jueves, 10 de marzo de 2011

Sobre un articulete del p. Iraburu


Al padre Iraburu le tengo un gran aprecio por su doctrina, por su empeño en publicar y mantener una ortodoxia católica en un medio bastante hostil. Iraburu se ha desgastado bregando por esa necesaria e insustituíble buena teología displicentemente obviada o culpablemente ignorada por casi toda nuestra Jerarquía. Ha sido y es uno de los pocos denunciantes de la pseudo-teología y mala doctrina que nos han invadido durante estos lamentables años post-conciliares y juanpablistas. Iraburu es un ejemplar sacerdote y un recto maestro, digno de mejores aprecios y más altas encomiendas, que el sabe que no le llegarán porque estamos inmersos en una época tristemente desolada, que no pagará el salario merecido a los buenos laboratores de la viña, al contrario. Pero el padre Iraburu no esperará ganancia terrena sino mérito eterno, en la Gloria, donde se paga de verdad a los de verdad. Su fundación Gratis Date me parece ejemplar, una iniciativa admirable como pocas.

Por mi parte, lo cortés no quita lo valiente y he mandado a hacer gárgaras al padre Iraburu tres o cuatro veces, cuando tenía el blog en Infocatólica (¡tonto yo que me fié de la oferta de su turbio director!). Recuerdo unas pocas veces que apareció comentando en tono discrepante alguno de mis articuletes, y lo despedí con cajas destempladas. Comprendo que mis opiniones gusten más o menos, pero si no gustan que no me lean y, por supuesto, que no me comenten. Y si se atreven, que se atengan a las consecuencias: El blog es mi espacio y tengo reservado derecho de admisión y a los incordiantes los mando al cuerno. Como al p. Iraburu cuando se terció. Como me parece que (de hecho) es quien parte el bacalao en Infocatólica, al poco del cañazo a Iraburu me cerraron el blog. Se non é vero (me faltan datos) é ben trovato.

Cuento todo esto, mis filias y mis fobias circa Iraburu, porque voy a hablar de él, de ese artículo sobre los que él llama, bastante peyorativamente, 'filo-lefebvristas'. Léanlo aquí.

Primeramente diré que la simpatía por Mons. Marcel Lefebvre y la FSSPX y sus anejos es, en estos tiempos confusos, prueba patente de buen gusto católico, ese buen gusto desgraciadamente perdido durante el post-concilio inmediato y el juanpablismo que le sucedió. Con los de la FSSPX y Mons. Lefebvre se puede discrepar sobre algunos puntos que son (que han sido) más que nada algunas decisiones in extremis y formas extremas de proceder. Lo que no se les podrá negar nunca es que han sido y son los mantenedores y representantes más sólidos de la catolicidad que se diluyó y desmontó en el post-concilio. Posiblemente habrá cosas que discutir o aclarar. Roma lo está haciendo justamente ahora, durante estos últimos meses, en unas conversaciones que demuestran - entre otras cosas - que cierto buen gusto perdido ha retornado a la Colina Vaticana. Convocar, invitar, reunirse y sentarse a hablar es una declaración bastante implícita y suficientemente explícita de aprecio y constatable consideración. Entiendo yo.

Por eso no entiendo las reticencias envueltas en acusaciones del p. Iraburu. Diré incluso que no las esperaba, que suponía en el padre Iraburu un cierto 'talante' que parece que no tiene, o que ha perdido (quizá nunca lo tuvo). A estas alturas del confusionismo teológico-doctrinal-litúrgico que desfigura a la Iglesia Católica, la re-valorización de la FSSPX y de Monseñor Marcel Lefèbvre no es una casualidad. Como prueba a la inversa, el propio articulete del preocupado (?) Iraburu parece dejarlo demostrado.

El padre Iraburu que quizá pudo haber representado en y para España una resistencia católica que aquí, desgraciadamente, no tuvimos. Y se nota. Y se sufre.

