miércoles, 11 de mayo de 2011

El Maestro Ávila: Un doctor sin alumnos?


Hace unos días confirmaban los noticiarios católicos que durante la estancia de SS Benedicto XVI en España, el próximo Agosto - D.m.- iba a ser proclamado Doctor de la Iglesia San Juan de Ávila. El momento no es demasiado a propósito para un acto así y mucho menos para un Santo Doctor como el Maestro Ávila. Una JMJ juanpablista no me parece el marco más adecuado. Pero valga la excepción que dará cierta publicidad a un Santo que nunca ha tenido demasiada popularidad.

Salvo en ambientes eclesiásticos y en Almodóvar del Campo (el pueblo donde nació) y en Montilla (donde murió y se venera su sepulcro-relicario), la devoción a San Juan de Ávila no ha trascendido apenas. Y sin embargo es uno de los casos que identifican una época y un perfil de santidad excepcional. Para su beatificación y canonización tuvo el handicap quasi invencible de no haber sido religioso y no contar con una congregación o una orden que apoyara su causa, empeñándose en ella. Sólo contó con el relativo interés de algunos prelados y un poco, sin implicarse salvo lo justamente necesario, la Compañía de Jesús.

Después de varios siglos de lento y complicado proceso, pudo ser beatificado por León XIII en 1894, y canonizado finalmente por Pablo VI en 1970, merced a una gracia excepcional: Un proceso 'equipollente' que, de hecho, suponía un inusual privilegio en cuanto se le dispensaba de algunos requisitos del todavía entonces riguroso proceso canónico. Cierto es que desde España intervinieron y suplicaron todos nuestros obispos, con el Jefe de Estado, Generalísimo Don Francisco Franco, a la cabeza. La tramitación de toda esta parte final del proceso corrió a cargo de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, una institución que conservaba el prestigio que, desgraciadamente, ha ido declinando desde, precisamente, aquellos años.

Aquellos años, con el 1970 como cierta fecha referencial, supusieron para toda la Iglesia el comienzo del declive general, una época de decadencia que siguió (esta vez, indiscutiblemente, post et propter concilium) durante las sucesivas décadas. Y dura todavía. Y durará hasta Dios sabe cuándo.
Alguna vez comento que lo mejor del Vaticano IIº fue la fecha de convocatoria-celebración, aquellos años en los que hubo un Episcopado bien formado y santo, como en pocas épocas de la Iglesia. Seguidamente, reflexiono que si aquella estupenda asamblea produjo tan discutibles frutos, estremece pensar lo que podría haber sido un concilio convocado diez o quince o veinticinco o cuarenta años después. ¡Dantesco!.

A aquel Vaticano II, nuestros prelados hispanos llevaban, podría decirse, una impronta 'avilista'; iban todos animados por el celo espiritual y pastoral del Maestro Ávila, el que compuso en sus días aquellos dos memoriales que causaron notable efecto en el aula de Trento:

- Memorial primero al Concilio de Trento sobre la reformación del estado eclesiástico, en 1551

- Memorial segundo al Concilio de Trento sobre lo que cese debe avisar a los Obispos», en 1561

Los Padres Conciliares españoles, sus secretarios y sus consultores, llevaban en sus alforjas la doctrina del Beato Ávila, como un precioso aval de competencia doctrinal y espiritual. Cuando se hablara de sacerdocio y de sacerdotes, los españoles sabrían qué decir y hablarían ilustrando con la ciencia santa y la piedad fervorosa de Juan de Ávila.

Eran los años de las primeras ediciones de las obras completas del Btº Juan de Ávila, la quasi legendaria de Don Luís Sala Balust, en la BAC, después reeditada con complementos de otros expertos avilistas. Eran los años en que una verdadera corriente de espiritualidad avilista corrió por los seminarios y las aulas eclesiásticas españolas. Una época dorada que todavía debe latir en quienes han promovido la inclusión de San Juan de Ávila en la selectísima lista de Doctores de la Iglesia Católica.

Cuando dieron la noticia, hace unos días, se comentaba también que habia quedado suspendida la promoción de San Luís María Grignon de Montfort al docto elenco. Ignoro si por consideraciones de insuficiencia de nivel doctrinal, o si por circunstancias que tengan que ver con la oportunidad.

