martes, 2 de febrero de 2010

Las Candelas


Se encendían las candelas cuando era noche cerrada, las más tempranas las que tenían más chiquillos impacientes alrededor, y las últimas las que organizaban las pandillas de jóvenes, mozos y mozas y parejitas de novios. A las nueve de la noche ya estaban todas encendidas. Y se encendía el cielo.

Desde el balconcillo del soberao se veía todo el pueblo ardiendo, en cada plazoleta y cada calle ancha una candela. Y el cielo negro intenso se veía entre nubes de humo color naranja, con los reflejos de las candelas dando resplandores temblorosos a la Torre de la Iglesia y la del Reloj.

El ramón de olivo que cubría la leña ardía en chispas que volaban al cielo restallando como un repique de triquitraques, y los niños mirábamos embobados las chispas que subían rápidas, tan vivas, más allá de los cables de la luz. Era el momento más emocionante, más intenso, cuando las llamas largas y altas prendían en la ropas del Júa y el muñeco se inflamaba y derramaba paja encendida, hasta que se deshacía sobre la candela.

El Júa es el muñeco de trapo relleno de paja que se pone encima de la candela, como un motivo alusivo, con cartelón y leyenda graciosa que explica la figura del muñeco. Lo preparan las mujeres, las vecinas de cada la calle donde se organiza la candela, una de esas ocasiones en que las mujeres hacían fiesta a su gusto, sin reparos. Y se empezaba con el pitorreo del muñeco, ideando una figura cuanto más grotesca mejor. Cuando estaba hecho se sacaba a la calle, donde los hombres tenían ya formada la candela, con madera de troncos de olivo cubiertos con ramón hasta formar una fogata de tres o cuatro metros de alto; en lo alto se plantaba el Júa, amarrado a una caña para mantenerlo tieso, o sentado en una butaca coja o un sillón de mimbre desculado.

Cuando montaban el Júa se armaba una gritería, las mujeres con la risa chillona que se contagiaban unas a otras, y los niños saltando alrededor, nerviositos, viendo subir al Júa. Se le llama "Júa" por el "Judas", un muñeco parecido que se hacía el Domingo de Resurrección y se colgaba en medio de las calles, de balcón a balcón, y por la mañana, a la hora de Tercia, salían cuadrillas de escopeteros "a matar al Judas", con una trupe de chiquillos detrás y todos los de la calle animando a los cazadores, que tiraban salvas de pólvora y serrín a los muñecos hasta que salían ardiendo y se deshacían.

Nuestro Júa de las Candelas es una remota reliquia de las celebraciones de la Depositio del Aleluya, cuando se enterraba de manera más o menos solemne o jocosa al aleluya, que se dejaba de cantar en las 1as. Visperas de Septuagésima hasta que se volvía a entonar el Sábado de Gloria. De Júa a Júa, de Septuagésima-Candelaria a Pascua Florida, con el Aleluya ausente.

Era entonces, cuando las fiestas iban al compás de la fe, y las alegrías y las austeridades tenían sentido, y se celebraba cada cosa como correspondía, un entierro con lloros y un bautizo con gozo. Y se tomaban los últimos pestiños en la candela de la Candelaría, con las últimas uvas en aguardiente que habían sobrado de las Pascuas de Navidad y de Reyes, y ya no se volvían a comer dulces hasta que llegaban las torrijas de Semana Santa y la Pascua del Señor.

Todo sabía mejor, todo tenía su sabor, con su gusto propio, inconfundible. Y el aire de la noche de la Candelaria olía a candelas, y sonaban toda la noche los latones que se golpeaban con palos para hacer música al compás de las botellas de aguardiente y los almireces de bronce, cantando coplas de romance, y bailando ruedas alrededor de las candelas, que se iban consumiendo y haciendo rescoldos.

Por la mañana, cuando los niños íbamos al colegio, medio dormidos después de la noche de fiesta, se veían por las calles los montones de cenizas, todavía calientes y humeantes de las candelas. Y nos entraba esa nostalgia del disfrutar que pasó.

Yo no sabía entonces qué era nostalgia.

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