miércoles, 9 de febrero de 2011

La fotito de Lerma y una historieta del Padre Coloma



"A la Excmª. Srª Dª N**** N****


Señora mía:

Ayer me entregó Juan Cortegana las dos fotografías que tiene vuestra excelencia la bondad de enviarme, y la carta en que con sencillez tan espontánea me descubre el gozo de su alma, la paz de su conciencia y el tranquilo bienestar de que disfruta en esa linda aldea asesorada por los doctos consejos de ese señor provisor que ahí veranea, dirigida por ese reverendo capellán que llevó de la Corte, y fortalecida por el trato y amistad de esas benditas Madres Bernardas que la confortan y ayudan con sus ejemplos y oraciones, bizcochitos y alpisteras.

Loado sea Dios, excelentísima señora, que tal placidez da a su espíritu y tan altos alientos la infunde, que rebosan por la punta de la pluma, y saltan y se atropellan en el papel en frases tan fervorosas como estas textuales de su carta, que ante los ojos tengo presentes:

' Todos me elogian y me aseguran que el Señor me guarda para grandes obras, y como yo siento en mí alientos nada vulgares, ruego a vuestra reverencia me indique la manera cómo se preparaban algunos de esos santos grandes, grandes fundadores, por ejemplo, que ha pasado a la posteridad. '

Pues ya lo creo, señora mía, que le diré cuanto sepa, y en muy claro y sencillo romance: que harto me zumban en las orejas aquellas terribles palabras: Vae mihi, quia tacui! - ¡Ay de mí, porque callé!.

Y como no me dice vuestra excelencia si eso de las grandes obras para que el Señor la guarda se lo dijo algún ángel del cielo, doilo yo por supuesto, porque vaya la puntería a lo más alto; y le contaré por toda respuesta la fiel y puntual historia de lo que acaeció ha más de tres siglos  a dos pobres Juanes, que si no pensaron mucho en la posteridad, de que vuestra excelencia habla, no apartaron nunca de su mente la eternidad, que no menciona en su carta."


Esto que he escrito más arriba no es mío, es un fragmento, el comienzo, de una obrita del padre Luis de Coloma s. j. tan célebre en sus dias, tan olvidado hoy. Pero yo, que le tengo muy particular afición, me acordé de él y de esta narración que tituló Cartas Claras; se compone de dos partes, esta Carta Primera: Dos Juanes, y la otra Carta Segunda: A un Gran Señor Titulado.

Pues decía que en cuanto leí el otro día la carta de la superiora y neo-fundadora de Lerma me acordé de este texto del padre Coloma. Y hoy, con lo de la foto de las neo-monjas con su hábito blue-jeans, otra vez se me ha venido a la cabeza el opúsculo del p. Luís Coloma.

Después de ese comienzo, el que he transcrito, sigue la narración de una de las historias de santidad y de santos más extraordinarias y extrañas que han sucedido y que les resumo (lástima de pereza la mía, que no me deja copiar todo el texto tal cual, sorry, ustedes me dispensen). En resumen, la admirable historia es como sigue:

Predicaba en Granada, en Enero de 1538, en la parroquia de San Pedro, que es la del Sagrario de la Catedral, el gran misionero popular rev. p. Juan de Ávila, que subido al púlpito de la preciosa iglesia granadina inflamaba con su verbo arrebatado a todos los concurrentes ensalzando las virtudes, méritos y santos arrojos del valiente y gallardo mártir San Sebastián, soldado de Cristo y su testigo con sangre y quebranto de su cuerpo, expuesto a la pasión de los tormentos y las cruentas saetas que dispararon contra sus miembros.
Tanta era la elocuencia pía del Maestro Ávila y la emoción que suscitaba en sus oyentes, que un pobre librero ambulante, vendedor de estampas y hojillas de imprenta, salió del templo dando gritos, confesando en alto sus pecados, clamando misericordia y dándose golpes de pecho, con tanto efecto que los chiquillos que había en la plazoleta de delante de la iglesia se fueron detrás suya correteándole y coreándole: "¡¡¡ Al loco, al loco !!!". Total, fue que al dia siguiente, después de la noche que se pasó vagando por las frías calles de Granada, dos buenos señores se apiadaron del pobre librero y lo recogieron en la esquina de una plazuela, donde yacía tendido, y lo llevaron a la casa en que se hospedaba el p. Juan de Ávila, que le hizo un hueco entre los muchos penitentes que tenía que confesar y atender, y tuvo con el pobre arrebatado librero una larga plática, y luego lo despidió.
Pero apenas que pisó el umbral de la calle, el librero volvió a los clamores y voces, tanto que parecía más loco que el dia antes, y salió corriendo por las calles, y hasta se quitó la ropa y se quedó medio en cueros, sin dejar de pedir misericordia y perdón por sus pecados. Y así anduvo hasta que unos alguaciles de la ciudad lo prendieron y se lo llevaron preso al Hospital Real, donde le metieron en una jaula, en el patio de los locos dementes. Estuvo varios meses así, y se cuenta que le dieron cinco mil azotes en sus magras carnes, una zurra cada día, tratado como un loco de remate al que se le pretendía quitar la demencia a palos, según la usanza médica de entonces. Y así hasta que un día le llegó una carta del Maestro Juan de Ávila con este escueto aviso: - "Basta ya la opinión de fingida locura para conservar la humildad. Conviene ahora deis a entender que estais bueno, así por no desacreditar lar virtudes que Dios ponga en su alma, como también para que podais seguirme a Montilla, para donde estoy de camino."