Con los Santos Doctores ha sucedido un poco como con los Santos, que después de muchos siglos de contención ha habido un cierto aumento progresivo desde el siglo XVIII al presente. Aun así se mantiene un número relativamente bajo, sólo 33, contando los de más venerable antigüedad, los Padres de la Iglesia. De los más modernos, indiscutibles fueron las dos primeras doctoras, Catalina de Siena y Teresa de Jesús; muy discutible, sin embargo, la adición de Juan Pablo II, Stª Teresa de Lisieux, cuya 'doctrina' resulta tan 'pequeña' (de verdad) junto a la de los otros 32 grandes. Cosas del btº JPII y su voluntarioso santoral.

El doctorado de San Juan de Ávila dejará, sin embargo, patente las dos notas que la Iglesia examina y reconoce en los Santos Doctores: Santidad de vida y eminencia de doctrina. Con un plus de severo ascetismo que corre por toda la obra avilista, apasionada en la exposición del misterio de la santidad como gracia en correspondencia al Misterio de Cristo; y a la vez rigurosa cuando predica, amonesta, excita, propone, enseña y pide. No es el Maestro Ávila un acompañante de almas pusilánimes, sino un rector de militantes decididos y abnegados. Es recio, no es delicado. Y no es que le falte dulzura, es que no dispensa mitigaciones, y aplica el cauterio al rojo cuando hay llaga que sanar. Y si hay sanidad, abre llaga de amor con fuego. El Maestro Ávila es tremendo. Quizá por eso fueron de su trato tantos Santos; y por lo mismo es tan poco tratado.

Su preciosa obra, la que junto con sus virtudes le va a llevar al alto asiento de los Doctores, ha servido de materia de estudio para muchas tesinas y tesis, algunas tan forzadas cuanto haya sido el capricho del extractor, unas veces más acertado y otras menos. Pero sustancia para santidad, en estos años últimos, poca. Y no digo que no haya habido santos varones, santos sacerdotes que se hayan nutrido piadosamente en la teta avilista. Lo que estoy diciendo es que no recuerdo haber conocido a ninguno con el sello del Maestro Ávila patente (ni siquiera el experto Esquerda Bifet), que es mucho Santo para parecérsele.

En mi afán por tenerle, una vez me traje un candil renegrido de hollín de su alcoba, en su casa de Montilla; lo perdí (y sé quien me lo quitó, pena me da). Y también conseguí una reliquia ex córpore, con su auténtica. También tengo unas cuantas estampas con pequeñas astillas de una de las cajas que contuvieron sus reliquias, con las oraciones de petición para la causa de canonización. Hace poco regalé una.

Y en cuanto puedo y me los voy encontrando, compro los libros. No me gustan los comentarios, ni los ensayos. Esta mañana regalaban uno, que no me ha interesado procurarme: Prefiero el original. Las palabras del Maestro Ávila tienen el poder revulsivo de la gracia, que siempre te toca, que nunca te dejan insensible, que te queman o te hieren o te espolean. Tienen vida y efecto. Ahí va un florilegio:


Ay del sacerdote que sube al altar si no lleva en el corazón el fuego de Dios! ¡Ay del sacerdote que dice misa con fuego de codicia o de vanidad, y no con fuego del amor de Dios! ¡Ay de él que le dirán el bien que hiciste, ¿de qué corazón salió? ¿Salió del corazón tuyo o de corazón mío? Todo lo que hallare no haber procedido de amor de Dios, no lo recibirá Dios… todo lo que hallare hecho sin haber estado presente el Espíritu del Señor, no lo recibirá. Aunque sea hacer milagros, aunque sea derramar la sangre, si no está presente el Espíritu Santo, todo es perdido… El que no tiene Espíritu de Cristo, este tal no es de Cristo." (Sermón 28)


"Y diría yo que no sé con qué conciencia puede tomar este oficio quien no tiene don de oración, pues que la doctrina de los santos y de la Escritura divina parece que el sacerdote tiene por oficio, según hemos dicho, orar por el pueblo; y este orar para ser bien hecho, pide ejercicio, costumbre y santidad de vida, apartamiento de cuidados, y, sobre todo, es obra del Espíritu Santo, y don suyo particular, no dado a todos, mas quien a quien Él quiere." (2ª Plática a los clérigos)


