jueves, 9 de octubre de 2008

Pius PP XII. In memoriam

En mi casa, desde antes que yo naciera, hay fotos y estampas y medallas de Pio XII. Su imagen es tan familiar para nosotros como la de uno de nuestros abuelos o viejos parientes. Siempre venerado, admirado y querido. Mi madre le tenía especial aprecio a un pequeño busto policromado, representándole con la muceta ribeteada de armiño, las gafas doradas y el solideo blanco. Está desgastado, como esos objetos que se limpian y tocan con cariño, siempre en el mismo sitio. Sigue estando donde lo tenía puesto mi madre.



Mi madre nunca se enteró de la polémica levantada en contra suya por sus enemigos, los de siempre. Tampoco supo de la ingratitud de algunos, del resentimiento de los que se revolvieron mordiendo en su rabia la mano benedicente del gran Pacelli. Para ella, como para tantos, Pio XII estaba tan alto que el fango de los miserables de turno nunca le tocó. Su impóluta sotana blanca sólo tuvo la huella de la sangre de su pueblo, cuando acudió el primero a consolar a los romanos desolados por el bombardeo de San Lorenzo Extramuros.

Mientras vivió nadie se atrevió a levantarle calumnia; quizá porque la magnanimidad imponente de su persona impedía que en torno suyo se movieran indignidades ni vilezas, aunque fueran sutiles. Pero después de su muerte se envalentonaron los canallas, los que antes no hubieran resistido un segundo su penetrante mirada, su palabra clara, tan limpia. Y fue uno de los que tendría que haber callado por vergüenza oprobiosa, pero los infames tienen la memoria corta para los crímenes propios, y se inventan fantasmas contra los hombres de buena voluntad.

Los Papas testigos de las guerras modernas han sufrido ser víctimas de los guerreros antes, durante y después. Los que querían matar y mataban y mataron, acusarían a los Pontífices de estar del lado de uno u otro, según fueran uno u otro los que acusaran, señalando con manos tintas en sangre. Acusaron a Pio X, acusaron a Benedicto XV, también acusaron finalmente a Pio XII.

A favor y en descargo rotundo de Pio XII testan muchos. El principal, quizá, es el más desconocido porque sus viejos "hermanos" silenciaron su conversión al catolicismo, y ni siquiera muchos de ellos saben que el Gran Rabino de Roma Dtr. Israel A. Zolli se convirtió al catolicismo, y se bautizó por expresa voluntad con el nombre de Eugenio Pio, como el hombre santo que le sirvió de testimonio para pasar del viejo Israel a la Iglesia de Cristo.

Hoy, en la Misa celebrada en el L aniversario de la muerte de Pio XII, su sucesor Benedicto XVI ha trazado la semblaza de su reconocible grandeza y santidad.
Ayer, un rabino de Haifa (testigo y hasta puede que animador de la tortura del pueblo palestino por "su" estado de Israel) se atrevió en Roma (donde estaba invitado por el Papa para intervenir como ponente en el Sínodo sobre la Sagrada Escritura) a injuriar la inmarcesible figura de Pio XII (el que movió a un gran rabino de Israel a pasar de las sombras a la luz). La paradoja casi repetida de la tremenda sentencia "...Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: "Vemos" vuestro pecado permanece." Jn 9, 41.
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A Pius XII se le podría haber llamado "magno", como a algunos de sus predecesores, porque estuvo a la altura de los más grandes que ocuparon la Sede de Pedro. Hoy (como tantos días) muchos hemos rezado por su beatificación: Ad maiorem Dei gloriam Virginique Assumptae, ut sit !!!!

+T.