miércoles, 24 de febrero de 2016

Andar sabiendo versus vivir corriendo

La foto es una instantánea casual tomada el Domingo pasado en Sevilla. Una vez al año, por estas fechas de Febrero, organizan una maratón en la ciudad. Si aquella Maratón histórica de Filípides fue una proeza - o así lo entendieron los griegos - una carrera a lo maratón es una de esas excentricidades de la modernidad que entusiasma y emociona a la gente del tercer milenio, que lo mismo echan los bofes corriendo 42 kilómetros pseudo-maratonianos, que se congelan en un peñasco del Everest o se descalabran en la ruta París-Dakar.

El Maratón original pudo ser algo heroico, pero los maratones urbanos post-modernos son un típico fenómeno acorde con el desconcierto entusiasmado de los tiempos y las modas. Dicen que quince mil y pico maratoneros se reventaron los pies el otro Domingo en Sevilla, por extravagante gusto y/o motivo, sólo por correr (aunque a los africanos que llegaron los primeros a la meta les pagaron/premiaron por ganar).

La foto, habrán Uds. adivinado, mis inteligentes habituales lectores, lleva implícita una lectura esencial y mil comentarios adicionales, o muchos más. Esencialmente, lo más sobresaliente de la instantánea son tres cosas: Los personajes, la acción y el sentido.

1- Los personajes: Una monja versus unos corredores.

2- La acción: El paso calmo, sereno, firme, determinado de la monja versus la agitación, la prisa, la aceleración, la ansiedad de los corredores.

3- El Sentido: La monja que va a lo suyo, es decir, a los otros, a atender a una pobre vieja o a un pobre enfermo, con su simple bolsa de plástico cargada de cosas pobres pero necesarias, con la mente y el corazón concentrados en los dos mandamientos que resumen todos demás, amar a Dios y amar al prójimo, versus los corredores en tropel de 15.000 que se cansan para cruzar una meta en cualquier sitio, donde habrá fotógrafos, público aplaudiendo y quizá una indefinible satisfacción por haber corrido la maratón, algo que parece estar en la mente de muchos cerca del concepto de hazaña, o mérito atlético o superación personal.

Añado un detalle más, complementario, pero muy significativo: Entre los personajes no hay comunicación. Si se ven, se ignoran, miran en direcciones opuestas; tampoco el espectador del fondo comunica, no siendo corredor ni monja tampoco. Ni miradas, ni palabras, ni contacto. Si se oyen, porque, evidentemente, había sonido (o ruido), la concentración prima sobre la distracción.

Ahora una cita al canto, para más ilustración de la estampa, una cita sacra, of course:

"...¿No sabéis que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el premio? Corred así, para ganar. Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible. Así, yo corro, pero no sin saber adónde; peleo, no como el que da golpes en el aire. Al contrario, mortifico mi cuerpo y lo tengo sometido, no sea que, después de haber predicado a los demás, yo mismo quede descalificado." I Cor 9, 24-27

Y poco más tengo que añadir.

El que tenga entendederas, que entienda y se aplique el cuento de esta breve y visual parabolita, ocurrida, precisamente, en Cuaresma, el otro Domingo, en Sevilla. Cuyo concepto resumido podría titularse 'Una monja contra una maratón'; o, también, 'Un cristiano versus mundum'; o, también, 'El paso del cristiano y la carrera de los paganos'; o 'El camino del creyente y la desbandada de los perplejos'. U otro título semejante o equivalente.

n.b. Por cierto, la monja es una de las Hermanas de la Cruz, que hacen eso mismo todos los días del año, no sólo el día de la maratón.


+T.