sábado, 22 de mayo de 2010

Más de Schönborn indeseable



Alguna vez, oportunamente, digo que no se debe empinar al que ya está en alto. Y es que tengo un prejuicio muy particular contra los que son y quieren ser más, y buscan ser más, y aceptan gustosamente que les hagan más.

Sé lo que el Señor dijo aquello que “…al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Pero esas palabras de Cristo parecen tener un contexto escatológico, se refieren al juicio particular final, en el que Dios retribuirá a cada uno según sus méritos. Para nosotros los viatores, los mortales que transcurrimos por el mundo, se ajustan mejor aquellas otra palabras del Evangelio: “El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” que, aun teniendo también un sentido escatológico, sirven muy bien como lema, un leit-motiv excelente para proceder y resolverse cristianamente.

Dicho esto, miren ustedes estos retratos:



¿Saben ustedes quiénes son estos personajes, estos prelados? Pues son los Señores Cardenales, Obispos y Prícipes electores Friedrich Carl von Schönborn, Lothar Franz von Schönborn, Franz Georg von Schönborn y Damian Hugo Philipp von Schönborn-Buchheim, los ilustrísimos, poderosísimos, engoladísimos, blasonadísimos, muy influyentes, nobilísimos y muy ensalzados tíos-bisabuelos y tataratíos del Emmº y Revmº Cardenal Cristoph Schönborn, Arzobispo de Viena. Una alhaja de valor entre todas esas preciadisimas alhajas.




Si me dijera alguno: Pero el actual Cardenal Schönborn se hizo dominico y dejó casa y hacienda, haciendo voto de pobreza, yo le respondería que igual da, porque no perseveró en la simple monasticidad docta y mendicante de los frailes predicadores, sino que en cuanto le ofrecieron una mitra dijo sí; también dijo que sí cuando le promovieron al arzobispado, y muy gustosamente dijo otrosí que sí al capelo. Conque al final, velis nolis, por caminos directos o indirectos, el resultado es el mismo: Otro Graf Schönborn príncipe de la Iglesia, con todo su ringo-rango, como sus ilustres tíos, esos de las peluconas de la época del emperador Francisco de Lorena, la Emperatriz María Teresa, y el imponente Imperio de los Habsburgo.

En los tiempos en que estamos, hay que ser un mentecato supino para sentir fascinación atractiva por un sujeto con papelorios genealógicos y tribu de antepasados con título y blasón, hay que ser muy lila. Pero el mundo es así, y corren por todos lados PepesBonos que casan a sus niñas con nietos de condeses y sueñan ellos mismo con el Toisón de Oro, o una Grandeza de España, o un Condado aunque sea in partibus infidelium (n.b. He dicho un pepebono porque es el ejemplar más cateto y vulgar de esta tendencia filo-aristocrática que se me viene a la cabeza; ustedes pueden pensar en otros u otras, les concedo la gracia de imaginar).

¿Qué si acaso fray Cristóbal Schönborn o.p. no tiene, no tuvo, no ha tenido, méritos y avales propios, personales, para llegar tan alto sin necesidad de tirar de blasones? Vamos, vamos, vamos…señoras y señores míos (es un decir). Quien no sepa que las discriminaciones positivas están y han estado en uso y nunca han pasado de moda, quien no sepa eso, no sabe nada ni de mundo, ni de suciedad (perdón; sociedad, quería decir, ha sido un lapsus). Inclusive ese enriscado mundo de las prebendas y dignidades eclesiásticas, tan sujetas a vanidad y propensas a suscitar mil vanidades más.


Todavía en el siglo XX-XXI a las Órdenes Religiosas les encanta presumir de nobleza, y tener un fraile, un hermanito, un reverendo que sea conde, marqués, duque o principés, por papá o por mamá. Les encanta, aunque no lo reconozcan y lo disimulen. Y después, si el chico es despabilado, se le abren todas las puertas, portones y portillos para que haga carrera. Un currículum de fraile-conde-duque resulta muy prestigioso, muy brillante.

Muy torpe borrico debiera haber sido el interesado sin con buenos colegios, refinado ambiente, encopetadas relaciones y excelentes modos desde la cuna no hubiera afinado su intelecto adecuadamente. Si en el convento le dieron un poco de cancha, muy favorablemente el nene despuntó, era de esperar. Estas especies nobiliarias son muy extremas: O salen tontos de remate o salen listos como el hambre. Y se ve que el Graff Cristoph es de los inteligentes prácticos, no un Stº Tomás de mucha celda y cátedra, de mucho rezo y libro, sino un aprovechado sapiente pragmático-eclesiástico, con la excelente carta de presentación de sus acreditados blasones de noble imperial.

