viernes, 8 de agosto de 2014

El problema del Islam es el Islam

 
Cuando leía como un monstruo, cayó en mis manos un libro de Robert Payne titulado 'La Espada del Islam' (en el original inglés 'The Holy Sword', 1959). No empecé la lectura con especial ilusión, pero me devoré el libro en un día, la historia de Mahoma, su religión y sus consecuencias, una narración ágil que iba pasando de un personaje a otro, de un siglo a otro y de una guerra a otra, sin solución de continuidad, guerras con todo el mundo y guerras contra y entre los propios mahometanos, una secuencia de histórica violencia implacable, insaciable. En la historia islámica la paz era contemporánea de la decadencia, porque el estado natural del Islam, desde que fue concebido, era la guerra.

Cuando la Iglesia ha degenerado o decaído, una de las soluciones regeneradoras ha sido siempre - Deo adiuvante - la vuelta a los orígenes, el retorno a las raíces. Ayer mismo, en la oración de la Misa, se recordaba que San Cayetano tuvo la gracia de vivir como los Apóstoles; la imitación de las virtudes apostólicas ha inspirado tantas fundaciones y obras religiosas, como un manantial perenne donde beber y purificarse, así desde los mismos tiempos apostólicos, siendo los Apóstoles los primeros imitadores del Señor, la Vita Christi, cuyos testigos fueron, verbis operibusque. El recurso vale también para las órdenes, congregaciones e institutos religiosos, que vuelven una y otra vez a sus raíces fundacionales para nutrirse con la vida y obra de sus fundadores, modelos perpetuos para quienes después seguirían sus reglas para regirse mejor y ser fieles a la vocación y la misión cristiana, en vida recogida o activa. Volver a las fuentes es el buen camino para avanzar en santidad, una solución acertada cuantas veces se ha resuelto tomar.

¿Y el Islam? ¿Cuenta con ese recurso? Sí, por supuesto. Pero las fuentes del Islam son Mahoma y sus guerras, su manantial destila violencia original. Así, en tiempos de decadencia, el fiel musulmán que busque reconstituirse volviendo a sus fuentes, al poco estará ebrio de violencia, cargado de intenciones guerreras y presto para la acción. La 'yihad' es el Islam y no existe (ni hubiera existido) el Islam sin la 'yihad'. El Islam es la guerra y no hay Islam, no puede haberlo, sin la guerra. En cualquier momento, el musulmán que beba en las fuentes islámicas se trasmutará en un 'muyahidín', un guerrero.

Cierta propaganda pro-islámica desarrollada recientemente en occidente intenta desvirtuar el concepto 'yihad' explicándolo según una interpretación interiorista (lucha personal por vivir la fe coránica) y otra de dimensión social (lucha por la justicia y el bien comunitarios). El intento, sin embargo, choca con la evidencia de la historia misma del Islam, desde sus orígenes al presente, incluyendo la evolución de los estados/naciones de fundamento islamista, regímenes contemporáneos que, lejos de estructurarse establemente según los principios de la cultura política occidental, al fin repiten un binomio irreductible: Sumisión y agresión, interna y externamente, para los propios de dentro y los extraños de fuera.

Excepto en la Turquía de Ataturk (actualmente muy en entredicho), el Coram es el código político primario, la inspiración que articula el estado, la fuente en la que la violencia islamista seguirá catalizando cualquier proyecto político que surja en su medio, incluso aquella efímera y marxistóide R.A.U. de Nasser.

Benedicto XVI puso el dedo en la llaga cuando su célebre (ya olvidado?) discurso en la Universidad de Ratisbona, con la memorable cita del emperador bizantino Manuel IIº Paleólogo:

"...Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba."

Un irenismo iluso - por parte de la Iglesia - que obvie lo evidente, está condenado al fracaso porque los hechos desmentirán cualquier supuesto de armónica concordia, imposible según los auténticos fundamentos del Islam.

Los cientos de miles de cristianos del Irak, perseguidos, hostigados y masacrados por el Islam, son la dolorosa hodierna prueba de que el Islam de hoy es el Islam de siempre, el mismo.

Más que abrazando a imanes o felicitando ramadanes, el Papa debería enfrentar al Islam consigo mismo, exigiéndole una conversión que incluya la renuncia a sus raíces en cuanto supongan la institucionalización de la violencia. Eso que pareció iniciar con tanto escándalo Benedicto XVI en Ratisbona.

Ayer publicaban en Rorate Coeli un artículo que preguntaba si la razón del problema islámico no sería el no haber confrontado una ilustración y unos cambios revolucionarios como los que tuvo que afrontar la Iglesia del siglo XIX.

Aun considerando esos seis siglos que distancian la Era Cristiana de la hégira mahometana, salvando fáciles historicismos, el debate sobre el Islam es engañoso, equívoco, si no concluye que el problema del Islam es el Islam.

Ese sería el punto justo de partida para cualquier examen, reflexión o replanteamiento.


n.b. Para neocones pijo-católicos desnortados: Lo de los crímenes de guerra de Israel en Gaza son un problema que carga de intrínsecas razones al ya de por sí razonamiento violento del Islam; más pólvora en el cañón, si me explico (y los tercos me entienden (o quieren entender)).


+T.