sábado, 26 de abril de 2008

Isidorerías

El gran Isidoro de Sevilla es un gran olvidado de Sevilla. Hoy a penas ha sido celebrado en la liturgia de la Catedral - con rango litúrgico de solemnidad, evidentemente - y en las Misas mañaneras. Por no tener no tiene ni un monumento dedicado. Y tal y como está pujando el infame e inculto laicismo de la misérrima clase impolítica que desgobierna, no lo tendrá. Pero lo peor es que no lo tuvo antes, ni cuando gobernaban católicos a machamartillo. Así como a San Fernando le montamos un historicista monumentazo en la Plaza Nueva (que por cierto pusieron la primera piedra en tiempos de Isabel IIª y no se inauguró hasta mil novecientos veintitantos, con un cambio de dinastía, una república, una restauración, más Alfonso XII, la Regencia de María Crisitina y Alfonso XIII entre la primera piedra y la inauguración, que tiene miga), al gran San Isidoro no le cupo suerte. Ni siquiera en la lotería de la Expo Iberoamericana; ni tampoco en la tómbola de la Expo'92.

Bueno. Pero está la Parroquia, mudéjar sevillana con sus correspondientes aditamentos barrocos, tan bella a pesar de la pésima restauración y tortura neo-arquitectónica, con despojo y expolio de retablos incluso, como en los peores tiempos, que sufrió hace unos años y de la que todavía presume su perpetrador (sic!). Y también la calle San Ysidoro, que es de las más simpáticas del centro viejo, en perpendicular desde los aledaños de la Parroquia a Francos, donde desemboca en una de las más estrechas desembocaduras del viario sevillano. Un verdadero patrimonio inmueble urbano.

En la portada de la nave de la epístola de la Parroquia de San Vicente, también hay una antigua lápida, muy maltratada, que recuerda que allí murió el Santo. Y dentro, en un anejo entre la sacristia y el presbiterio, una cella recuerda el sitio del óbito del Santo. Un capillita olvidada, a la que no le hacen el menor caso, a pesar de su valor, si no histórico-documental, sí hagiográfico-devocional.

Y es que desde el traslado del cuerpo a León, la cosa no es lo mismo: Ojos que no ven, corazón que no siente! Quizá por eso quisieron remediarlo con dos grandes iconografías isidorianas: El San Isidoro de Murillo, en la Sacristía Mayor de la Catedral, y el San Isidoro repujado de Laureano de Pina, compañero con su hermano San Leandro para el monumental Altar de plata de nuestra Metropolitana. Pero nada de nada: Ni porque pusieran al de Murillo en los últimos billetes de mil pesetas del tiempo de Franco, ni porque saquen todos los años para el Corpus el de plata en un pasito muy ad casum que le adornan y aderezan los de la Hdad. Sacramental de las Tres Caídas, sita en la susodicha Parroquia. del Señor San Ysidoro, en el corazón de la Alfalfa y la Costanilla.


Después hay más isidoros menores, más chicos, menos notables, por todos sitios: Pinturas, retablos, grabados. Yo tenía uno muy gracioso con el Santo a caballo con mitra, pluvial y espada: San Ysidoro Matamoros. Porque sépase que son tres los Santos matamoros de España, aparecidos en las batallas del tiempo de la Reconquista como adalides auxiliadores celestiales de las huestes cristianas contra la morisma sarracena infiel; tres, a saber: Santiago el Mayor, San Ysidoro de Sevilla y San Millán de la Cogolla. Lo que ya no recuerdo en qué batalla metió baza cada uno (salvo la de Santiago, que fue en Clavijo. Y cierra, España!!!). Me parece recordar que en la Parroquia de San Isidoro tienen una buena pintura del San Isidoro matamoros.

Pero la más bella es la del retablo del altar Mayor: Una monumental pintura del maestro Juan de las Roelas que daría honra ella sola a cualquier gran museo que la tuviera. Representa la postrera comunión del Santo y su apacible muerte, en hábito de penitente, rodeado del clero sevillano. El Santo, muy anciano, con la faz dulce y sonriente, se desmaya con las manos juntas. Las cabezas de los otros figurantes se inclinan alrededor, con contenido dramatismo. Del cielo, entre un suave celaje irradiado, llueven flores, y un coro de ángeles mancebos tocan y cantan; en lo sumo, en Gloria, Cristo y la Virgen, con sendas coronas en sus manos, esperan el alma del Pontífice hispalense.


Durante la traumática restauración de su Parroquia, el cuadro de Roelas estuvo colgado en el tránsito de la monumental escalera del Palacio Arzobispal, dominando aquel espacio barroco, tan luminoso. De vuelta a su retablo en el presbiterio del templo, es una de las más gloriosas pinturas de toda Sevilla.
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p.s. Que se entere el Santo que yo sí le memento...y que me mande una mejoría graciosa. Amén.
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