En la España de la movida taranconista, los católicos conscientes se atrincheraron en torno a Don Marcelo y su alcázar toledano. Coincidieron las innovaciones post-conciliares con el declive del régimen y se confudieron política y catolicismo. Los tardo-franquismos y las derechas indefinidas y desarticuladas comulgaban con el catolicismo de Don Marcelo sin darse cuenta de que Don Marcelo era un formidable figurón, tanto que toda la reforma litúrgica de la España post-conciliar se hizo con rúbrica de Don Marcelo, a la sazón presidente de la Comisión de Liturgia de la CEE. Una paradoja, casi como uno de esos trampantojos de nuestros pintores del barroco, que pintaban tan realisticamente que engañaban al espectador figurando una realidad estudiadamente presentada, siendo, de hecho, una realísima irrealidad. Estupendo efecto, pero sólo efecto: Lienzo, pintura, marco y el ojo engañado del espectador merced al buen arte y oficio del maestro pintor.

En España (como en todos sitios) quasi todo lo católico se disolvió como la sustancia en el puchero, quedando luego del cocimiento la poca materia con la que subsistimos. En tal grado de carencia que - pongo por ejemplo - el juanpablismo nos parece ultra-católico y algunos grupos, movimientos, espiritualidades y neo-fundaciones el no va más de la catolicidad, cuando son sólo el muestrario del catolicismo descarnado y famélico resultado de la crisis post-conciliar.

Alguna vez algunos pensaron (¡soñaron!) con una élite católica resistente, militante, actuante. Por ejemplo - y el ejemplo me lo invento yo - una cuadrilla con el padre Aldama, el padre Mendizábal, el padre Ribera y el padre Iraburu para lidiar en la plaza y armar la tremolina y cortar dos orejas y rabo, y salir a hombros por la puerta grande. Pero no; no pudo ser. O no se quiso que fuera.

Ya se sabe: Que si la obediencia, que si la unidad, que si la caridad...Y todas esas consideraciones prudentes, desarmantes y anuladoras. Todo eso que los grandes renovadores del Catolicismo tuvieron muy claro en su tiempo qué era y qué no era (obediencia, unidad, caridad) ¿O se imaginan ustedes, por ejemplo, a Stª Teresa de Jesús renunciando a la reforma descalza y a sus fundaciones por no romper la obediencia, la unidad o la caridad con los que la malquerían (o no la seguían)? Y como ella, los demás de su tiempo, incluyendo al 'rompedor' Ignacio de Loyola y los otros valientes.

Para ciertos menesteres no basta ser santo de alcoba, hay que lanzarse, empeñarse, organizarse. Los eremitas son santos, pero inciden poco en la Iglesia del momento. La batalla contra los arrianos la pelea y la gana el aguerrido e incansable Atanasio; que no digo yo que no le valieran a distancia las oraciones, intercesiones y penitencias de los eremitas de la Tebaida in communione sanctorum, pero la batalla post-Nicea es una guerra de Athanasius contra mundum. Algunos no lo olvidamos; otros parece que sí.

Minar a los resistentes es una forma de aliarse, se reconozca o no, con el enemigo. O de hacer el juego a los 'semi'. Ya se sabe: los semi-arrianos, los semi-pelagianos...o los semi-católicos; esos que piensan que la media heterodoxia consensuada y/o pactada es la salvación para hoy y el futuro asegurado para mañana.

Yo prefiero admirar a los del castillo, lo confieso. No estaré dentro de las murallas - lo confieso también - pero no les tiro cañonazos, ni les corto suministros, ni les niego el agua y la sal, ni les desgasto, ni les pongo en el disparadero. Tengo claro, muy claro, que no son el enemigo. Todo lo contrario.


Volviendo a Iraburu, yo diría que se mira en un espejo y no encuentra su figura. Pudiendo haber sido algo más, mucho más. Él y los de su generación.

Por eso me parece un tanto patético, caballero de triste figura, lanza en ristre, con tropilla de Sanchopanzas que le ven ir contra los gigantes y caer junto a los molinos - ¡aunque ciertos sean los toros! -.

Pero la batalla contra el turco necesita escuadras que el ya nunca podrá armar.

Cordiáliter, of course.

p.s. Por cierto: Para Quijote-Quijote, el que esto escribe. Aun más que el susodicho, que, por lo menos, tiene acrisolada fama y reconocidos medios.


+T.