La narración de Coloma sigue contando los primeros días en Granada, ya de vuelta, de aquel extraño penitente que no era otro que el que un día sería conocido y venerado como San Juan de Dios, el fraile hospitalario que encendió la caridad más admirable en el corazón de Granada; y el clérigo que le aconsejó y dirigió espiritualmente sería también canonizado y venerado como San Juan de Ávila, patrono del clero secular español, un consejero de santos, auténtico doctor de aquel radiante Siglo de Oro en que España vencía con la sólida virtud de sus santos la vana grandeza de sus armas y sus triunfos. Aquella España de aquellos tiempos.

Pues continuo con el final del cuento del p. Coloma; escribo copiando como al principio:

 
"Y aquí pondría punto final, excelentísima señora, dando ya por satisfecha su consulta y cumplido mi encargo, si no me creyese obligado a darle gracias muy reverente por las hermosas fotografías que me ha hecho el honor de enviarme, con tanta bondad de su parte como de la mía extrañeza.


La idea de retratarse vuestra excelencia vestida de religiosa es, en verdad, peregrina, y por tan famosa y devota la tengo que me extraña y maravilla no se la aconsejase al propio San Juan de Dios su sabio maestro Juan de Ávila como medio de propaganda mística.


Porque la verdad es que el cuadro...la figura de vuestra excelencia, todavía esbelta, arrodillada a los pies del devoto Cristo, y hasta los ondulantes pliegues de la cola del hábito, que con exquisito sentido estético no escogió vuestra excelencia entre los de monjas rabicortas, sino entre los de monjas de cola larga, claman y gritan y vocean el espíritu de humildad y desprecio del mundo que ha inspirado la composición artística y la hacen medio el más a propósito para indicar los grados de preparación que tiene ya su excelencia para recibir encargos del cielo.


... ... ... ...


Madrid, a 23 de Enero de 1897. Suyo affmº servidor y humilde capellán .

Luis Coloma S.J.



Quiten ustedes la crono-patía tardo romántica e irónica que el p. Coloma le pone a la carta, suplanten a la excelentísima de marras por las neo-monjas de Lerma, y entenderán la impresión-evocación que me hizo la carta de Sor Verónica en su día y ahora la fotito de todas reunidas retratadas en hábito de tela vaquera; comparadas en semblanza con el el texto del p. Coloma que he transcrito, quiero decir.

Conste que es sólo eso, sin más. Yo sólo pongo imaginación y comentario a los hechos, que los dan ya hechos, escritos y fotografiados.

Porque tiene gracia chocante que la cosa empiece así, con carta declamatoria estilo 'qué buenas y únicas y auténticas somos' y con fotito de aquí estamos, así vamos, estas somos, allá vamos.

Curiosa y llamativa manera de empezar.

Nada más, sólo eso.


+T.

Los Maritain (y el santoral juanpablista in crescendo)



Una de las características más constantes y apreciables del juanpablismo es un entusiasmo inmoderado y un pan-optimismo semper-festivo irrefrenable. El estado de jubileo perpetuo que parecieron aquellos años del largo pontificado de JPII: Cada año era jubileo por algo, todos los años se conmemoraba a alguien, era el año de alguna cosa y había cuatro beatificaciones/canonizaciones por mes, cada Domingo.

Ese ritmo necesita un suministro constante de material (consumible, he estado a punto de escribir). Tocante a los candidatos a la gloria (ya no de Bernini), la lista de posibles va agotando a los mártires de guerras, fundadores y (sobre todo) fundadoras de congregaciones del XIX-XX (decrépitas la mayoría de estas, casi sin fuerzas ni efectivos para desempeñarse en el XXI). Ya están todos-as, pian piano, y hay que buscar nuevos canonizables porque la producción no puede parar. Lástima de esta impresión, tan juanpablista, de que no se puede parar, hay que seguir, más y más y más.

