domingo, 17 de abril de 2011

La Faz del Rey

Ahí viene, sereno, con faz soberana, celestialmente bello en la hermosura de su forma, el más bello de los hombres, sus labios derramando gracia, divino y humano, con la potencia del Hijo del Eterno contenida en la humildad del Hijo del Hombre, manso y amable, regio y admirable, ungido por la gracia de lo alto Mesias prometido.

El pueblo le alaba, le aclama, le mecen los ramos de olivo y las palmas doradas, le tienden los mantos, le gritan ¡Hosannna!, bendicen la hora de esta venida que cantan profetas y salmos, la suya, que llega trayendo consigo el reino y la gloria de tiempos antiguos que vuelven.

Atrae las miradas, rinde corazones, fascina los ojos de todos aquellos que miran su paso, tan regio, tan santo, tan lleno de gloria que no es de este mundo, que nadie le iguala ni nunca se ha visto uno como Él, que obra prodigios en mentes y almas que quedan prendidas y nunca le olvidan, su voz, su mirada, su paso, su sombra, también su silencio, todo lo suyo que va derramando consuelo y salud, perdón y clemencia, bondad y pureza por donde pisa, por donde pasa, por donde viene.

Sus ojos no miran, se han vuelto brillantes, parece que llora, que ha llorado al ver la Ciudad Dorada, Sión esplendente que abre radiante sus puertas al Rey, su Rey que entra humilde para ser Cordero, hostia inmolada, holocausto perfecto de olor eterno y venia infinita.

Vedle bendiciendo con manos de ofrenda, vueltas las palmas al cielo que perfila rayos de luces de fino arcoiris de paz, de alianza, de signos celestes que avisan la Pascua del Hijo que llega obediente, convocado para el sacrificio nuevo y eterno, su cuerpo, su sangre, su alma, el Dios hecho hombre entregado a Dios por los hombres.

¡Canta, oh lengua, este Misterio! ¡Cantad, Ángeles potentes! ¡Canta, mundo, esta victoria! ¡Cantad, hombres, vuestro precio! ¡Cantad, almas, esta hora de amor, de dolor, que vale el Cielo!



+T.