domingo, 5 de abril de 2009

Benedictus Benedictus

El Papado imprime carácter. No está definido, pero si el Sacramento del Orden imprime carácter, y si el carácter sacerdotal se "amplía" al recibir la plenitud de orden del episcopado, pienso (sostengo) que también la asunción del Pontificado Universal implica una culminación de ese carácter sacerdotal-episcopal-pontifical. Ya digo que no está definido. La reflexión circa Papam se paró antes del Vaticano II, y el post-concilio se dedicó, más bien, a episcopologios y colegialidades (o novedades sin sustancia canónica apenas como las conferencias episcopales). Particularmente me escandaliza que en la preces del Breviario, en Vísperas, por cada vez que sale una rogativa por el Papa salen cinco por "nuestro obispo".

Confieso que tengo más concepto papal que episcopal. En el sentido de que entiendo (y entiendo bien) que el obispo es un vínculo de mi diócesis con la Iglesia, y que ese vínculo es y lo establece el Papa. En mi concepto - y es recto - de Iglesia, antes es el Papa cabeza de la Iglesia, y el obispo y la diócesis en subordinación y dependencia absoluta del Papa y de la Iglesia.

Todo esto pesa sobre los hombros del Papa, consumando ese "...impendam et superimpendar" 2 Cor 12, 15 paulino, tan grave en el ministerium Petri, el oficio supremo del Pescador de hombres en el más alto sitio que en el mundo ha existido y existe.

El mundo que se resiste a Cristo reconoce esta identidad suprema del Papa. No creen, pero distinguen su trascendente significado y valor, y por eso cuando atacan a la Iglesia saben dirigir sus golpes contra la cabeza, tan expuesta. La infame recusación promovida por Bélgica es sólo una muestra. La historia tiene muchas, registradas en páginas oprobiosas y gloriosas, vergüenza de los agresores y gloria para los testigos de la Fe. Es la diferencia que distingue a un soberbio Enrique IV contra un luchador Gregorio VII, o el baldón que sume en ignominiosa memoria a Sciarra Colonna y Philippe le Bel y que dignifica al anciano resistente Bonifacio VIII. Por no nombrar a los Mártires, un rico capítulo que casa estrechamente Papado y Martirologio.

Desde los tiempos que marcaron el paso a la "modernidad", no ha habido Papa sin su particular "martirio", entendido como martirial "confesión" ligada al ministerio del Sumo Pontificado y sus vicisitudes, desde el cautivo Pio VI a los Papas atormentados por la guerras y sus secuelas. Digo incluso martirio aludiendo al derrame de sangre, clamoroso y en directo espectáculo para el mundo, de Juan Pablo II.

A Benedicto XVI le está tocando un sufrimiento casi en concordancia con su peculiar vocación docente. Se le rebelan insolentes como los malos alumnos de una imposible clase frente a un excelente maestro que les supera en calidad humana y en sabiduría. Un mundo de mentes de charca y lodazal enfrentado turbiamente al manantial de agua limpia y serena.


Es Cabeza de la Iglesia y Vicario de Cristo. Y está expuesto al mundo y sufriendo los embates del mundo. Pero consciente de que también ese riesgo penoso es inherente a su ministerio sacerdotal, el más alto, que le "caracteriza" con los estigmas de una pasión personal que se suma a la de Cristo:

"... A una vida recta pertenece también el sacrificio, la renuncia. Quien promete una vida sin éste don siempre nuevo de sí, engaña a la gente.

No existe una vida exitosa sin sacrificio. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, debo decir que precisamente los momentos en los que he dicho “sí” a una renuncia, han sido los momentos grandes e importantes de mi vida".

De la homilía pronunciada hoy por el Santo Padre Benedicto XVI, en la Santa Misa de Domingo de Ramos en la Pasión


A sólo cuatro años de su elevación al Pontificado, en el rostro y el cuerpo de Benedicto se van marcando esos grafismos de su pasión. El mundo que le agrede piensa que le vence: No saben - no entienden - que le están exaltando como testigo del Señor al que representa y sirve.

Benedicat Dominus Benedicto!

+T.

Como niños hebreos


En los pueblos, en nuestras parroquias de barrio, se ven estampas de pura sinceridad, simple religiosidad de los sencillos, los que están más cerca del Reino porque son más niños, aunque sean viejos. Y en los dias mayores, son mejores, más llamativamente creyentes, como si quisieran con su inocente fe reparar la poca fe de tantos.

Son niños-niños, o son viejos, o deficientes, o enfermos. En los pueblos tienen mote, y son la tonta fulana o el loco mengano, o fulanita la de no sé quién, todos reconocidos y tenidos en menos con esa displicencia popular, que no es implacable pero sí descarnada.

Son los que dan el beso más sonoro al Niño en Nochebuena, los que reciben con más alborozo el regalo de Reyes (y los que más lo esperan), los que dicen el ¡Viva! más alto, y el Amén más seguro; son los que no se olvidan de echarse agua bendita, cuando entran y cuando salen, los que meten el rodillazo más grande (si pueden) delante del Sagrario, los que tampoco olvidan besarse el pulgar cuando se santiguan, los que dan la paz con beso de verdad, sonoro y con reduplicación, los que abren más la boca para la Comunión, los que tocan más fuerte la campanilla, los que echan con más alegría los centimillos que traen para la colecta, los que encienden más velitas al Santo y recogen más estampitas cuando se reparten.

El Domingo de Ramos son inconfundibles: Llevan el ramo de olivo más grande, y si no hay uno mayor cogen cinco o seis de los medianos y los van meciendo en la procesión con la gloria de Getsemaní. Ellos solos valen por media procesión. Y cantan alto, sin cortarse, la copla que se saben de carrerilla, sin templar la voz, pero con toda su voz.

Ya dije quienes son: Los monaguillos más imposibles, la tonta más conocida del pueblo o del barrio, el más feo de su calle, el cojo con su muleta, o la viejecilla que nadie sabe que edad tiene porque todos la conocieron vieja desde que tuvieron uso de razón. Está también la gorda de la Misa de 12, y el jubilado de la de 9'30, y ese que nunca viene a Misa pero no se pierde un Domingo de Ramos, compuesto con traje de chaqueta que ya no se puede abrochar porque lo estrenó cuando pesaba una arroba menos. Salen contentos, y esperan el Domingo de Ramos como el primero, el primero que recuerdan y que reviven.

Son los que creen y hacen fiesta por Cristo y sus Misterios, que no dudan, que son su vida, tan verdadera y tan simple que asombra a los que creen con más teologías y doctrinas.
Son la abuela que suspira, y el niño que rie, y el que va dormido en el hombro de su padre, y el que va de la mano de su hermanillo mayor, la niña del carrito y la que siempre la lleva. Y el sacristán viejo que ya no sale porque está baldado pero en Semana Santa se repone, y de Ramos al Corpus parece que le han recambiado el cuerpo y el alma.

Son los que hubieran podido ser pastores en Belén, los mismos que comieron pan y peces multiplicados, los que escuchan Bienaventurazas.

Hoy son todos niños hebreos, con ramos y con palmas, los que salen por nuestras calles cantando !Hosanna! ¡Bendito el que viene!
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+T.