sábado, 3 de diciembre de 2011

Impaciente Javier


Pretender acaparar el mundo entero, es pecado. Querer ganar el mundo, también. Hay hombres con intensas y extensas ambiciones que podrían malograr su vida. Conviene, entonces, rectificar la intención guardando, si se puede, la vehemencia del deseo, que puede ser santo si se mueve por Dios y a Dios se dirige.

En la vida de Francisco Javier la rectificación de la intención, no del ardor, le vino por la cita que el insistente Don Íñigo de Loyola le repetía cada vez que se topaba con él, allá por los claustros de La Sorbona, en París:

"...Maese Javier, Maese Javier, ¿de qué os sirve ganar el mundo entero si perdeis vuestra alma".

De internis neque Ecclesia. En un principio. Porque hay luego interioridades que salen del alma como se escapa el olor del cuerpo. Hay obras de los hombres, palabras, pensamientos escritos, que son como ojos de cerradura por los que se puede mirar y ver el interior de una casa. Estas cosas escribía Javier de sí mismo, estas obras hacía y esto sentía:

"...desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo: me he dedicado a recorrer las aldeas, a bautizar a los niños que no habían recibido aún este sacramento. De este modo, purifiqué a un número ingente de niños que, como suele decirse, no sabían dis
tinguir su mano derecha de la izquierda. Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar, hasta que les enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el Reino de los Cielos...

...Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: -"¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!".

¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: -"Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras..."
De las cartas de San Francisco Javier, presbítero, a San Ignacio; cartas 4ª (1542) y 5ª (1544)


Estas cosas las vivía, sentía y contaba estando ya evangelizando en el lejano Oriente. No ideó ni practicó una 'nueva evangelización'; su método era quasi de misión elemental, rudimentaria:

"...como no podía cristianamente negarme a tan piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les enseñaba el Símbolo de los apóstoles y las oraciones del Padrenuestro y el Avemaria" (ibid.)

Así evangelizaba el gran Javier. No perdió la ansiedad, nunca se le enfrió el ardor del corazón; cada latido, cada pulso de su sangre ardiente llevaba el ánimo del conquistador, la ambición del que quiere todo y no se conforma con una parte. Y se dió del todo, y todo lo entregó, porque lo quería todo: Deus et omnia!

Fue un español del siglo del plus ultra, del tiempo de los conquistadores. Unos lucharon por los reinos de este mundo, Javier por otro Reino; y otros muchos con él. La vena de los conquistadores de almas, de los misioneros del orbe, fue la versión a la española de aquel 'pescadores de hombres' con que el Señor vocacionó y tituló a los primeros, sus escogidos.


Pemán estuvo magistral cuando puso en verso la epopeya del apóstol ansioso y el español ardiente, el santo impaciente:

- Ignacio a Javier:

"Te quiero siervo de Dios,
!pero sin jugar al santo!...

Lo has de ser con menos brío:
cuando mucho suena el río
es porque hay piedras en él.

Virtud que se paladea,
apenas si es ya virtud.
No hay virtud más eminente
que el hacer sencillamente
lo que tenemos que hacer.

El encanto de las rosas
es que, siendo tan hermosas,
no conocen lo que son.

- Dice Pedro Fabro:

"...en Javier fundo
mi ilusión y mi placer,
que si yo gano a Javier,
Javier me ganará un mundo.
Vencida su inexperiencia,
domada su vanidad,
de él espero, si me es fiel,
milagros de santidad"
.

- Ignacio aconseja a Javier, que embarca para la India:

"Pídele a Dios cada día
oprobios y menosprecios,
que a la gloria, aun siendo gloria
por Cristo, le tengo miedo."

- Oración de Javier, poco antes de expirar:

"Postrado a tus pies benditos
aquí estoy, Dios de bondades,
entre estas dos soledades
del mar y el cielo infinitos.

Con sal en la borda escritos
fracasos de su poder,
vencida de tanto hacer
frente al mar y al oleaje,
ya va a rendir su viaje
la barquilla de Javier...

Te he confesado hasta el fin
con firmeza y sin rubor;
no puse nunca, Señor,
la luz bajo el celemín.

Me cercaron, con rigor,
angustias y sufrimientos.
Pero de mis desalientos
vencí, Señor, con ahínco.
Me diste cinco talentos
y te devuelvo otros cinco.

...

¡Cuida a mi gente española!
y si algún día mi casta
reniega de Tí y no basta
para aplacar tu poder
en la balanza poner
sus propios merecimientos,
¡pon también los sufrimientos
que por Tí sufrió Javier!

...

¡Morir! ¡Cuanto queda,
tanto que hacer en tu obsequio!

...

¡Señor, en Tí espero!
Sí...No me ocultes tu rostro,
ya va a buscarte tu siervo.

In Te, Dómine, speravi,
non confundar in aeternum!
.

(Telón)

Se me eriza el vello cuando rezo (¡es oración!) esa recomendación: '¡Cuida a mi gente española!'. Una intención tan valiente cuando Pemán la escribió y cuando se recitaba en la escena de la España que se dirigía al martirio: ¡Cuida a mi gente española!

Yo creo que es una intercesión que se reza en el Cielo, que muchos que suben al Cielo desde España la graban en su último aliento y se la llevan arriba, arriba, arriba, para ser la primera que digan en la Gloria, quizá también con el sello de la impaciencia santa del Javier de Pemán.

Orémus
Deus, qui Indiarum Gentes beati Francisci praedicatione et miraculis Ecclesiae tuae aggregare voluisti: concede propitius; ut cuius gloriosa merita veneramur, virtutum quoque imitemur exempla.
Per Dóminum nostrum Iesum Christum, Filium tuum: qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus, per ómnia sǽcula sæculórum.
R. Amen
.


p.s. Aquí, de otro año, más.


Ex Voto.


+T.