jueves, 29 de noviembre de 2007

Kempis (de amor y dolor)


"No hay amor sin dolor"
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La primera vez que leí esta sentencia fue en el libro de un periodista-escritor amigo de casa, que la citaba a propósito de su madre, recién fallecida: "No hay amor sin dolor"; quizá por la eufonía de la frase, la retuve, y también la referencia: Kempis. Con doce o trece años no pude medir todo su sentido y profundidad, pero como por casa, illo témpore, corrían dos o tres Kempis (más los que andaban perdidos por los cajones de los escritorios y las cómodas), me sonaba a libro de confianza y beaterío, de esos que llevaban mis tías y que me daban en Misa para que los hojeara y me distrajera con las estampitas: O era un misal, o era un Kempis.

Un día me atreví con el Kempis en latín (teniendo al lado la versión en español, la traducida por Fray Luís de Granada, o la del Padre Nieremberg, no recuerdo), y encontré la cita original, tan eufónica también:

"Quia sine dolore non vivitur in amore" - De Imitatione Christi III, Vº,7.

Después la he ido interiorizando y razonando y reconociendo, porque vivir es amar, y amar duele, como dice el Kempis. También supe reflexionarla desde mí para los otros, y saber que yo les dolía porque me amaban. Comprender que la proporción de amor y dolor van ajustadas, da miedo, pero no detiene el amor, ni quita el dolor.

Y así me resulta un extraño metro del amor y el dolor, donde calibro intensidades-proporciones reveladoras.

También sirve para Dios, aunque su amor no tiene medida, y su dolor sea el de la humanidad de Cristo. Pero es uno y el mismo y distinto el Eterno impasible y el Vir dolorum, et non est dolor sicut dolor suus, nec amor.
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Esto último hasta parece del mismo Kempis, que enseña mucho y hace escuela.

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