Así fue desde que pareció con la sonrisita y el hábito de nuestro padre Stº Domingo (recuerdo las primeras fotos, de cuando era reciente obispillo auxiliar de Viena), con todo su brillante currículum de teólogo. Un mimado de la fortuna, en la casa solariega de sus papás y en la Orden Dominicana después. Quizá uno de los más reputados de entre los dominicos que han ocupado últimamente esos puestos (comisiones, representaciones, universidades, colegios, foros etc.) que se reservan para la cuota de representación de las diferentes órdenes y congregaciones religiosas. Competente y brillante.

Y sagaz, muy listo porque se presentaba (lo presentaban, lo publicitaban, lo señalaban) como un católico recto, de perfil conservador, que inspiraba confianza y despertaba las mejores expectativas en los sectores más firmes y fiables de la Iglesia. Al estallar el lamentable caso Groër, ganó en respetabilidad, por su discreción, prudencia y resolución. Un estupendo hombre de Iglesia, con las mejores perspectivas por delante.

Así hasta que empezó a señalarse, a desvelar poco a poco que no era el firme prelado católico que se pensaba, sino el arzobispo austriaco que sintonizaba con el des-catolicismo militante de la Österreich, el contemporizador que recogía las inquietudes de los grupos terroristas de los “somos iglesias” y el líder-portavoz de la muy descompuesta Jerarquía austriaca.

Fue entonces, hará unos años, cuando empezaron a circular las fotos y los youtubes de Schönborn, entre globitos y letreritos, en unas misas extrañas con luces de discoteca, cálices de cristal y otros extraños elementos, muy poco católicos. Ese es el Schönborn que se ha ido re-interpretando en estos últimos cinco años, los años del Pontificado de Benedicto XVI.

¿Es Schönborn – como dicen y corean algunos – un “hombre de Ratzinger” un “amigo de Benedicto”? Compárense, por ejemplo, las palabras de Benedicto XVI en Fátima, hace unos días, con las palabritas de Schönborn de hace un par de días. Compárense y sáquense conclusiones. Evidentemente, Schönborn aparece como una contrafigura, una sombra oscura de Benedicto XVI, porque, prácticamente, contradice al Papa en el fondo y en la forma.

Schönborn , muy en contra del perfil moderado y responsable que cierta prensa afín le atribuye, se perfila como uno de los más peligrosos y modernistizantes prelados de la actualidad, con todo su haber de noble-teólogo-arzobispo-cardenal de su parte, un currículum admirable, brillante, que se ha sabido labrar. Preside a los inquietos obispos de Austria, tiene relaciones cordiales con el episcopado de Alemania, cuenta con muy buen cartel entre los ortodoxos (y los ortodoxos rusos, además) y en un par de años se ha convertido en el mascarón de proa de la vanguardia des-católica europea. Ya se dice que es el delfín del fantasmón Martini, el candidato de los progres, el Cardenal papable de los insurrectos vaticanoterceristas. Etc.

Ese es Schönborn, el anti-celibatario, el que capitanea a los obispos contestatarios de Austria, el que ha abierto fuego y disparado dentro del mismísimo Colegio Cardenalicio iniciando una guerrilla combativa, que abre trincheras y ocupa puestos estratégicos de opinión e influencia en vistas al Cónclave que, más tarde o más pronto, vendrá.

El aperturismo de Schönborn significa, en el Pontificado esperanzador de Benedicto XVI, la reedición corregida y aumentada de los destructores de la Iglesia Católica, la continuídad de la devastación de los "inolvidables" Alfrink, Frings, Suenens, König y toda la trupe demoledora de adláteres. Dije el otro día, como un chiste, que Schönborn era el director de Orquesta Cacofónica de Viena; yo mismo reconocí la triste gracia que tenía mi triste chiste.

Este gran príncipe de la iglesia y el mundo, hijo de masón, se llama Conde Christoph Maria Michael Hugo Damian Peter Adalbert von Schönborn-Wiesentheid, con todas las letras. Es una bomba de relojería en el centro neurálgico - nada más y nada menos - del Colegio Cardenalicio.

La urgente "reforma" que necesita la Iglesia es la extirpación de esta nefasta jerarquía, heredada del pontificado anterior y que está hipotecando dramáticamente el pontificado actual. Si tan inquietantes son las cosas que uno se atreve a conjeturar, la realidad, los hechos con sus escenas, debe ser tremenda. Y Schönborn es uno de sus siniestros protagonistas, uno de los peores.

Imagino que eso de tener bisabuelos aúlicos, personajes de corte, salón, cortinajes y conspiraciones, se lleva en los genes y en la sangre azul. Cuanto antes se le “neutralice”, mejor para todos. Para la Iglesia, quiero decir.

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