jueves, 25 de noviembre de 2010

"...que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia hierárchica assí lo determina..."


El imprevisible comentario del Papa sobre el preservativo ha sido un bombazo. Y resulta patética la tropa de doctores queriendo explicar que todo sigue igual. Por ese agujerito en la trama terminará pasando el elefante, sólo es cuestión de tiempo. A no ser que se remache con toda contundencia y claridad la doctrina que se había mantenido hasta ahora.

He dicho doctrina y reconozco que me siento incómodo al utilizar ese término referido a algo tan chocante como los profilácticos y su uso. Es verdad que la moral desciende hasta rincones, vericuetos y sótanos la mar de sórdidos. Tiene que pisar esos bajos por razón de su cometido, se comprende. Pero, como decía aquella respuesta comodín del Catecismo, "doctores tiene la Iglesia que le sabrán responder". Y así debe ser.

En el hospital, al enfermo, uno le examina en consulta, otro le hace radiografías, está el anestesista que anestesia, el cirujano que opera y así hasta el ats que pone las inyecciones y el auxiliar de clínica que retira y limpia la bacinilla del paciente. ¿Tiene que ser el cirujano el que haga esto? No. No sólo no está obligado sino que sería una actividad poco adecuada para la asepsia y la extrema higiene que debe guardar un médico de quirófano. ¿Me siguen?

¿Por qué el Papa tiene que bajar a tratar esas cuestiones? ¿Por qué lo hizo en aquel viaje a África y repite ahora en esa entrevista-libro? Sin entrar a discutir la distancia entre una y otra ocasión y lo que dijo entonces y lo que dice ahora, sólo recalco su desconcertante efecto. Ha transcurrido muy poco tiempo para alterar lo que se dijo de forma tan llamativa con esta nueva declaración.

Antes y ahora, pienso que no debería haber hablado. Por ese principio de subsidiareidad que tantas veces se trae a colación: ¿No hay nadie para que hable de eso, si hay que hablar? Y que hable con toda la competencia que se pueda. Y si hubiera que dejar cuestiones opinables, temas abiertos, dígase también claramente. Pero, por favor, que no sea el Papa.

Después están las formas, como comenté en el articulete anterior. Las formas importan mucho porque son las que definen el valor de una doctrina, cuando se trata de temas de fe y/o moral. Unas palabras ante unos periodistas en un avión, no son la forma adecuada para exponer doctrina; una respuesta a un periodista que hace una entrevista, tampoco. Se trata del Papa, y el Papa, cuando habla de ciertas cosas que le competen especialmente, debe hacerlo con toda formalidad. O abastenerse de hablar.

Una consideración más: ¿A quién dirige esa respuesta? Hay niveles de interlocución/expresión/exposición. ¿Se ha tratado, ha sido, de una respuesta ad casum, al peridiosta Seeweld en concreto, sin más alcance? Porque de hecho ese es el marco circunstancial interpersonal de esa entrevista. De entrada no se le debería dar o entender más proyección, más alcance.

Es muy característicamente papal la expresión Urbi et Orbi, que se aplica a ciertos actos del Stº Padre en cuanto cabeza de la Iglesia de Roma y de la Iglesia Católica. El Papa, algunas veces, cuando bendice, cuando enseña, cuando predica, lo hace dirigiéndose Urbi et Orbi, a toda Roma y al mundo entero. Circunstancia que, en absoluto, parece ser la de la entrevista y lo que se recoge en ella. ¿O sí? Porque si fuera así debería advertirse. Que el libro-entrevista de Seewald se vaya a publicar en los principales idiomas en uso es otro detalle a tener en cuenta. Un detalle no ignorado, probablemente previsto.

Confieso que, personalmente, no me definiría como un rigorista moral. He conocido - de vez en cuando lo recuerdo - los años en que no ponerse el velo en la Iglesia era un grave pecado para las mujeres, lo mismo que llevar o no llevar determinadas prendas de vestir. Y, en otro sentido, sobre otros usos y costumbres, también he conocido el tiempo en que se llevaban a rajatabla, de forma muy estricta, prácticas tan serias como las de la abstinencia y el ayuno, hoy casi desaparecidas en muchos sitios; me refiero incluso al ayuno eucarístico, tan olvidado. Si a mis abuelos les hubieran contado que los obispos iban a dispensar el ayuno y la abstinencia del Viernes Santo, no se hubieran creído tamaño escándalo, que sin embargo ocurre. Y otros por el estilo que Uds. mismos podrán poner como ejemplo.

¿Pasará, más tarde o temprano, lo mismo con los preservativos? A saber. El reconocimiento del uso de los medios naturales de control de la fertilidad dentro del matrimonio, en tiempos de Pio XII, significó para algunos un paso en determinada dirección, algo que después quedó bien aclarado en la gran Humanae Vitae. Con el comentario de la entrevista deberíamos ir entendiendo que quizá, que posiblemente, que probablemente haya habido cierta reconsideración de algunos particulares, que supondrán novedad. Esa es la conclusión que se saca de todo esto que comento. Pero en materia tan delicada que implica temas tan fundamentales, cualquier paso que implique novedad sobre la anterior doctrina es muy grave.

Yo insisto en la poca claridad, y la poca formalidad.



Al final de los Ejercicios Espirituales, como un corolario práctico destinado a los ejercitantes, San Ignacio de Loyola incluye unas famosas y muy claras reglas para sentire cum Ecclesia. La regla decimotercera siempre me ha llamado poderosamente la atención; dice esto:

13ª regla. Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia hierárchica assí lo determina, creyendo que entre Christo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo spíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Spíritu y Señor nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra sancta madre Iglesia.
Supone una fe íntegra en la Iglesia como Misterio. Y, como dice el mismo texto, en la Jerarquía, es decir, fundamental y pricipalmente en el Papa, que cuando enseña requiere una obsequiosa obediencia a la doctrina que expone. Unos conceptos para encajarlos bien en una fe bien formada, perfeccionada, fuerte, como la del Ignacio de Loyola que escribió esas reglas.

Por supuesto, profeso y mantengo ese ideal. Así debe ser.

Pero esa contundente y recia regla ignaciana implica y exige claridad por parte de la Jerarquía.

Si hay que exponer de nuevo lo que antes se había enseñado de otra manera, que se haga, que se diga. Sin ambages.

Y, por favor, que no sea un comentario a unos periodistas, ni una respuesta a un entrevistador: Que lo diga quien tenga que decirlo, donde deba de decirlo, y de la forma que se deba de decir.

Por el bien de algo tan importante como la Fe.


+T.