sábado, 9 de junio de 2007

El Niño de la Bola.

Una de las más encantadoras prosopopeyas bíblicas fué incorporada a la Iconografía Cristiana con una forma que se popularizó devocionalmente y con un éxito universal. En Proverbios 8, la Sabiduría Divina habla de sí misma; en los versículos 29,30y 31 dice:

"... cuando asentó los cimientos de la Tierra,
yo estaba allí, como arquitecto,
y era yo todos los días su encanto,
jugando en su presencia todo el tiempo,
jugando con la bola de la Tierra..."

A algún inspirado, se le ocurrió representar al Hijo Niño, con esa bola de la tierra en su mano; una ocurrencia para una iconografía sacra que conjunta el poder, la gracia, la inocencia feliz y la humilde condición de la Sabiduría encarnada: La Omnipotencia del Hijo siendo un Niño con el Orbe en su mano, como un Chiquillo Divino con su pelota de la Tierra.

En el pueblo de mi familia hay un Niño de la Bola; para ser más completo y teológico, su nombre oficial es El Niño de la Misericordia, pero los chiquillos le decimos el Niño de la Bola, o el Niño de la Bolita, dependiendo de la edad, que se nota y va creciendo desde Bolita-Bola-Misericordia, como si madurara en concepto y gravedad.

Está todo el año en su Capilla de la Misericordia, una vieja Iglesia con culto ocasional, con santera que la abre todos los dias, y si no está abierta se entra por la casa de la santera. Sale una vez al año, por el Corpus.

La Víspera del Corpus por la tarde, los chiquillos del pueblo van a la Misericordia porque llevan al Niño en su pasito a la Parroquia, para salir al día siguiente en la Procesión del Corpus, unos cuántos tramos delante de la Custodia. Y era un sufrimiento el rato que estaba en la calle porque nos contaban que - "...Como se le caiga la bola al Niño, se acaba el mundo!..." Y era un sinvivir ver al Niño con las levantás y los meneos del paso de maniguetas, moviendo las enaguas y el manojillo de espigas y uvitas agraces que le colgaba de una mano temblequeando, y la bola en la otra mano... Para un chiquito de tres o cuatro años, que empieza a entender las cosas, la aprensión duraba hasta que se recogía la procesión. Después la cosa se iba aclarando, porque al llegar a casa preguntaba: - "Mamá ¿Y si se cae la bolita el mundo se acaba de pronto?!!..." Y Mamá te explicaba como un magistral, mejor que un teólogo, más sabia que un Padre de la Iglesia; y uno respiraba, y ya podía disfrutar de la procesión del Niño sin llevar el corazón encogido.

Ahora, cuando voy al pueblo y rezo ante el Niño de la Bola - para mí ya de la Misericordia - recuerdo, y medito, y me creo más que cuando era un chiquillo ese misterio de la bola que está en su mano, y que se mantiene porque su manita poderosa la sostiene.

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Letras de dolor y comunión

Un musulmán ha publicado esta carta a su amigo, el sacerdote Ragheed Aziz Ganni, asesinado el pasado Domingo en Mosul, Irak, junto a tres subdiáconos:

En nombre de Dios, clemente y misericordioso, Ragheed, hermano mío Te pido perdón, hermano, por no haber estado a tu lado cuando los criminales abrieron fuego contra ti y tus hermanos, pero las balas que han traspasado tu cuerpo puro e inocente, me han traspasado también el corazón y el alma.

Fuiste una de las primeras personas que conocí a mi llegada a Roma, en los pasillos del «Angelicum» , donde nos conocimos y donde bebíamos juntos nuestro «capuchino» en la cafetería de la universidad. Tú me habías impresionado por tu inocencia, tu alegría, tu sonrisa tierna y pura que no te abandonaba nunca. Yo no puedo dejar de imaginarte sonriente, feliz, lleno de alegría de vivir. Ragheed para mí es la inocencia hecha persona, una inocencia sabia, que lleva en su corazón las preocupaciones de su pueblo infeliz.

Recuerdo el día en el comedor de la universidad, cuando Irak estaba bajo embargo y tú me dijiste que el precio de un solo «capuchino» habría podido colmar las necesidades de una familia iraquí durante todo un día, como si te sintieras de algún modo culpable de estar lejos de tu pueblo asediado y de no compartir sus sufrimientos...

Luego volviste a Irak, no sólo para compartir con la gente su destino de sufrimientos, sino también para unir tu sangre a la de miles de iraquíes que mueren cada día. No podré nunca olvidar el día de tu ordenación en la Universidad Urbaniana... Con lágrimas en los ojos, me dijiste: «Hoy he muerto para mí»… una frase muy dura. Inmediatamente no la comprendí bien, o quizá no la tomé en serio como habría debido...

Pero hoy, a través de tu martirio, he comprendido esta frase… Tú has muerto en tu alma y en tu cuerpo para resucitar en tu bienamado y en tu maestro y para que Cristo resucite en ti, a pesar de los sufrimientos y las tristezas, a pesar del caos y la locura.

¿En nombre de qué dios de la muerte te han matado? ¿En nombre de qué paganismo te han crucificado?… ¿Sabían verdaderamente lo que hacían?

Oh Dios, nosotros no te pedimos venganza o represalia, sino victoria… victoria de lo justo sobre lo falso, de la vida sobre la muerte, de la inocencia sobre la perfidia, de la sangre sobre la espada…

Tu sangre no habrá sido derramada en vano, querido Ragheed, porque ha santificado la tierra de tu país… y tu sonrisa tierna seguirá iluminando desde el cielo las tinieblas de nuestras noches y anunciándonos un mañana mejor.

Te pido perdón, hermano, pero cuando los vivos se encuentran, creen que tienen todo el tiempo para conversar, visitarse y decirse los propios sentimientos y los propios pensamientos… Tú me habías invitado a Irak… Yo soñaba siempre con ello... visitar tu casa, a tus padres, tu despacho… No habría nunca pensado que sería tu tumba la que un día visitaría o que habrían sido los versículos de mi Corán los que recitaría para el reposo de tu alma...

Un día, te acompañé a comprar objetos de recuerdo y regalos para tu familia en vísperas de tu primera visita a Irak tras una larga ausencia. Tú me habías hablado de tu trabajo futuro: «Querría reinar sobre la gente sobre la base de la caridad antes que de la justicia», me habías dicho. Entonces me era difícil imaginarte como «juez» canónico… Pero hoy tu sangre y tu martirio han dicho su palabra, veredicto de fidelidad y de paciencia, de esperanza contra todo sufrimiento y de supervivencia, a pesar de la muerte, a pesar de la nada.

Hermano, tu sangre no ha sido derramada en vano... y el altar de tu iglesia no era una mascarada… Tú has asumido tu papel con profunda seriedad, hasta el final, con una sonrisa que nada podrá apagar… nunca. Tu hermano que te quiere:


Adnan Mokrani Roma, 4 junio 2007 Profesor de Islam en el Instituto de Estudios de las Religiones y de las Civilizaciones, Universidad Pontificia Gregoriana, Roma.

Es un testimonio de dolor abierto a la esperanza. Yo pido para que esa sangre de martirio sea simiente de cristianos, como antes lo fué, como siempre ha sido.

Pero acuso a los culpables encanallados que han convertido a Irak en un pantano de odio y sangre. Derrocaron a un monstruo, y han colocado una hydra de siete cabezas en su perverso lugar.
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