domingo, 3 de mayo de 2009

Apocalípticos

El Apocalipsis es un libro estupendo. La primera vez que lo leí completo - siempre hay una primera lectura de la Escritura, pero nunca es la "definitiva" - me quedó la impresión de esa abigarrada secuencia de plagas y horrores cósmicos, tan fascinante. Una fascinación de todos los siglos que demuestra que el Apocalipsis es un formidable libro "interactivo", el más interactivo de todos los libros de la Biblia, quizá.

Y quizá, iconográficamente, lo descubrimos y marcamos su primer hito "interactivo y global" en España. Los comentarios ilustrados al Apocalipsis del Beato de Liébana fueron mucho más que una obra, porque se convirtieron en un género. Un libro que acompasa texto e imagen, lectura y color, en uno de los más sugestivos imaginarios de la Cultura Cristiana medieval (es decir, de todos los tiempos). Nuestro Beato y los beatos que lo copiaron y circularon por la remota Europa de la Alta Edad Media abrieron una corriente imparable de Apocalipsis ilustrados.
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El Apocalipsis de San Juan es una revelación profética optimista para un tiempo/un momento dificil. No es un libro de ilusiones para pusilánimes y escapistas, sino un mensaje de aliento para batalladores, tenaces y resistentes. Un contenido de magnífica esperanza, pero tremendamente realista. No oculta el sufrimiento ni elude las batallas, pero presenta un panorama positivamente favorable a la Iglesia...finalmente. Una Iglesia que se revela una y la misma pero viviendo en dos planos, dos dimensiones: Una Iglesia celestial que alaba en gloria, y una Iglesia terrena que sufre y testimonia en la historia que ocurre en la tierra.
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Si el Apocalipsis fue una inyección revigorizante de fuerza y espíritu para las iglesias perseguidas del siglo I-II, también fue el recurso al que volvieron los cristianos cuando llegaban días de acuciante peligro. Nuestro Beato de Liébana escribe su comentario en la España arrasada y sometida por los moros, cuando todo parecía perdido. Los Apocalipsis de la Edad Media se cierran con otro de imaginería tan brillante como el de los Beatos liebaneses. Me refiero a la espléndida serie de tapices angevinos representando las escenas del la Revelación joánica, otro de los monumentos del Arte Cristiano medieval, providencialmente conservados y expuestos antes en la Catedral de Angers, y ahora en su Castillo-museo. Se tejieron en las postrimerías del siglo XIV, cuando la peste negra asolaba Europa, la Guerra de los Cien Años a Francia, y el Cisma de Occidente a la Cristiandad. Cuando todo parecía perderse.


El imaginario del Apocalipsis tuvo un final tardo-medieval sorprendente e impensable: Sirvió a los luteranos como inspiración iconográfica para uno de los más virulentos ataques propagandísticos que jamás haya sufrido la Iglesia. Con una diabólica imaginación "apocalíptica", las xilografías de los grabadores germanos representaban al Papa como el Anticristo y a la Iglesia Romana como la meretriz Babilonia, todo ello tomando pie y excusa en los textos y escenas del Apocalipsis. Sin pretenderlo, inconscientemente, ellos mismos protagonizaban la profecía apocalíptica de la reversión perversa de los acontecimientos y los hombres contra los fieles de Cristo, del Cordero. Un tremendo punto final para los Apocalipsis medievales, con mucho éxito también, como los otros.

Después el Apocalipsis se representó poco, aunque siempre ha mantenido su poderosa capacidad inspirativa, tan fascinantemente sugestiva. Sigue siendo un recurso, un medio de fe para entender las cosas que pasan (pueden pasar) con la fe y los fieles, los creyentes, los cristianos.

