domingo, 7 de octubre de 2007

Lepanto

La historiografía lepantina, desde hace bastante tiempo, insiste en lo que desaprovechó Lepanto y las escasas consecuencias de la victoria; parece como si la historiografía se personalizara en prosopopeya y sintiera la humana pasión de la envidia, que es tristitia boni alieni.

Porque a ningún inglés se le ocurre hablar del fracaso de la batalla de Trafalgar - verbigracia-; y ningún francés proclama que fuera moco de pavo lo de Napoleón en Austerlitz, por ejemplo. Nosotros sí: Los católicos en general y los españoles en particular padecemos el enfermizo síndrome de minimizar grandezas y criticar glorias. Ay!

Que el turco era un problema para Occidente, se entiende incluso desde la actualidad, cuando Turquía sigue siendo un problema para Occidente, mírese como se mire. Pero entonces Occidente era y se llamaba Cristiandad, que es lo que la historiografía moderna y contemporánea se empeñó y se empeña en desacreditar.

Desde el surgimiento del Islam en el siglo VII, la única empresa seria y continuada que se planteó en Occidente contra el Islam empezó precariamente en España y se coronó existosamente en España. Las Cruzadas fueron un formidable intento de una Europa optimista y con ganas, que se malograron por tantas cosas y con tantas culpas de una Europa desganada y concentrada en problemáticas y luchas internas (y progresando lentamente hacia la descomposición de ella misma como Cristiandad).


Pero España sí pudo con el Islam. En poco menos de ocho siglos desde el 711 de Don Rodrigo y don Pelayo, al 1492 de Dª Ysabel y D. Fernado y Boabdil el Chico - setecientos ochenta y un años que podrían haber sido menos si a la muerte de Fernando IIIº el Santo, Castilla-León hubiera mantenido la empresa con la misma pujanza- . Cuando se toma Granada y el pendón de los Reyes Católicos ondea en la Torre de la Vela de la Alhambra, España sabe y España puede...pero apareció América.

Si Colón no descubre las Indias Occidentales, Castilla hubiera seguido la Reconquista expandiéndose por el Norte de África; Las Canarias, Céuta y Melilla son testigos históricos de lo que hubiera podido ser, y por América no fue. Pero poder, se pudo.

Por esa y otras razones, España era tan sensible al "problema turco". Como ninguna otra potencia-nación del momento, es consciente del desafío turco en el Mediterráneo y el extremo oriental de Europa. Una Turquía que entonces era potente, fresca todavía la enardecedora conquista de Bizancio, joya entre las joyas que la Cristiandad pudo y no quiso mantener, y en mala hora perdió.

Desde fines del siglo XIV, sólo la Santa Sede clamaba por Constantinopla. Los Concilios de la època - aun sumidos en la profunda crisis de la Iglesia por Avignón, el Cisma, y la crisis conciliarista - insisten en pedir la unión de los principes cristianos para socorrer la decadencia brillante de Bizancio. Sólo en Roma y en los Papas encontrarán los desesperados emperadores de la casa de los Paleólogo atención y esperanza, incluso por encima de la desazón y la suspicacia de los propios constantinopolitanos. No fue casualidad que fuera un Papa español el último gran alentador de una Cruzada por y para Constantinopla. Pero en Constantinopla sospechan y abomínan de toda cruzada, y lo de Calixto IIIº Borgia se tomó en Roma y en Europa como chochera de viejo y obsesión de español.

La invasión de Chipre por los turcos en 1570 y la amenza sobre Malta significaban la pérdida de las últimas huellas de las Cruzadas, tan lejanas ya para una Cristiandad definitivamente fragmentada. Tampoco fue casualidad que el Papado y España reaccionaran y consiguieran lo que tantas veces se intentó; Venecia y Génova se sumaron urgidas por sus particulares intereses; el Imperio (después de Carlos V hubo "imperio"?) no estaba para guerras de fuera temiéndolas dentro; Francia no quiso y hasta se entendía entonces con la Sublime Puerta; Inglaterra hubiera preferido entenderse con Solimán antes que con España o Roma).

Pio V, el ascético y enérgico fray Michele Ghisleri, dominico e inquisidor, con el perfil íntegro de un genuíno Papa "tridentino" fué el alma de la Liga Santa. Por él se juntan Felipe IIº, Venezia con el Dux Sebastiano Veniero y Génova con el almirante Andrea Doria. Y el capitán, Juan de Austria, providencial bastardo de cuna que honró como nadie a su fe, su sangre y su patria; la tropa, lo mejor de España e Italia, con un Cervantes incluso.
La batalla fue famosa antes de plantearse siquiera. El antiguo enclave del golfo lepantino, con tantos ecos de la Grecia de los héroes y los mitos, revivió en un destello heróico que brilló de polo a polo, del orto al ocaso, con el flash momentáneo de una Cristiandad resucitada, capaz y decidida, unida y fuerte, creyente, potente y audaz: Cruzada y victoriosa, también portentosa, con nimbo milagroso que revelaba al Papa vidente y estático en Roma el poder de la Cruz venciendo a la media luna en Lepanto


Lepanto fue el último episodio de las Cruzadas.

¿Se pudo hacer más, rematar la faena lepantina? Por supuesto. Pero España tenía que volver a América, Felipe IIº a los Países Bajos, Venezia y Génova a sus negocios y Pio V a ser Papa de una Catolicidad que ya no era Cristiandad pero seguía siendo Iglesia, "la Iglesia".


Ahora, con estos siglos por medio, Lepanto es una página de grandeza olvidada para los vencedores, y un rescoldo de afrenta para los vencidos; unos no se consideran herederos de la victoria, los otros mascan todavía el resentimiento de la derrota.

Nosotros hoy, como todos los dias, re-tomaremos el arma secreta de los cruzados de Lepanto: Ciento cincuenta cuentas con una Cruz; una salmodia de Misterios con Padrenuestros, Avemarías y Glorias, que levantarán el eco de la Batalla del Golfo de Lepanto, en una Liga Santa que nunca se disolvió y que sigue militante y orante...aunque muchos no lo sepan.

(Otros, además, celebraremos orgullosos el día de Lepanto).

VTR .