"Y aun no sé si entendemos nombre de oración; porque como San Hierónimo dice, este negocio más se hace con gemidos que con palabras; y aquél solo saber gemir como debe, para que su oración tenga fuerza, a quien el Espíritu Santo le enseñare este modo de orar. De esto nos avisa San Pablo diciendo: Nosotros no sabemos qué ni cómo hemos de orar; mas el Espíritu ora por nosotros con gemidos que no se pueden contar (Rom 8,
26). El Espíritu Santo en sí mismo no padece ni gime, dícese que pide con gemidos, que no se puede contar. ¿Qué andamos pidiendo que nos digan cómo hemos de orar en el memento: quién porné primero, quién porné después, para que, en espacio de dos o tres credos, pasemos aquello por la memoria? ¡Y con esto hemos bien orado y procedemos luego a la consagración! ¡Oh dolor grande! ¿Y así se ha Dios de amansar? ¿Así se ha de
alcanzar la paz de las guerras, la fe para los infieles, la conversión para los pecadores y el estar justos en pie? ¿Con cosas que tan poco cuestan pensamos de alcanzar cosas de tanto tomo y verdad? Gemidos, gemidos nos son pedidos, y no que salgan de sentimiento de cosa temporal, ni que salgan de la voluntad guiada por razón, mas inspirados por el Espíritu Santo, tan imposibles de ser entendidos por los que no los tienen, que aun los que los tienen no los saben contar. Padres míos, ¿saben qué tales han de ser los gemidos que demos los sacerdotes en el acatamiento de Dios, pidiendo remedio para todo el mundo? Como dice san Basilio, que así como en el oficio sacerdotal representamos la persona de Jesucristo nuestro Señor, así le hemos de representar e imitar en los gemidos y oración que el oficio sacerdotal pide." (2ª Plática a los clérigos)


"Suele algunas veces este Consolador reprender y reñir a las ánimas, como diciendo: “¿En qué entiendes? ¿Qué haces? ¿Por qué te descuidas? Cata que va mal eso, mira que conviene hacer tal cosa primero que ésa, dejar tal compañía, procurar la otra, comunicar con tales personas. Mira que se pasa la vida; haz el bien que pudieres, las limosnas que pudieres; pon por obra lo que se te ha enseñado. No se vaya la vida toda sólo en buenos deseos y pensamientos, y ninguna obra. Mira que se pasa la vida, y no sabes si te llamará Dios nuestro Señor en medio de tu mocedad. Cata no te halles burlado”; y así otras cosas de esta manera." (De sus Sermones)

"Quisiera yo veros a todos comulgados y confesados, y en gracia, para que se os pegara bien a las entrañas lo que se ha de decir; pero creo que no habéis hecho lo que os he rogado. Decid: ¿Habéis comulgado y confesado cuantos estáis aquí en esta fiesta santísima? ¿No? Dicen que no. Pues aun Aristóteles dijo que no basta la vista del médico para sanar, si no haces lo que te dice. Ya os he dicho que no basta mirar y que no ha de engordar vuestra ánima ni se puede hartar con sólo el ver, si no come. Habíais de estar ahora en gracia." (De sus Sermones)


“No sabéis comulgar. ¿Habéisme entendido? Creo que no. ¿Por qué no sentís provecho? Porque no sabéis comer. No hay manjar, por muy amargo que sea, que, si no lo mascáis, sintáis su amargura. Si no, miradlo en una píldora, que, con ser como una
hiel, no se siente, porque no se masca. Ni tampoco hay manjar tan dulce, que, si os lo tragáis sin mascar; sintáis su dulzura. ¿Por qué no sabéis comulgar? Porque os tragáis el Santísimo Sacramento entero y no lo desmenuzáis; que si el sacerdote, antes que fuese a decir misa, pensase un rato en los trabajos de Cristo; si se entrase un rato en un rincón y se parase a pensar en aquella tristeza que Jesucristo pasó en el huerto de Getsemaní; si te lo estuvieses allí mirando con cuánta tristeza oraba al Padre, y te dolieses allí de Él, y llorases y te entristecieses con Él; y si pasases más adelante, cómo le prendieron y cómo iba aquel benditísimo Cordero entre aquellos lobos rabiosos con tanta mansedumbre; si te pasases a mirarlo cómo anda de juez en juez; si tus ojos lo mirasen en aquella durísima columna amarrado, desnudas sus carnes, y te parases a pensar cómo las desmenuzan con crueles azotes; si un rato antes tu ánima se parase a mirar a Jesucristo, cómo lo coronaban de espinas, y mirases por aquel rostro sacratísimo cómo corrían arroyos de sangre; si te parases a considerar cuál iba por aquella calle de la Amargura, tan cansado con la cruz por ti; si lo considerases puesto después en ella con tanta deshonra y tormento, tan blasfemado y hollado de todos; si te parases a pensar esto, y dijeses: “Adónde voy? ¿Qué voy a hacer? Señor, ¿qué os voy a recibir a vos? Señor,
¿qué habéis vos de entrar en mi cuerpo? Bendito vos seáis”, y ¿cómo desfallecemos pensando en esto? Si el sacerdote y el que va a comulgar desmenuzase muy bien a Jesucristo primero, no dudo sino que sentiríais grandísimo sabor y dulzura en comulgar. Pero no lo desmenuzáis, no os aparejáis, ¿qué queréis que os haga? Ojalá, hermano, os aparejareis como para un convite que hacéis a un amigo vuestro. Ver qué negociado andáis, qué solícito, diligente, buscando lo uno y lo otro. No os disponéis como sería razón; no hay más sino ¡alto! a comulgar quiero ir; no lo habéis pensado cuando ya lo tenéis hecho. En comulgando, ni os recogéis más que antes; hacéislo como primero; en comulgando luego ¡alto! a la plaza; ¡alto! a casa a comer las ollas, a entender el uno con el otro; ¡alto! a la conversación y andar por ahí perdidos. No lo desmenuzamos; no sentimos nada, porque no rumiamos. Comemos el pan de la fuerza, y quedamos desmayados y flacos; comemos el pan de alegría, y quedamos tristes; comemos el pan de la vida, y quedamos amortecidos como antes. (De Sermones)"


