martes, 14 de julio de 2009

Un Santo Torero

La primera vez que estuve en Montilla fue en la primavera de 1981. Nunca olvidaré la tarde de aquel Sábado en Córdoba, con los patios de la Judería celebrando la Cruz de Mayo, un ambiente que parecía irreal, de pura estampa de Romero de Torres (a eso me supo a mí). Pero nuestro destino era Montilla. Íbamos a venerar a San Juan de Ávila, su sepulcro-urna en la Iglesia de la Compañía. Y visitamos su casa, que la estaban restaurando y donde se me quedó un poco de alma entre las tejas, la cal y las vigas de la casita del Maestro Ávila.

Lo que me resultó chocante fue que siendo Juan de Ávila quien es, en el pueblo se notaba que se le admiraba con cierta "lejanía", como uno de esos Santos que dan renombre, que se veneran, pero no son "populares". Porque estaba a la vista que el Santo de Montilla era Francisco Solano.

En la fachada del ayuntamiento y en las fachadas de las casas se veían azulejos representando al Santo: Un franciscano con la cruz levantada en una mano y dos indios a sus pies, una de esas iconografías tipicamente misioneras, inconfundible. En Montilla, el Santo sin discusión por encima y a distancia del Beato Ávila.

Y es que tener de paisano a un Santo es algo muy serio. Francisco Solano nace y se cría y empieza a hacer "cosas de Santo" en Montilla. Porque sus primeras curaciones milagrosas suceden cuando una epidemia asolaba su pueblo, un caso excepcional de un "profeta creído en su propio pueblo". Por gracia de Dios.

Una gracia de Dios que le hacía protagonista de verdaderas "florecillas" como las de su padre San Francisco. Andanzas, anécdotas, pequeños y amables milagros de esos que asombran a la gente sencilla y se les quedan grabados. Y mucha vida ejemplar, mortificada, pobre y obediente. Y excelente predicación. Todas esas cosas que hacen, que van haciendo a un Santo popular con toda la apreciación (infalible?) del sensus fidei fidelium. La gracia de Dios que hacía su faena y Francisco Solano que se dejaba hacer, dócil y manso en las manos del Espíritu.

Uno se figura que un personaje asi, con fama de santo y bueno probado y comprobado se queda quieto como geranio en maceta. Los hay así. Pero también (y sin contradicción) los hay inquietos sin contradecir a su natural manso y apacible. Solano era de estos, porque en cuanto se le presenta la oportunidad pide irse a las Américas. Nosotros mandamos a las Américas lo peor y lo mejor: Ambiciosos hidalgos y ruinosos aventureros, la media nobleza que aquí tenía poca fortuna que hacer, y lo mejorcito de nuestra clerecía, lo más selecto.

Cuando Francisco Solano llega a América, el continente entero es un bullir de empresas y encomiendas entre los Virreinatos. Pero Solano no iba a hacer negocios humanos ni a sacar beneficios mundanos. Su "nuevo mundo" es una ganancia para el Reino de Dios. Y con ese ánimo desembarca en Perú después de un viaje lleno de peripecias, hasta con naufragio estilo "paulino". Y desde el Perú se adentra en el corazón más profundo de la América, cruza los Andes, penetra en la selva, y por muchos años evangeliza por las actuales Argentina y Uruguay, por el Tucumán y el Estero.

Solano es de los misioneros que bautiza, que convierte. Los tibios conceptos de la misionología actual (tan descreída) parecen de otra naturaleza si se los mide con la sobrenaturaleza de los métodos y las actividades y los logros misioneros del Siglo de Oro de nuestras misiones. En la Fundación Gratis Datae está publicada gratis la preciosa obra del P. José María Iraburu Hechos de los Apóstoles de América; el capítulo que le dedica se titula: "San Francisco Solano el Santo que canta y danza". Alguna vez que la gente "grave" se extrañó de sus expansiones de canto y baile, Solano decía riendo - "¡Si es que al fin soy un loco!".



Pero debia tener más cordura que todas las testas ilustres del Virreynato juntas. Se sabe que no tuvo nunca un físico atractivo, porque era canijo de carnes, un espantajo con hábito, de tez morena descolorida por los rigores del ayuno y las severidades de su penitencia, que nunca dejó. Pero tenía toda la gracia de un cordobés, con la chispa de un amontillado añejo de esos que dejan regusto en el paladar. Sabía tocar la guitarra y cantaba con un gracejo especial, que encantaba a los indios. Es de los pocos santos que tiene un instrumento musical como atributo, porque en algunas representaciones le ponen a los pies un violín (y no sé por qué no una guitarra).

Para ser completo, era torero. Un cordobés con más temple que Lagartijo y Manolete que paró aun toro desmandado plantándose delante a cuerpo cabal: Mandó, templó, y el noble bruto le lamío los pies y se dejó atar con la cuerda del sayal de Solano, que llevó por la calles, la gente admirada, al toro hasta su encierro. Fue en un pueblo de aquellos de la Argentina que él misionó, se llamaba San Miguel.

Cuando el 92 montaron en La Rábida una exposición sobre los Franciscanos en América, y había varios recuerdos de Solano: Un retrato al óleo pintado de un dibujo que le sacaron el día siguiente de su muerte (el santo cadavérico). Y también tenían expuestos un catrecillo donde el Solano se sentaba, y una Cruz de palo de caoba que llevaba en sus predicaciones, y su báculo, una rama curada con nudos y una horquilla de remate. Todos estos objetos-reliquias se conservan en el Convento de Clarisas de Montilla (digno de visitar), llegados a su pueblo como una especie de fervoroso y piadoso legado encomendado a su pueblo natal.

Montilla tiene recordado y bien venerado a su Santo, pero me parece que no me equivoco cuando imagino a Solano llevando siempre a su Montilla por donde fue, que bien sabe Dios que la oblación para la misión no quita la querencia de la tierra y la casa paterna (y materna).

Pero a mí el milagro de San Francisco Solano que más me gusta (además del del toro) es el que sucedió en el Aljarafe de Sevilla, en el Convento de Loreto, entre Espartinas, Villanueva del Ariscal y Umbrete. Que resulta que el 14 de Julio de 1610, el mismo día que expiraba Solano en el Convento de los franciscanos de Lima, a la misma hora en que su alma dejaba este mundo, las campanas de la espadaña del Convento de Loreto rompieron a repicar solas.

Y es que los santos-santos tiene proceso abierto y directo en el Cielo (donde les esperan tanto como ellos lo esperan).

En alabanza de Cristo, amén.

+T.