domingo, 14 de octubre de 2007

Acrópolis light


Están trasladando la Acrópolis. Me afectan estas noticias, mucho. Comprendo y me hago cargo, pero sin que la razón me evite la afección.

Un museo para una obra de arte es como un asilo para un viejo, o un zoo para una fiera. Por excelente que sea es siempre una desnaturalización, una pérdida irreversible (?) de su originalidad, de su espacio propio.

La Acrópolis es una decepción para los que no saben qué es y qué van a ver; pero para el visitante sapiente es uno de los enclaves más emocionantes del mundo antiguo que conservamos en el nuestro. Aunque otros lugares históricos de la Hélade puedan competir con el promontorio ateniense, desde el romanticismo se la consagró como el icono identificativo de la Grecia imaginada y todavía accesible. El inconfundible perfil del Partenón le confiere una monumentalidad absolutamente definida, reconocible.

No sé cuántos años hace que las Cariátides del Erecteo no son las originales, sino unas réplicas de las auténticas, que se visitan en el correspondiente museo; pero ahora han barrido todo el área de la Acrópolis, y en el traslado van más de cuatrocientas piezas, desde cornisas a fragmentos de columnas y elementos arquitectónicos y escultóricos de todo tipo, que se expondrán en el nuevo museo.

El nuevo museo - ponderadísimo por el arquitecto ideísta/ejecutor y sus adláteres - es todo de hormigón, aluminio y cristal; el susodicho (me callo el nombre para eximirme de complicidades) dice que son "materiales honestos"; yo digo que es flagrante deshonestidad depositar sacros mármoles atenáicos entre esas sintéticas estructuras. Explica también que se pretende que todo el conjunto muestre la luminosidad esplendente del Ática; y yo no me explico cómo se nos toma el pelo, como si no fuera evidente que un mármol al sol de la Acrópolis pudiera estar peor iluminado que dentro de un escaparate de aluminio, cristal y hormigón.

Saldrán con las habituales justificaciones del deterioro ambiental, la contaminación, los riesgos, etc. que son (ay!) verdad, pero que se prestan como excusa formidable para perpetrar el atentado.

En las salas de aluminio, cristal y hormigón, han instalado una vitrina corrida para enseñar los frisos del Partenón; una de las vitrinas tendrá sólo los vaciados en escayola de los "mármoles Elgin", cuya reclamación por el gobierno de Grecia se reaviva ahora con la oportunidad del nuevo museo.

Sobre esa reintegración del patrimonio, no sé qué decidiría si estuviera en mi mano el decidir. Desde luego, a esa vitrina descomunal no los mandaría: Preferiría dejarlos otro siglo en el British, a ver si mientras se inventan mejores formas para preservar y mostrar lo mejor de nuestra historia.

A poder ser, in situ.

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Rex Christianorum


¿Cuales son las obligaciones de un rey cristiano? Defender a la Iglesia y a los débiles; proteger la fe y favorecerla, y ser campeón de la justicia y la paz.
Este "perfil" del monarca crisitiano está bellamente esbozado en el Salmo 71, un salmo mesiánico que canta y profetiza el reinado del Rey-Mesias:


"Dios mio da tu juicio al rey,

tu justicia al hijo de reyes,

para que rija a tu pueblo con justicia,

a los humildes con rectitud...

...Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,

su sangre será preciosa a sus ojos.
Que viva y que le traigan el oro de
Saba,

que recen por él continuamente

y lo bendigan todo el día.
Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.
Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra."


Un precioso ideal, casi intacto porque nadie lo ha consumado en su integridad y sólo alguna vez se ha asumido parcialmente.

En la Edad Media, desde esta inspirada concepción del rey y su vocación, la Iglesia pudo alentar, pero las más de las veces tuvo que recordar, amonestar, exigir y corregir. Con la paradoja de que la Iglesia misma tendería a representar funciones regias secundum mundum olvidando la alta esencia del Regnum Dei.

En la estamentación medieval, la gradación del gobierno (los grados del ser, doctrina tan apreciada por la Escolástica) descienden desde el Todopoderoso hasta el hombre común del pueblo llano; en la cúspide humana está el rey, y un plano más allá, entre lo humano y lo divino el Papa como cabeza visible de la Iglesia.

Cuando alguien destacaba y encarnaba de manera sobresaliente el ideal regio, la Iglesia lo advertía tanto como se afligía si era el caso contrario. La Edad Media se puede seguir haciendo secuencia de reyes probos y réprobos según la Iglesia, a la manera con que se les juzga en los Libros de los Reyes y Crónicas del Antiguo Testamento.

Pero son cotradictorios los valores en juego y la ponderación de los resultados. Así, el monarca que pretendiera ser virtuosamente cristiano se verá frecuentemente tachado de débil, influenciable, dubitante. Por su parte, el rey belicoso enfrentado a la Iglesia y sus prerrogativas será estimado como independiente, enérgico, de carácter.

Encontrar un Fernando III el Santo, Rey de Castilla y León y uno de los más completos hombres de su tiempo militar y políticamente hablando, y con fama contrastada de "santo", es una rareza (entonces y ahora). Su contemporáneo y pariente Luís de Francia fué más piadoso que afortunado en empresas guerreras y políticas, aunque con igual fama de santidad.

El Santo que ha conmemorado hoy la Iglesia, Eduardo el Confesor, es de esos con perfil piadoso, clemente, pacífico; defensor del pueblo, protector de los humildes, hombre de paz, monarca que rinde su trono, corona y cetro a los pies del Papa de Roma, defensor de la Iglesia, fundador de abadías...Pero monarca relativamente azaroso, que dejó un reino inestable y una conflictiva sucesión.

La perfección del ideal cristiano no se consuma en este mundo porque se encuentra en un Reino que no es de este mundo. Sin embargo sí está incoado en este mundo, y existe la vocación para continuarlo y desarrollarlo en este mundo hasta que, finalmente, venga Su Reino que no tendrá fin.

Tristemente Occidente vive en profunda crisis de monarquias y reyes que han perdido su ideal cristiano, o han renunciado a él, o incluso apostatado de él. Arturo es una leyenda, Carlomagno un nombre, los demás una crónica.
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Sin embargo, el ideal está profetizado: "...el librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector..." Faltan aquellos reyes que reinen, pero no estos pobres que claman.
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