"Nunca faltan mil miserias. Quitarás todo eso. No ha de quedar nada; blanco, liso como un pergamino, que tiene despegada toda la carne para escribir has de quedar. Quita esas malicias, esa mala condición; quita todos esos males, si ha de escribir Dios en tu ánima su sabiduría y los dones de su gracia. Limpia, lisa, relumbrando ha de estar; no ha de tener ni aun pelito ni aun rasguito; quitado has de estar de toda carne. Señor, esta injuria me hizo fulano; si antes que me la hiciera lo quería bien, ahora lo quiero más. Por amor de vos trabajo paso en vencer mi fantasía y mi soberbia, en desasirme de mis pasiones; pero todo lo quiero pasar por serviros.

Negaros, renegaros tenéis; ninguna cosa ha de quedar en vos de vos mismo; quitar tenéis ese vuestro parecer; negar tenéis vuestros apetitos, vuestras pasiones; negar habéis vuestra gula, vuestra lujuria, vuestra malquerencia, vuestra soberbia, vuestra envidia. Claro está que, si habéis de seguir a Cristo, que habéis de dejar todo esto… Ninguna cosa habría que recia se os hiciese. Negad vuestra sensualidad; negad todo el placer de esta perecedera vida; negad vuestra propia voluntad y parecer y tomad vuestra cruz seguid a Jesucristo”. (De sus Sermones)


"Todo viene de arriba; de allá desciende; no hay acá en la tierra poder que tal pueda hacer; no hay quien vuelva los corazones. Por fuerte que sea tu carne para mal, más fuerte es el Espíritu Santo para el bien; por sano que estés, te hace enfermo; por florido que estés, te marchita; y por bravo que seas, te amansa; y por alto que seas, te derriba, y mata en ti y destierra todo lo que hay fuera y en contrario a Dios; y cría, aumenta y resucita todo aquello que agrada a Dios.» (De sus Sermones)


El Maestro Ávila estaba persuadido de que los pecados, debilidades y faltas del clero, obispos y sacerdotes, era una de las causas de la ruína de la Iglesia de su tiempo:

"...Mírese que la guerra que está movida contra la Iglesia está recia y muy trabada y muchos de los nuestros han sido vencidos en ella"..."En tiempo de tanta flaqueza como ha mostrado el pueblo cristiano, echen mano a las armas sus capitanes, que son los prelados, y esfuercen al pueblo con su propia voz, y animen con su propio ejemplo, y autoricen la palabra y los caminos de Dios, pues por falta de esto ha venido el mal que ha venido"... Pero sin unos buenos Colegios (de clérigos, centros de formación y seminarios) no habrá modo de salir de esos males."

Algunas veces, pone el dedo en llagas que parecen que son de ayer mismo, como si hablara hoy, al presente:

"..Cosa es de dolor cómo no hubo en la Iglesia atalayas, ahora sesenta o cincuenta años, que diesen voces y avisasen al pueblo de Dios este terrible castigo para que se apercibiesen con penitencia y enmienda, y evitasen tan grandísimo mal..."

Yo me pregunto si un Doctor tan acertado va a tener, ahora, alumnos correspondientes.

Por lo pronto, se va a encontrar con que los mismos que le aplauden la subida al doctorado, nuestros prelados españoles, se niegan a celebrar la Misa tal y como la celebró y con la que se santificó el Santo Maestro y Doctor Juan de Ávila.

Penoso y contradictorio particular, uno entre muchos por el estilo.

+T.