Y por eso, de no sé qué mente, ha salido la ocurrencia de beatificar (empezar el proceso) a Maritain y su señora esposa, muy señores mios. Confieso, reconozco, que no le tengo especial simpatía a Maritain, apreciable católico, converso muy apreciable, de ese "estilo francés" tan impactante en el medio cultural, tan bien publicitado por el mundo francés, que no sólo sabe promocionar su moda sino que son expertos en hacerse con la exclusiva y subirse al podio.

Decía que no le profeso especial querencia a Maritain. Me trae un eco, un regusto, a intelectual pre-Vaticano 2º doctoralmente instalado durante el Vaticano 2º y oracularmente consultado durante y después del Vaticano 2º. Demasiado identificado con el antes, el durante y el después conciliar para mi gusto. No sé si me explico, no sé si me entienden.

De un santo-santo se aprecia (se apreciaba) eso que antes se decía "olor de santidad", esa característica sutilísima y popularísima a la vez que apreciaban, en distinto grado,los más finos y todo el mundo que se arrimaba al santo en cuestión. Y se moría el susodicho y olían a santo, con más o menos propiedad, pero con reconocimiento implícito y explícito, en la conciencia de los testigos y la impresion de los circunstantes, de que había muerto un santo y dejaba su rastro de olor, trasminando santidad.

¿Así murieron y dejaron su olor Msr. Jacques y Mme. Raissa? ¿Así fueron conocidos y reconocidos? Me refiero, quiero decir, en su época, en su momento, por los íntimos, los frecuentes y los ocasionales prójimos que les trataron.

El canonizacionismo juanpablista ha conseguido, poco más o menos, que la postulación a la beatificación-canonización se haya convertido en una especie de reconocimiento agradecido y admirativo disponible para todos-as con un mínimo cumplido sin escándalos y un par de florecillas, amables anécdotas de virtudes domésticas, recogidas y aportadas passim por los gestores de la causa de los encausados. Y poco más.

De hecho, la figura, la personalidad, extraordinaria y excepcional del Santo se ha diluído en el agua insípida y corriente del común; un producto light, digamos, si se me permite la vulgar expresión (dadas las circunstancias).

Dice el Señor: "Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo". La cuestión - digo yo - es cuánto grado de salinidad sabrosa y calidosa hay que tener, cuánta luminosidad prístina y ardiente hay que lucir para poder ser modelos de sal y luz e intercesores que nos alcancen que podamos ser nosotros mismos más luminosos y más salados. ¿O es que valemos todos, con un mínimo grado de sal y luz, para que nos examinen en Roma y nos monten en un altar y nos enciendan velas? ¿Somos todos sabroso maní tostado y salado, todos en el mismo cucurucho? ¿Somos todos cirios encendidos de la misma calidad notable, mismo pabilo, misma llama, misma luz? ¿Todos podemos, todos valemos, con un mínimo de sal, con un mínimo de lux?

Amadísimos hermanos mios, el juanpablismo dice que sí. Sinceramente, amables míos, yo pienso y sostengo que no. No se me enfaden ni se me desencanten. Que no me refiero a los Santos que habrá - ¡que habremos! (Deo volente) - en la Gloria Santa, sino que hablo de estos santos que se proclaman en la tierra, los que se promocionan para ser beatificados y canonizados, como el muy respetable y digno matrimonio de los Maritain.

No hace mucho escribí algo parecido sobre un caso parecido, cuando me enteré de que habían postulado la beatificación de Chesterton (y Chesterton sí me cae estupendamente bien, y creo firmemente que está, pletórico y beatíficamente exuberante, en la Gloria, of course). Pero un Santo-Santo es una cosa y un beatificable juanpablista, como se puede comprobar, otra.

En este común denominador caben muchos, el matrimonio Maritain, sí, ¿et pourquoi pas?, probablemente, y Chesterton y - ¡por qué no! - Unamuno, y Bernanos, y Paul Claudel, y Don José Mª Pemán, y el Padre Coloma, y Fernán Caballero...Y me paro y no me meto en el Siglo de Oro porque dejaríamos vacío el Parnaso a fuerza de meter poetas en la Gloria.

Pero ¿se trata de eso?

p.s.Una duda, que se me olvidaba: ¿Quién habrá sido, concretamente, el ocurrente devoto original de los Maritain??? ¿O habrá una peña, un círculo, un club, un ateneo o un café-tertulia detrás de la iniciativa???

p.p.s. Otra cosa: Habrán visto Uds. al pazguato modosito neo-con con pinta de ppero sin desvirgar que habla en el youtube. Ni escogido en concurso de ridiculeces hubieran podido encontrar un tipo más característico. Después, si nos sacan chistes, nos quejamos, pero es que a veces fabricamos gratis la sátira para disfrute de nuestros enemigos, lista para que nos bombardeen con ella, envuelta en papel de celofán y con lazo de raso.

p.p.p.s. Justo cuando empezaba a escribir esto, han escrito un comentario anónimo en el articulete anterior sobre esto que escribo aquí, tan chocante.


+T.