creer; antes subisistir y la fe luego.

Así sobrevivieron en la Inglaterra de Isabel I Tudor los hijos de los católicos que sobrevivieron a Henry VIII Tudor; fueron los resistentes que tuvieron un respiro durante los años de Mary I, la esposa de Felipe II y la esperanza del restablecimiento del catolicismo inglés. Terminaron cripto-católicos en la Inglaterra de Elizabeth. Entre la política real y la posible, pudieron más los empeños afincados de monasterios y predios eclesiásticos, ya en manos de propietarios comprados por el rey a precio de abadías y tierras monacales. Es dificil vencer la causa de una fe que se traduce en tener que devolver y reponer. Así se afianzan enemigos, no se re-convierten almas; mucho menos naciones, para las que el oro sonante presente vale más que la trompeta del Juicio que sonará.

Los cripto-católicos ingleses fueron admirables señores de medio pelo y poca hacienda, Shakespeare, Tallis, Marlowe, o el Dowland semper dolens, a la sombra de la corte o de los mecenas de moda. Me los imagino con la vida de día y el rezo de noche, boca riente al sol y corazón azorado en la alcoba. Dejando suspiros piadosos en una melodía, o en un verso una huella de fe. Y a vivir creyendo en silencio.

No fueron los mejores. Los mejores fueron los valientes, los resistentes, los recusantes. Los que perdieron hacienda, vida y honra (¿quién decía que eran los tres riesgos del apóstol???); aquellos recusantes que se fueron perdiendo en sus casas de labor, en la Inglaterra católica profunda que perduró humilde y recia, no espléndida y pudiente. Fueron estos papistas mil veces perseguidos, vejados, despreciados, los que hicieron posibles el renacer del XIX, con la restauración de la Jerarquía Católica en Inglaterra. Incluso el Oxford newmaniano le debe tanto a los resistentes, a los que estaban sin ser vistos, manteniendo la fe, viviéndola y transmitiéndola.

No tienen nombre brillante, no son Shakespeare, no son Tallis, no son Dowland. Pero fueron ellos; ellos fueron el rescoldo vivo, tan necesario cuando no dejan que prenda visible la llama.

¿Y los otros, los dolientes cripto-católicos? Desaparecieron. Quedaron sus obras, los dramas de Shakespere, sus comedias, las obras de Tallis, las de Dowland...pero ya no hubo, después de ellos, una segunda generación de católicos silentes; cuando aquellos corazones (sinceros) dejaron de latir, su catolicismo latiente se fue con ellos. Sus hijos ya no fueron católicos, no tuvieron descendencia de fe. Y la fe que dejaron fue sólo una tenue luz rastreable en sus obras, como un reflejo dorado en la bella penumbra. Nada más.

La fe cuando no sale fuera se queda dentro, en el corazón, rezumando zozobras porque se teme a los hombres cuando hay luz y a Dios cuando oscurece. Sea por falta de valor, o por exceso de procuras. Y no es fértil.



+T.