martes, 24 de febrero de 2009

Retratos

Un tio de mis abuelos que hizo carrera en Madrid y arraigó en la capital con toda su familia sevillana, tuvo el gusto de hacerse pintar unas muy decorativas copias de algunas pinturas del Prado. Muy buenecitas, las copias firmadas por un tal J. Alarcón definían a mi tátara-tío: Un Felipe II de Pantoja de la Cruz, un Carlos V en Bolonia del Tiziano, la Dolorosa de las manos juntas del mismo, y la cabeza del "Retrato de un caballero anciano" del Greco. Todos están en casa de mis padres, adonde llegaron tras azarosas circunstancias, como si la pequeña historia buscara reposar en el lar original, la tierra patria. Mi pueblo y el de todos nosotros, quiero decir.

Son muy decorativos, y bien colocados darían bastante tono a cualquier ambiente. En el piso de mis padres no lucen bien porque están todos colgados en un espacio insuficiente, cuadro sobre cuadro. Pero son tan de casa que se notaría alarmantemente su falta. Dudo que mis hermanas puedan decir dos cosillas siquiera de Carlos V o de Felipe II, pero aun sin conocerlos, saben que son los dos señores de los cuadros que han visto desde que nacieron (ellas, mis hermanas). Mi hermano entiende un poco más. Mis sobrinos...mis sobrinos no se de qué entienden y me da miedo imaginar y no pregunto.

Decía que los cuadros esos no lucen en el piso. Además necesitan una arreglito: Limpiar la pintura, tensar los lienzos, refrescar con barniz nuevo, ajustar los marcos. Pero como han ido envejeciendo con la casa (que se tuvo que vender) y el piso y sus habitantes, su regular estado (el de los cuadros) no preocupa a nadie. Excepto a mi.

A veces he imaginado que ejercen su influencia sobre nosotros, modelándonos a su imagen. A ninguno se nos ha puesto cara de Felipe II, pero mi madre sí tuvo algunos días casi el perfil de la Dolorosa, se le parecía. Sería porque toda pena se asemeja, pero se parecía, hasta el color de los labios. Las manos no, porque la Dolorosa las tiene pintadas finas, muy suaves, y mi madre acabó con las coyunturas como nudos viejos.

Y el retrato del caballero anciano del Greco, ese sí que se pareció a mi padre. Mi padre se le fue pareciendo poco a poco, una metamorfosis de 4 años de derrumbe, de sombra. Menos la gorguera, todo se le fue volviendo como un reflejo de espejo. La mirada era esa misma, cansada pero amable, con más vida en un ojo que en otro, desanimada pero paciente, y la sonrisa fatigada que no sale porque no puede. Y las mejillas hundidas, y las orejas lacias, y el poco pelo mal peinado, la barba enfermiza. Tal cual, como un transporte de la vida al cuadro.

También hay en casa una Virgen de Belén, de cuando se casaron los abuelos de mis tatarabuelos. Una versión popular de un Murillo, de fines del XVIII. Y tengo un retrato de chico, con un año o poco menos, en brazos de mi madre. Yo no me parezco al Niño, pero mi madre sí se parece a Ella.

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