jueves, 11 de noviembre de 2010

Dañino Dagnino


Profeso una cordial antipatía a algunas instituciones de esas que se insertan por arte de birlibirloque en el sarmiento, y por el sarmiento en la vid (se supone). No me extiendo más porque el asunto merecería una de esas exégesis que los más peritos eruditos dedican a echar luz en los rincones y los vericuetos más recónditos. Ni valgo para eso ni tengo la más remota intención (ni posibilidad). Pero vaya por delante que reconozco la poca gracia que me hacen el San Pablo-CEU y sus anejos.

Con la lectura del articulete de su presidente, me reafirmo. Este articulillo:

Es el momento de una sana laicidad

Hay tópicos manidos, que huelen a alcanfor de enaguas del tiempo de Maricastaña, y hay topicazos fresquistos, recien pescados en el rio revuelto de la actualidad. Lo de la sana laicidad, por ejemplo.

Paso de reconecerle "sanidad" y/o "salubridad" a ninguna laicidad, concepto que - por mucho que se empeñen - precede, deriva o se coordina con laicismo. Entiendo que "sanolaicismo" es una de esas obras pasteleras de los que fluctuan entre dos aguas y juegan a dos bandas. Y se inventan estas cosas, tan neblinosas, propias de tiempos turbios, como los que padecemos.

Volviendo al articulete, diré que es de esos que sólo se pueden encajar católicamente con tragaderas capaces de deglutir ruedas de molino, habilidad esta bastante ejercitada por todos los oportunistas que en la historia han sido. Pero muy especialmente, desde el post-concilio, yo diría que ha sido muy ensayada y puesta en práctica por los que se han mantenido en el candelero, equilibristas y trapecistas con red quitagolpes-aseguravidas. Algunos - los más osados - hasta con pretensiones magisteriales.

El articulillo tiene párrafos de tentieso, remarcables:

Ha llegado el momento de un llamamiento a una sana laicidad, una laicidad positiva que sea garante del sagrado derecho fundamental a la libertad religiosa; una laicidad que velando por la libertad de creencias, la libertad de creer o de no creer, no considere la religión ni la Iglesia como un peligro para la democracia, sino como una ventaja; una laicidad que sea garante de la libertad de profesar una fe o de no profesarla, pero que, sea garante último para quienes la profesen del derecho de actuar en la vida pública de acuerdo con esas convicciones religiosas y morales, sea garante de la libertad para los padres de procurar a los hijos una educación conforme a sus convicciones.


Parece como si Dagnino se hubiera endosado la máscara del manifiesto y esté dando desde su podio de presi-dente del San Pablo-CEU un novedoso y revolucionario manifiesto sanolaicista al mundo, al orbe, al universo: ¡Sanolicistas del mundo uníos! ¡Hasta la meta final! ¡Muramos por nuestro credo! ¡Sanolaicismo o muerte!!!

Que Dagnino tiene cara de lo que tiene, no lo diré. Total, nadie se escoge la cara y se nace con ella y con ella se levanta uno cada día (maquillajes y estéticas ayudan, pero la materia prima, la natura susbsistens originalis, no se muda ni mejora hasta la resurrectio carnis). Y no diré que la cara es el espejo del alma porque eso sí que es un tópico maricastañero alcanforizado. Pero conste que me reprimo.

Él, el Dagnino, no se reprime un pelo. Y después del párrafo de marras, repite, insiste, eructa este otro, tan memorable como el otro de antes:

Ha llegado el momento de que, en un mismo espíritu, la religión, y muy particularmente la religión católica, que es mayoritaria, miren juntas a los desafíos del futuro y no sólo a las heridas del pasado. Sólo desde el firme arraigo a esa fe y a ese patrimonio moral y espiritual que nos han legado dos mil años de cristianismo, podremos servir lealmente al hombre y al bien común de nuestra sociedad; sólo así podremos afrontar la regeneración moral de nuestra sociedad desde sus raíces más profundas y servir a la promoción del bien común.


Este buen hombre, presi-dente de una cosa tan, tan, tan...tan eso la San Pablo-CEU, ¿no se da cuenta, no advierte la contradicción, las contradicciones, el absurdo pasteleo en que se enreda?

Quizá se trate de eso, de enredar. Y por eso.

O de hacer una emulsión, una liga de aceite y agua, que naturalmente no se juntan (ni sobrenaturalmente tampoco). Pero si se baten bien, con un buen meneado, resulta una emulsión. Como una salsa tártara, o una mahonesa, o una vinagreta.

Sería interesante saber qué guiso piensa aderezar con la salsa, la emulsión de todo eso que no se mezcla si no se bate y se menea bien. A mano, con mucha muñeca, o con batidora electrica, que las hay muy buenas.

Ya se sabe que una buena salsa sirve para disimular una mala carne. O un pescado pasado, o un marisco caducado.

Que se sufran después unas cagaleras perniciosas (hoy se dice, más fino, gastroenteritis), es lo que pasa. Pero pasa también que la vomitona y la cagalera consecuentes no las tiene el que hace la salsa que disimula el plato, sino el que se lo come.



Moraleja: Pongan ustedes la que les parezca mejor. Yo les aconsejo que separen, que no tomen juntos lo sano-laico ni lo confundan con lo bueno-católico ni lo recto-cristiano.

Así se librarán de dos bacterias más letales que la de la legionella, a saber:

a) el liberalismo

y

b) el indiferentismo

Desde que se echó el cerrojo al magisterio pre-vaticano2º, nos tragamos cada bola que no se la salta un galgo.

Y así están los tiempos. Se empieza por admitir otras verdades junto a la Verdad, y se termina por reconocer derechos y hasta pretender ligar lo contradictorio proclamando principios novedosos que son anzuelos/redes para incautos (o sagaces oportunistas, descreídos medradores, post-modernos confundidos, etc. etc. etc.).

Pero los Dañinos, ya lo ven ustedes: De presi-dente. Muy acomodados acomodadores. Catedráticos titulares de la docta disciplina de la cuadratura del círculo.


p.s. Huelga decir que si eso es lo que se estila en un CEU paulino, la moda que se vista en otros mentideros debe ser...Pues eso (y hasta tres veces peor, y me quedo corto).


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