Sin ser un libro "político", el Apocalipsis describe los poderes políticos del mundo que luchan contra la Iglesia. Uno de los pasajes más conocidos traduce en gematrías el nombre de los perseguidores de la Iglesia, esa "cifra de la bestia" que tanto gusta a los satanistas y demás conciliábulos dementes. San Juan (yo pienso que con bastante sentido del humor (también hay un simpatiquísimo "humor revelado" salpicado, passim, por toda la Biblia)) disimula el nombre de los primeros perseguidores "globales", con toda la gracia cuando escribe: "¡Aquí la sabiduría! El que tenga inteligencia calcule la cifra de la Bestia, porque es una cifra humana..." Ap 13, 18


Con este y algunos otros simpáticos "guiños", el Apocalipsis de San Juan se revela uno de esos textos de la Sagrada Escritura que ofrecen/incluyen una "clave" para interpretar la historia. Es un tentador recurso para "leer" no sólo el futuro (porque no se olvide que es profecía), sino también el pasado y el presente. Por ejemplo, leyendo los capítulos del Apocalpsis, uno se pregunta: ¿Quién la Bestia del 2009? ¿Cual es su cifra? ¿Y la meretriz borracha montada lúbrica y obscena en el lomo del dragón? ¿Y el Anticristo? ¿Y los Testigos? ¿Y los que siguen al Cordero?

¿A que dan ganas de lanzarse a calcular cifras y personajes, prostitutas en dragones, bestias con cuernos infames y anticristos de perversión? ¿A que tenemos siempre un galería nutridísima donde escoger? ¿A que siempre hay "candidatos" (y candidatas) para los papeles apocalípticos?

El Apocalipsis se lee/se reza en Tiempo Pascual, una lectura simpática, positiva, entusiasta, valiente, para el tiempo litúrgico más triunfante. Durante estas semanas, capítulo a capítulo, se va leyendo el Apocalipsis, como pasando hoja a hoja el rutilante universo imaginado por el Beato de Liébana, o desplegando los espléndidos tapices de Angers. Y a mí me dan ganas de tomar colores de minio y oro, o carretes de seda y madejas de lino y lana, y pintar o tejer una página o un tapiz coloreado del 2009, con las imágenes del Apocalipsis y sus personajes, según las "cifras" de nuestra actualidad y sus protagonistas. ¿A que sí?
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Y es que siempre, cada tiempo y momento, es una escena del Apocalipsis. Hasta que veamos bajar de lo alto la definitiva Jerusalén Celeste, este "Apocalipsis" es nuestro. Y unos son testigos fieles, y otros bestias y/o anticristos y/o meretrices borrachas sobre un dragón.

Peeeeero: ¡Ojo! Ojo y atento a la tentacion porque eso es lo que hicieron los herejes luteranos del tiempo del hereje Lutero: Se leían el Apocalipsis y practicaban un divertido y ocurrente libre exámen de la Escritura adjudicando malos personajes apocalípticos y creyéndose ellos los apocalípticos buenos. Un error - uno entre cientos - de los heréticos luteranistas. Que el Señor nos libre.
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Hay que tenerlo claro, y no olvidarse: El Apocalipsis es revelación de Dios, no un texto interactivo para revelaciones privadas, muy divertidas. Yo no digo que no haya sueltos por el mundo tarascas, anticristillos, putones babilónicos, y bestezuelas con cifra del 6'066, que de todo eso hay para aparejar un buen muestrario. Lo que digo es que la Revelación es una y mayor, uno y muy grande el Misterio, y una y en rodaje la Historia de la Salvación. Y los católicos-católicos sabemos que estamos en la profecía del Apocalipsis, pero no la "adjudicamos", sino que la expectamos y, a la vez, la contemplamos y meditamos, como viendo y leyendo un Beato o los tapices de Angers.

Y, sin embargo sí hay una parte del Apocalipsis muy oportuna para un libre y personal exámen, sin que se caiga en aquel "libre examinar" heretizante: Los capítulos Iº y IIº con las siete cartas a las Siete Iglesias. Un formidable chequeo para pasarnos revista "cristiana". Una muy positiva lección "eclesiológica", para que entendamos algunas cosas y pongamos a punto otras, no sé si me explico.

El Apocalipsis, finalmente, es un libro de prisas que exige saber esperar. Grita ¡Ven Señor! pero proclama que ya vino y está viniendo. Y que cuando vuelva plenamente, no habrá duda: "...et videbit eum omnis oculus et qui eum pupugerunt/ ...Todo ojo Le verá, también los que Le traspasaron". Ap 1, 7.


Conque es cosa de esperar con paciencia, como todos los buenos han hecho.
Amen.

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